"Para entender el corazón y la mente de una persona, no te fijes en lo que ya ha logrado, sino lo que aspira conseguir" —Kahlil Gibran
Cada uno de nosotros tenemos asuntos pendientes por mejorar. Todavía no conozco la primera persona (¡normal!) que en realidad piense que ya alcanzó la perfección.
Seguro que habrá algunos de nosotros que han avanzado más en su desarrollo personal, pero no hay duda de que todavía tienen cosas sobre las que deben trabajar. Cuando menos, dar un retoque por aquí, más brillo por allá o reforzar alguna frágil costura. Los demás, los menos logrados, tenemos (mucho) trabajo por delante. Puede ser que deseemos ser más puntuales, o más pacientes, menos explosivos, más disciplinados, organizados… Siempre habrá algo que mejorar, crear o suprimir. Y cualquiera que se haya tomado en serio la tarea de transformarse a sí mismo, sabe de primera mano que cambiar es labor de titanes. No basta con decidir cambiar para que el cambio se produzca. Los patrones de comportamiento que nos han acompañado durante mucho tiempo se resisten con fiereza a ser sustituidos. Digamos, por ejemplo, que estamos cansados de llegar con retraso a todas partes y nos proponemos ser más puntuales. Pasado un tiempo, a pesar de nuestra firme voluntad de cambio, en más de una ocasión terminamos llegando tarde. Si, hemos avanzado algo; en lugar de llegar media hora después, lo hacemos pasados 10 o 15 minutos. Incluso alguna vez hemos logrado llegar a tiempo. Pero otras hemos fracasado de forma miserable. Cuando esto ocurre, hay muchas probabilidades de que las otras personas, e incluso nosotros mismos, nos recuerden que somos un desastre con los horarios; que somos un caso perdido. Ignorando por completo el gran esfuerzo y el importante avance que hemos logrado. Cambiar nuestra forma de actuar es como cambiar el curso de un río. Empezamos a cavar un surco por donde queremos que pase ahora la corriente. Al principio esa zanja es pequeña y solo logramos desviar un poco de agua del total (las veces que llegamos temprano). Pero mediante empeño y paciencia, poco a poco vamos haciendo nuestro surco cada vez más grande y capaz de transportar más agua. Hasta que un día todo el río pasa por donde lo hemos deseado. Tal vez existan personas que deciden cambiar y cambian. Rápido y sin dolor. Pero no es la forma como lo hacemos la mayoría. Debido a ello, resulta de vital importancia agregar a nuestros esfuerzos de cambio, y al de las personas cercanas, grandes dosis de compasión y comprensión. Debemos celebrar la mejora, y animar cuando se presente el tropiezo. Sin embargo, esto no es lo que hacemos: ignoramos el avance y censuramos, con severidad, el error. Pedimos a nuestros pequeños que sean mas responsables con sus deberes y, si a los pocos días los vemos flojeando de nuevo, nos enfurecemos porque no nos han obedecido. O decimos a nuestra pareja que no deje más la toalla mojada encima de la cama. Y en lugar de celebrar los tres días seguidos que la ha llevado de nuevo al baño, reñimos con dureza por la única vez que se olvidó recogerla. Pero no solo somos duros con los demás, también lo somos con nosotros mismos. En lugar de celebrar los progresos que hemos hecho hacia un nuevo hábito, nos dedicamos duras palabras cada vez que tropezamos. En la novela ‘Matar a un ruiseñor’, Atticus Finch, el personaje central, sostiene un diálogo con su hermano sobre su hija menor, Scout, quien tiene un carácter explosivo que la lleva a verse enredada con frecuencia en peleas y discusiones. El hermano de Atticus le pregunta entonces si alguna vez le dado algún azote para corregirla. Atticus responde que no, que él sabe que Scout se esfuerza mucho por controlar su temperamento, y que eso es lo único que puede pedirle; que persevere con sinceridad. Y también eso es todo lo que debemos pedirnos a nosotros y a los demás: hacer nuestro más honesto esfuerzo por cambiar.
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"Algunos viajes son directos y algunos son tortuosos; Algunos son heroicos y algunos son temerosos y confusos. Pero cada viaje, honestamente emprendido, nos brinda la oportunidad de viajar hacia el lugar donde nuestra profunda dicha se encuentra con alguna profunda necesidad del mundo" —Parker J. Palmer
Hay una cuesta, en la ruta que hago con más frecuencia cuando salgo a correr, que siempre es exigente.
No importa lo en forma que esté, pasar por ahí significa corazón galopante, pulmones agitados y ácido láctico quemando las piernas. En esas andaba esta mañana cuando, justo antes de conquistar la cima, en el instante que iba más exigido, un oportuno accidente ocurrió: el cordón de una de mis zapatillas se soltó. Atarme el cordón fue la excusa perfecta (no vaya a ser que lo pise y termine en el suelo) para tomar un pequeño descanso. Y atándolo estaba cuando un relámpago de inspiración cruzó mi mente. La vida te da lecciones donde menos lo esperas, y en ese momento decidió que aprendiera algo. Ese travieso cordón me permitió tomar un respiro, alivió el padecimiento por el cual estaba pasando. Pero también, ese pequeño accidente impidió que realizara un mejor entrenamiento. La condenada cuesta, su dureza, no es mi enemiga, es mi amiga. Superarla sin detenerme me ayuda a mejorar mi condición física. La agonía que produce, beneficia. Hay algunos momentos en la vida cuando nos vemos inmersos en difíciles retos. Se presenta una cuesta que nos pone a prueba. Y también, en ocasiones, en medio de esas difíciles circunstancias, deseamos que algún cordón se suelte, que alguna oportuna fatalidad se presente y nos excuse de tener que dar esa batalla. Si la desgracia se presenta, nos exime de luchar. Podemos abandonar con el honor intacto. “No fue mi culpa, fue el destino el que lo quiso así”. Es el caso del estudiante que desearía que una fuerte gripe le impidiera acudir el día señalado a ese trascendental examen. El profesional que en secreto reza para que un apagón eléctrico le evite tener que dar una presentación ante clientes vitales para su compañía. O la novia indecisa que piensa que si un familiar fallece, la boda se tendría que aplazar y así tendrá unos días mas para aclararse. A Parker J. Palmer desde muy joven le auguraron un futuro brillante dentro de la academia. Su liderazgo y capacidad intelectual lo situaba como un candidato perfecto para presidir alguna de las universidades más prestigiosas del mundo. Pero Palmer no opinaba lo mismo. Adoraba enseñar, pero le disgustaba verse en medio de la politiquería y las luchas de poder que hay dentro de las universidades. Así que abandonó lo que cualquiera consideraría una carrera con un futuro brillante. Durante toda una década estuvo viviendo en una pequeña comunidad religiosa trabajando con cerámica y enseñando a pequeños grupos. La gente no entendía, ni siquiera él mismo lo hacía, como alguien con un doctorado y un futuro tan ilustre por delante podía abandonarlo todo para dedicarse a hacer platos y tazas. Ese desconcierto cobró un alto precio. Parker Palmer entró en una profunda depresión. Y en medio de esa oscuridad comprendió una dolorosa lección: Uno de los más dolorosos descubrimientos que hice en medio de la oscuridad del bosque de la depresión, fue que una parte de mi quería permanecer deprimido. Mientras permaneciera aferrado a esa muerte en vida, todo sería más fácil; se esperaría muy poco de mí y ciertamente no se esperaría que sirviera a otros.
La depresión fue el cordón suelto en la vida de Palmer. Permanecer deprimido era la excusa perfecta para no enfrentar los retos que la vida le estaba poniendo enfrente.
Cuando estemos en medio de una difícil prueba, no imploremos por contratiempos que nos alivien la carga. Pidamos má fuerza y coraje para seguir avanzando sin detenernos.
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"Necesito soledad para mi escritura. No como la de un ermitaño, eso no sería suficiente, sino como la de un muerto" —Franz Kafka
Al final de su trascendental libro, El Origen de las Especies, Charles Darwin escribió que esperaba que su teoría diera un nuevo fundamento al estudio de la psicología humana.
Sin embargo esto no fue lo que ocurrió. Mucho tiempo tuvo que pasar antes de que empezaramos a estudiar los vínculos entre evolución, selección natural y nuestra mente. La reciente ‘Teoría de la felicidad en la Sabana’ propone que las respuestas emocionales de las personas tienen su origen en la Sabana africana, en donde hemos pasado la mayor parte del tiempo de nuestra historia evolutiva. Los psicólogos hace tiempo descubrieron que las relaciones sociales juegan un papel fundamental en el bienestar emocional (lease, felicidad) de los seres humanos. Cuanto más tiempo pasamos con familia y amigos, más felices somos. Al contrario, la falta de relaciones afectivas está relacionada con depresión, problemas de salud y mortalidad temprana. Esta dependencia de otros puede ser explicada como una adaptación a la vida en la sabana. Las buenas relaciones con amigos y familiares eran vitales para la supervivencia. Estos lazos facilitaban la caza, compartir alimentos, la defensa contra depredadores u otras tribus y hasta la crianza de los descendientes. No obstante, aunque esto se aplica a la gran mayoría de las personas, existe un pequeño grupo para los que no es así: quienes poseen una inteligencia superior. Una investigación publicada este año encontró que las personas muy inteligentes, a diferencia del resto de la población, no eran tan felices cuando su vida social era agitada. La explicación sugerida por los investigadores es que estas personas tienen mayores probabilidades de estar comprometidos con proyectos y metas de largo plazo. Así que una vida social animada los distrae de sus ambiciosos objetivos. Cuanto más comparten, menos avanzan. El prolífico y muy galardonado novelista Philip Roth es un ejemplo incuestionable de lo anterior. El autor vive una vida recluida en favor de su arte. (Vía The Creative Habit) Vive solo en el campo. Trabaja siete días a la semana, se despierta temprano y camina hacia un estudio de dos habitaciones a cincuenta metros de su casa. Permanece en el estudio todo el día, y hasta que llega la noche: nada entra. Al final de la tarde hace largos paseos, a menudo tratando de resolver las conexiones y problemas en la novela que trabaja. "Yo vivo solo, no hay nadie más por quien ser responsable, o con quien pasar tiempo”, dijo Roth. "Mi horario es absolutamente mío. Por lo general escribo todo el día, y si quiero volver al estudio en la noche, después de la cena, lo hago; no tengo que sentarme en la sala porque alguien más ha estado solo todo el día. No tengo que sentarme allí y ser entretenido o divertido. Salgo y trabajo dos o tres horas más. Si me despierto a las dos de la mañana, esto ocurre raramente, pero a veces sucede, y algo se me ha ocurrido, enciendo la luz y escribo en el dormitorio. Tengo libretas de apuntes por todos lados. Leo todas las horas que quiero. Si me levanto a las cinco y no puedo dormir y quiero trabajar, salgo y voy a trabajar. Así que trabajo, estoy de guardia. Soy como un médico cuando hay una emergencia. Y yo soy la emergencia".
Y concluye Roth:
Es una experiencia maravillosa, vivir así es mi mayor placer. Creo que para cualquier novelista tiene que ser el mayor deleite vivir una vida muy austera.
Así que si te angustia tener una agenda muy movida, bien. Eso es buen síntoma. Quizá eres más inteligente de lo que pensabas. ¡Enhorabuena!
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"Fallar me enseñó cosas sobre mí que no podría haber aprendido de otra manera. Descubrí que tenía una voluntad fuerte, y más disciplina de la que había sospechado" —J. K. Rowling
La mega exitosa escritora de Harry Potter, J. K. Rowling, dio en 2008 un estupendo discurso durante la ceremonia de graduación de Harvard.
En el habló de los beneficios del fracaso. Hace algo más de 20 años Rowling había tocado fondo. Estaba recién divorciada, sin empleo y con una pequeña niña por quien velar. Su pobreza era angustiosa. Son muchas las personas que durante sus momentos oscuros es cuando ven con mayor claridad. Ese fue el caso de Rowling. Abajo está el vídeo (está dividido en dos partes) y la traducción de uno de los fragmentos que más disfruté. En este maravilloso día en el que nos hemos reunido para celebrar su éxito académico, he decidido hablarles acerca de los beneficios de fracaso.
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"La compasión no es una relación entre sanador y herido. Es una relación entre iguales. Sólo cuando conocemos bien nuestra propia oscuridad, podemos estar presentes en la oscuridad de los demás. La compasión se vuelve real cuando reconocemos nuestra humanidad compartida" —Pema Chöndrön
Durante las instrucciones de seguridad que dan en los vuelos, se recomienda que en caso de emergencia nos pongamos primero la mascarilla de oxígeno, y luego ayudemos a los demás a ponerse la suya.
En principio esto puede parecer egoísta, ¡sálvate tú primero y luego piensa en los demás! Pero no es así. La razón por la cual debemos asegurarnos nosotros antes, es que si estamos bien, podemos ayudar a otros de manera más efectiva. Pero si, por el contrario, nos falta el aire, de poca utilidad seremos. La filosofía budista (que en ocasiones es también señalada como egoísta) nos hace la misma sugerencia. Nos invita a que primero nos pongamos a salvo, para luego ayudar. Son los ex alcohólicos, no los actuales alcohólicos, los que mejor pueden contribuir a que otros abandonen la adicción. Para poder curar, debemos antes sanarnos a nosotros mismos. La meditación es el instrumento, la medicina que utiliza el budismo para cultivar un espíritu más sano y positivo. Meditar es un ejercicio de control de la atención. Nos concentramos en algo, puede ser la respiración, una palabra, una imagen, o en lo que sea. Lo importante es fijar la atención, no en que la fijas. La concentración no es el estado normal de la mente, esta tiende de forma natural a vagar sin rumbo. Así que cuando estamos meditando, es decir, fijando la atención en algo, nuestra mente se rebela y busca regresar a su estado errante. Cada vez que surgen los pensamientos durante la meditación, lo que debemos hacer es, con gentileza, traerla de vuelta la atención hacia el objeto con el cual estamos trabajando. Como consecuencia de este ejercicio, lo que ocurre es que empezamos a ser más conscientes de la clase de pensamientos que proliferan en nuestra mente. Este no es un beneficio menor. Es la manera cómo podemos cambiar nuestra vida por completo. Por lo general, los seres humanos vamos por la vida totalmente inmersos, hipnotizados por el monólogo interno que se desarrolla dentro de nuestra cabeza. Tan cautivados vamos que somos incapaces de reparar en su existencia. El escritor norteamericano David Foster Wallace utilizó la siguiente metáfora para ilustrar lo poco conscientes que somos de lo que pasa por la mente. Están estos dos jóvenes peces nadando y se encuentran con un pez más viejo que iba en dirección contraria, este saluda con la cabeza y dice: "Buenos días, muchachos, ¿cómo está el agua?" Los dos jóvenes continúan nadando un poco más, luego uno de ellos mira al otro y dice: "¿Qué diablos es el agua?".
El monólogo es el agua. Y la meditación es el instrumento que nos permite ser conscientes de su existencia.
Lo que hacemos con la meditación es ganar cierta distancia, crear un espacio desde el cual podemos observar con una actitud más neutral lo que ocurre dentro de nuestra mente. Podemos ver con curiosidad, desapego y mayor ecuanimidad, la cantidad de negatividad que hay en ese monólogo interno. Inseguridad, egoísmo, vanidad, celos… abundan dentro de la narrativa que gobierna al cerebro. Por supuesto, también se producen pensamientos de los buenos: compasivos, altruistas, optimistas, amables. Pero la negatividad existente es en muchas ocasiones paralizante y abrumadora. Cuando somos conscientes de esta condición, una actitud más compasiva, tolerante y amable hacia los demás, y hacia nosotros mismos, emerge de forma natural. Resulta mucho más difícil juzgar a otros con severidad si conocemos los muchos defectos que nosotros mismos poseemos. Percibir la viga en nuestro propio ojo, nos hace más tolerantes con la paja en el ojo ajeno. Reconocemos a nuestros semejantes como seres que, de la misma manera que hacemos nosotros, también luchan por evitar el dolor y el sufrimiento. Y esta es la manera como empezamos a irradiar felicidad y ayudar a los demás. Cuando somos más calmados y tolerantes, todos a nuestro alrededor se benefician de esa actitud. Una sola persona, con actitud positiva, es capaz de disolver la negatividad que intoxica una atmósfera, y crear las condiciones para que surjan la amabilidad y la tolerancia dentro de ella. Dice El Dalai Lama que su religión es la bondad. Yo quiero que sea la mía también. Si queremos ver un mundo más justo, compasivo y amable, debemos empezar por ser más justos, compasivos y amables nosotros mismos. Debemos primero erradicar la enfermedad de nuestros propios corazones. Ser el cambio que queremos ver.
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"Si usted posee sabiduría, permita que otros enciendan sus luces en ella" —Margaret Fuller
Cada vez que aprendo algo nuevo o interesante, me divierte mucho ver la urgencia que nace en mí por contarlo o comentarlo.
Un impaciente impulso me domina y me empuja a transmitir, al primer desprevenido que pille, lo que he descubierto. Y cuando tengo a mi víctima tranquilamente conversando, no me importa si esa conversación guarda alguna relación con la impaciente idea que llevo dentro. Lo que ocurre es que voy conduciendola, a veces con sutileza y otras con descaro, hacia el terreno propicio donde puedo soltar mi urgida carga. Me avergüenza reconocer que muchas veces es mi pobre hija la víctima, con sus escasos siete años, me mira con cara de acertijo cuando le hablo sobre ‘la ilusión del libre albedrío’ o sobre ‘la naturaleza impermanente del yo’. La urgencia por transmitir aquello que nos parece divertido, novedoso, útil o interesante, nos viene implantada de fábrica. Madre naturaleza la ha dejado ahí para su beneficio propio. El deseo intenso de transmitir las ideas novedosas, es el mecanismo por el cual la selección natural se asegura de que las innovaciones descubiertas por alguien, beneficien a la mayor cantidad posible de individuos. Si descubro algo nuevo, pero me lo callo, la novedad muere conmigo y no beneficia a nadie más. Para que eso no ocurra, madre naturaleza nos “invita”, causandonos profunda angustia psicológica, a que contemos lo que acabamos de aprender. Este impulso biológico es la razón que explica la viralidad con la cual se extienden algunas noticias, comentarios, videos, etc. por Internet. Cuando vemos algo interesante compartimos. La generosidad informativa ha desempeñado un papel clave en la evolución de nuestra especie. La transmisión de información ha permitido que cada nueva generación avance sobre los logros de la anterior, haciendo que nuestro progreso sea acumulativo. Con las otras especies no ocurre igual, si el león descubre una manera más eficiente de cazar, no puede transmitirla y por lo tanto sus descendientes no se beneficiarán de ella. Hoy en día existen muchos medios para transmitir información con gran facilidad y eficiencia. Con un esfuerzo mínimo podemos compartir noticias con nuestros amigos, familiares y seguidores. Y, “con gran poder, llega gran responsabilidad”. Pienso que todos tenemos el deber moral de vigilar lo que estamos compartiendo. Podemos compartir información que ayude a nuestros allegados a ser más productivos, mejores personas, más saludables, creativos… O podemos servir de cámara de resonancia para lo peor de la condición humana, y dedicarnos a compartir artículos vulgares o de inútil superficialidad. Todos tenemos una atención limitada. De la misma manera que el tamaño del estómago limita la cantidad de comida que podemos ingerir; nuestro tiempo disponible limita la capacidad de información que consumimos. Si llenamos nuestra panza con comida basura, evitaremos que entren a nuestro organismo alimentos nutritivos. Lo mismo ocurre con la información, ocupar nuestra atención con información mediocre o inútil, impide que podamos consumir la que nos puede ayudar a prosperar y avanzar. Cuando ayudamos a que la vulgaridad, el odio y la estupidez se hagan virales, impedimos que aquellos que más nos importan consuman contenido nutritivo y provechoso. Mi invitación es a que antes de dar “Compartir”, pensemos un poco si hay algún beneficio en esa acción. Si no es así, no contribuyamos a que ese virus siga infectando mentes y corazones.
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"No seas demasiado tímido y quisquilloso con tus acciones. Toda la vida es un experimento. Cuantos más experimentos hagas, mejor" —Ralph Waldo Emerson
En muchas ocasiones nuestra dependencia de los resultados es tan grande que termina paralizándonos.
Si no tenemos certeza de que las cosas van a salir bien, preferimos la inmovilidad. Necesitamos estar seguros de que nos dirán que si, antes de invitar a salir a esa persona que nos gusta. Si no estamos seguros de que nuestra idea de negocio va a funcionar, no damos el salto. Si dudamos de que el nuevo proyecto pueda ser aprobado, no lo proponemos. Pero como tu ya sabes, nuestro anhelo de certeza no es más que una ilusión. Es imposible saber de antemano si algo va a funcionar. Una aproximación más interesante es considerar las cosas como experimentos. Considerar a la vida misma como un gran experimento e ir realizando pequeñas pruebas. Conservando lo que funciona y descartando y aprendiendo de lo que no. De esta manera no hay fracaso posible, pues los experimentos nunca fallan. Estos son llevados a cabo para reunir información, para probar hipótesis. Si una hipótesis no resulta cierta, intentamos otras. El procedimiento más habitual cuando necesitamos comprarnos pantalones nuevos es ir a la tienda, probarnos algunos, y luego decidirnos por el que creemos es la mejor opción. Cuando vemos que un pantalón que no cumple con nuestras expectativas (léase, ‘no hace lucir bien el trasero’), no decimos: “¡maldita sea! he fracasado otra vez”. Lo que hacemos es probarnos el siguiente. Y el siguiente. O quizá buscamos en otra tienda. Y después en otra... Hasta que encontramos la opción más conveniente y compramos. Estamos llevando a cabo pequeños experimentos, reuniendo datos. Aprendiendo. Y luego, con la información recopilada, decidimos con base en lo que funciona y descartamos lo que no. Por desgracia, esta buena metodología no la aplicamos a otras áreas de nuestra vida. O a toda ella. Queremos saber que no vamos a fracasar antes de intentar algo nuevo. Esto, simplemente, no es posible. Cuando intentemos algo audaz o innovador, es bueno decirnos a nosotros mismos: “quizá esto no funcione y no pasa nada si es así”. De esta manera nos liberamos de la tiranía de los resultados y adoptamos una mentalidad a prueba de fracasos, pues los experimentos nunca fallan.
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Alguien le preguntó una vez a Somerset Maughham si escribía en un horario regular o sólo cuando era tocado por la inspiración: "Yo escribo sólo cuando la inspiración llega—respondió— afortunadamente aparece cada mañana a las nueve en punto"
Consistencia y confianza son dos características que distinguen a los ganadores.
Las personas confían en ellos porque producen resultados con regularidad. Una y otra vez nos maravillan con su gran trabajo. Lo más admirable es que incluso lo hacen cuando no les apetece, cuando están cansados, no se sienten inspirados o cuando están desmotivados. Nosotros, el resto de los mortales, dependemos de si nos entran ganas o no de hacer las cosas. Desearíamos estar más en forma, pero hoy no apetece ir al gimnasio. Mejor aquí en el sofá, viendo la tele. Desearíamos avanzar en nuestra educación, pero con este cansancio no provoca leer. Mejor ojeo la revista con los chismes de las celebridades. Desearíamos pasar más tiempo con la familia, pero es que he tenido un día horrible. Mejor sigo bajando por Facebook. Los ganadores no dependen de su estado de ánimo. No dependen de si les apetece o no. Ellos hacen lo que deben hacer. Punto. Sin excusas. Mohamed Ali, considerado el mejor boxeador de todos los tiempos lo expresó de esta manera: "Odiaba cada minuto de entrenamiento, pero me dije, 'No renuncies. Sufre ahora y vive el resto de tu vida como un campeón'" A Alí no le apetecía entrenar, pero eso no le impedía hacer su trabajo, no permitía que sus sentimientos interfirieran. Esa actitud es la misma de otro gran campeón, Arnold Schwarzenegger, quien triunfó como culturista, como actor, como político y como empresario. "Las últimas tres o cuatro repeticiones son las que hacen que el músculo crezca. Es cuando duele lo que diferencia al campeón de alguien que no lo es. Eso es de lo que la mayoría de la gente carece, tener las agallas para seguir y decirse a sí mismos que, no importa lo que suceda, van a continuar a pesar del dolor". ¿Y cómo podemos desarrollar nosotros esa misma actitud? La respuesta está en los hábitos. Cuando logramos que una acción se transforme en un hábito, esta ya no obedece a nuestros estados emocionales, deja de depender de nuestra fuerza de voluntad y su ejecución se convierte en automática. Para lo bueno y para lo malo, los hábitos tienen un enorme poder sobre nosotros. Estos nos hacen actuar incluso cuando no lo deseamos. “Las cadenas de los hábitos son muy livianas para que las sintamos, hasta que se hacen muy pesadas para ser rotas”, afirmó Samuel Johnson. Los hábitos son el armazón que sostiene nuestras vidas. Si la diferencia entre los buenos y los malos hábitos que poseemos es amplia en favor de los primeros, tenemos muchas probabilidades de prosperar. “Las personas exitosas -afirma Brian Tracy- son simplemente aquellos con hábitos exitosos”. Pero si son los segundo los que nos gobiernan, vamos a tener que luchar. Ahora bien, antes de que nuestras acciones triunfadoras se conviertan en hábitos, debemos resolver el problema de hacerlas aun cuando no nos apetece. Esto es lo que recomienda la doctora Heidi Grant Halvorson, quien es la investigadora principal en Neuroleadership Institute: ¿Quién dice que necesitas esperar hasta que te apetezca hacer algo para empezar a hacerlo?
Y así es, el que no deseemos hacer algo no significa que no podamos hacerlo. Lo que debemos hacer es trabajar hoy. Y mañana de nuevo. Luego hacerlo el siguiente día. Hasta que se convierta en un hábito.
Así que abre el archivo y empieza a realizar ese reporte que llevas aplazando toda la semana. No, no lo pienses. Actúa.
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"Los emprendedores no tienen fines de semana, o cumpleaños, o días festivos. Todos los días son mi fin de semana, mi cumpleaños o mis vacaciones. O, todos los días son día de trabajo. Todo es cuestión de decidir" —Richie Norton
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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