"Camina como si estuvieras besando la tierra con tus pies" --Thich Nhat Hanh
De esto no hay duda: meditar es una de las mejores cosas que uno puede hacer para mejorar la calidad de su vida. Existe abundante, contundente e irrebatible información científica que respalda los beneficios de dicha práctica.
Jonathan Haidt, considerado por la revista Foreign Policy uno de los principales pensadores mundiales, en su maravilloso e indispensable libro “La Hipótesis de la Felicidad” escribió lo siguiente sobre la meditación: Supongamos que usted lee acerca de una píldora que se puede tomar una vez al día para reducir la ansiedad y aumentar su satisfacción. ¿La aceptaría?
La meditación es maravillosa, sus efectos son extraordinarios. La calidad de mi vida ha mejorado de forma sustancial desde que empecé a meditar.
Ahora bien, como dice Jonathan Haidt, al principio meditar es muy difícil. El estado natural de nuestra mente es errante. Las investigaciones han encontrado que el 50% del tiempo la mente vaga, y encontraron también que cuando la mente vaga somos menos felices que cuando nuestra atención está en el presente. Cuando la mente anda suelta tiende a irse a sitios poco agradables, es ahí donde surgen los pensamientos que nos causan ansiedad, miedo, celos, falta de confianza. Por el contrario, cuando nuestra atención está enfocada en el presente, algo que ocurre por ejemplo, mientras practicamos un deporte, o una actividad artística, o en nuestro trabajo, esa concentración impide que se formen pensamientos negativos. Es de veras complicado intentar mantener la atención sujeta en algo durante un tiempo prolongado, es como uno de esos perritos cachorros que se niegan a hacer caso y van a donde les place.
Una de las formas de empezar a meditar es hacerlo poco a poco, las primeras semanas empecé con solo cinco minutos y luego fui aumentando el tiempo hasta que lo hacía durante 20 minutos dos veces al día.
Sin embargo, con nuestro agitado ritmo de vida actual, encontrar tiempo para sentarse en silencio cada día durante 20 minutos puede resultar ser todo un desafío. Debido a esto, desde hace algún tiempo vengo meditando de una manera distinta y estoy encantado con los resultados. En lugar de sentarme durante 20 minutos, voy realizando pequeñas sesiones intercaladas en medio de mis actividades diarias. La meditación básicamente es un ejercicio para entrenar la atención, y la atención se puede concentrar en cualquier momento y sobre cualquier cosa. En la medida en que ese entrenamiento progresa se atenúa la actividad de la zona del cerebro donde se produce esa cháchara destructiva que mencioné antes y se fortalece la actividad de la parte encargada de vivir el presente. Así que ahora en lugar de tomarme la medicina en una sola dosis, voy administrándola en pequeñas porciones durante todo el día. Por ejemplo, cuando me cepillo los dientes, cierro los ojos y me concentro en sentir como el cepillo va pasando por todos los dientes, esto me toma uno o dos minutos que se traducen en uno o dos minutos de práctica. Otra forma es durante las comidas, también cierro los ojos y me fijo en los sabores, en la masticación. Otra veces lo hago mientras paseo el perro, me concentro en mis pasos, en la sensación que se produce en las plantas de mis pies a medida que avanzo. Cuando corro también hago lo mismo, una veces fijo mi mirada en el paisaje, otras veces me centro en lo que voy sintiendo, mi respiración, cómo se mueven las piernas, las sensaciones de los músculos, etc. Como he dicho muchas veces en estas páginas, la calidad de nuestra vida depende en una gran proporción de nuestros pensamientos. La meditación es una gran herramienta para darle orden al caos que es nuestra mente y, de esta manera, darle más orden a nuestra vida.
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"El movimiento es tranquilidad" —Stirling Moss
Cuando los astronautas viajan al espacio cosas sorprendentes ocurren a sus cuerpos. La ausencia de gravedad produce un envejecimiento ultra acelerado en ellos.
Por ejemplo, bajo condiciones normales (es decir, con los pies en la tierra) después de los 20 años perdemos un 10% de capacidad aeróbica cada década. Los astronautas pierden un 25% en ¡dos semanas! Con la densidad de los huesos ocurre algo similar; el cuerpo tarda una década en perder 1% de densidad ósea, los astronautas pierden 5% en un mes. Por fortuna, todos estos efectos negativos, que son muchos más de los arriba citados, pueden ser reversados en su totalidad. Un cuidadoso programa de acondicionamiento físico les devuelve la salud a los viajeros espaciales. Ahora bien, resulta que el sedentario estilo de vida actual, está sometiendo a nuestro cuerpo a un deterioro similar, aunque no tan severo, del que sufren las personas que viajan al espacio. La vida de nuestros ancestros era muy activa: cazar y recolectar alimentos, recoger agua, huir de depredadores, cortar madera para hacer fuego, pastorear el ganado, eran actividades que mantenían a las personas en continuo movimiento. El cuerpo humano ha evolucionado durante millones de años para hacer frente a ese estilo de vida activo. No para permanecer ocho horas sentado al frente de un teclado. El sedentarismo causa los mismos estragos en nuestro cuerpo, aunque no tan acelerados, que la ausencia de gravedad. Y al igual que ocurre con los astronautas, los efectos nocivos que causa permanecer sentados durante mucho tiempo, pueden ser revertidos por completo mediante actividad física. Pero no es yendo al gimnasio o corriendo durante una hora, tres o cuatro veces a la semana como podremos arreglar el asunto. Hacer ejercicio 45 o 60 minutos al día, aunque tiene múltiples beneficios, no deshace los daños causados por permanecer 8 o 10 horas sentados. Incluso es posible ser deportista y sedentario a la vez. Las personas que hacen ejercicio varias veces por semana, pero que luego permanecen sentados durante mucho tiempo, tienen un riesgo similar al de los totalmente sedentarios. Lo que necesitamos hacer para revertir los daños de la falta de actividad, es convertirnos en máquinas de movimiento permanente como lo eran nuestros antepasados. Por suerte esto es mucho más fácil de lo que parece. Basta con moverse un poco, ni siquiera es necesario hacerlo de manera vigorosa, durante el día, para deshacer el daño causado por el escritorio de la oficina y el sofá de la casa. Por ejemplo, levantarse del asiento y volver a sentarse lentamente cada 20 minutos es un gran ejercicio, cargar la bolsa de la compra, utilizar las escaleras, aparcar el coche un poco más distante, realizar estiramientos, pararse muy erguido. Todas estas son actividades que puedes realizar durante el día para evitar el deterioro de la salud que causa la inmovilidad. Combinar el ejercicio vigoroso, como el del gimnasio, con movimientos suaves durante todo el día es la mejor forma de combatir los efectos nocivos del sedentarismo y gozar de una super salud.
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"Somos lo que hacemos repetidamente ; la excelencia, por lo tanto, no es un acto, sino un hábito" —Aristóteles
Nuestro entorno tiene una gran influencia sobre nosotros. La forma como hablamos, vestimos y comemos; nuestra mentalidad, se deben en gran parte al medio en el que nos desenvolvemos.
Esta adaptabilidad al ambiente, a la cultura en la cual vivimos, es genética y es una de las causas por las cuales el ser humano logró convertirse en la especie más dominante del planeta. Un león cuando alcanza la plenitud de su desarrollo físico es todo lo león que puede ser; y vivirá de la misma manera como vivieron sus padres y sus abuelos. Con el ser humano no ocurre igual. Gracias a la cultura podemos ir transfiriendo los avances que logra una generación a la siguiente. Si un león descubre una técnica de caza más eficiente no la transmite a sus descendientes. El ser humano sí. De esta manera el progreso de una generación puede ser capitalizado por la siguiente. Así que nuestra tendencia natural es a comportarnos como se comportan los demás, y eso en ocasiones puede ser un problema. Cuando hacemos lo que hacen todos, terminamos obteniendo los mismos resultados que obtiene la mayoría. Por definición esa es la media. No muy malo, pero tampoco sobresaliente. Normalitos. Así que para alcanzar resultados superiores debemos adoptar una mentalidad, unos hábitos y unas rutinas diferentes. Y eso la tribu lo nota. Es común que cuando nos decidimos a mejorar y empezamos a cambiar nuestros hábitos, las personas a nuestro alrededor, aquellos familiarizados con nuestro antiguo yo, se sorprendan. Te mirarán con extrañeza y se preguntarán qué bicho te ha picado. Si esto te ocurre (o ya te ocurrió), es un buen síntoma; significa que estás dando pasos en la dirección correcta. A la excelencia, a los resultados sobresalientes; al gran triunfo, no se llega por casualidad haciendo lo que hacen los demás. Para un rendimiento superior se necesitan hábitos distintos, superiores. Ser extraordinario es ser diferente.
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"La gente debería tener un día sin carne a la semana si quieren hacer un sacrificio personal y eficaz que ayude a luchar contra el cambio climático" --Dr Rajendra Pachauri, UN
La semana pasada hice un experimento que desde hace tiempo tenía ganas de realizar y que había estado posponiendo. Como la cosa funcionó, me sentí de maravilla, enérgico, más liviano y también un poco (solo un poco) mejor persona, he decidido practicarlo de manera habitual.
Lo que desde hace tiempo tenía ganas de hacer es privar a mi cuerpo durante uno o dos días a la semana de todo tipo de alimento de origen animal; es decir, ser vegano durante un par de días. Yo soy un amante de la carne. Mi plato favorito es un exquisitamente grasoso, bien jugoso y perfectamente asado a la brasa corte de ternera. En mi dieta diaria no falta la proteína animal, huevos, lácteos, pescado, cerdo, ternera… Así que dejar de tomar estos alimentos es todo un reto para mi. Las razones por las cuales desde hace algún tiempo quería adoptar este patrón de alimentación son las siguientes: Es bueno para la salud La nutrición es uno de los campos de la ciencia que aún está en sus etapas iniciales. Yo vengo desde hace mas o menos 10 años leyendo acerca de este tema y en no pocas ocasiones me he sorprendido al ver cómo cambian los consejos nutricionales de un día para otro en dirección contraria. Algo normal en una ciencia que apenas está comenzando. Debido a esto, adopté una filosofía como norma, para saber qué es lo más beneficioso para nuestro cuerpo, o al menos, lo menos perjudicial, me guió por la forma de alimentarnos que durante un mayor tiempo hemos practicado como especie. Entre más tiempo un alimento o una práctica alimenticia haya estado presente en nuestra vida, mejor adaptado está nuestro cuerpo a ella. Es cierto que la carne ha estado presente en la dieta de los seres humanos durante la mayor parte del tiempo, pero también es cierto que no la consumíamos todos los días. Cazar era muy difícil y no todos los días se tenía éxito; por lo tanto, era normal que durante algunos días tuviéramos que alimentarnos de solo de vegetales. Así que este patrón de alimentación es algo para lo cual nuestro organismo está adaptado de maravilla. Es bueno para los animales Es muy probable que en una décadas, o como mucho, un par de siglos, nuestros descendientes vean con estupor la forma como tratamos a los animales que consumimos. Así como hoy nos parecen inaceptables algunas prácticas de nuestros antepasados (esclavitud, canibalismo, inquisición, etc.), las generaciones futuras mirarán con incredulidad nuestras prácticas con respecto a los animales que comemos. La mayoría de los productos de origen animal que encontramos en los supermercados proviene de animales criados de forma industrial en unas condiciones que resultan muy crueles para especies con cerebros grandes (como casi todos los mamíferos) que sienten, son sociables y que tienen consciencia de sí mismos. Ahora bien, criarlos de una manera más natural, con mayor espacio, tampoco es una alternativa viable. Con los actuales niveles de consumo de carne mundial se necesitaría dedicar toda la superficie del planeta para la crianza de los animales. Es bueno para el planeta La otra razón es que la ganadería es uno de los mayores contribuyentes al deterioro del planeta. Casi un 40% de los cereales cultivados son destinados a la alimentación del ganado que consumimos. Así que menos consumo de carne significa menos tierras dedicadas a la agricultura y (quizá) más tierra dedicada a bosques. Otro de los problemas de la ganadería es la emisión de dióxido de carbono (CO₂), mientras que producir un kilo de lentejas produce 0,9 Kilogramos de CO₂, un kilo de ternera produce 27Kg. El cultivo de animales también consume agua de manera masiva, no solo la que toman los propios animales sino también la que se necesita para cultivar el alimento que consumen. El ganado, como todos los demás animales, incluidos nosotros, tienen necesidades fisiológicas que atender, desechos de los cuales desprenderse, cantidades enormes de ellos. El manejo del estiércol producido por el ganado es otro de los problemas medioambientales derivados de nuestro gran apetito por la carne. **************** Reduciendo nuestro consumo de carne ayudamos a preservar el planeta, también contribuimos a disminuir el sufrimiento animal y de paso estaremos más saludables. Mejor dicho: ganamos todos.
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"Sin presión no hay diamantes" --Thomas Carlyle
Es imposible vivir una vida libre de adversidad. A todos, en algún momento, nos tocará enfrentar momentos desfavorables.
Y la manera como reaccionamos ante tales circunstancia determinará en gran medida la dimensión de nuestra vida. Si permitimos que un contratiempo se convierta en una derrota definitiva, terminaremos viviendo vidas más pequeñas, de menos alcance de lo que hubieran podido ser. Por el contrario, si podemos hallar sabiduría en los infortunios, y la utilizamos para crecer, para convertirnos en seres más valientes y decididos; estaremos mejor capacitados para emprender proyectos más grandes y ambiciosos y, de esta manera, acabaremos viviendo vidas más emocionantes y satisfactorias. “Lo que no nos mata, nos hace más fuertes”, afirmó Friedrich Nietzsche. Es común que cuando nos vemos enfrentados a duras pruebas, descubramos habilidades ocultas, y también que tengamos una medida más precisa de lo que somos capaces de soportar. Es muy difícil saber qué tanto resistimos si jamás hemos sido puestos a prueba. Está bien documentado por las investigaciones que cuando las personas son capaces de sobreponerse a la adversidad, se convierten en mejores versiones de sí mismas. Incluso algunos psicólogos piensan que el más alto nivel de crecimiento y desarrollo personal (como lo pensaba también Nietzsche), está solo disponible para aquellos que han superado grandes adversidades. Así lo expresó la psiquiatra Elisabeth Kubler-Ross (1926-2004): Las personas más hermosas con que nos hemos relacionado son aquellas que han conocido la derrota, la lucha, el sufrimiento, la pérdida, y han encontrado la manera de salir del abismo. Estas personas tienen un aprecio, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de compasión, de dulzura, y de un profundo interés amoroso. La gente hermosa no surge por casualidad.
El doctor en psicología James Pennebaker investiga sobre la relación que existe entre el lenguaje y la recuperación de los infortunios. Sus averiguaciones encontraron que las personas que escriben sobre las adversidades que han afrontado se recuperan más pronto.
No obstante, la sanación no se produce por el hecho de desahogarse en el papel, para que ella ocurra, debemos ser capaces de extraer sabiduría de dicha circunstancia, debemos entender las causas y aquello de provecho que podemos aprender. En el estupendo libro La hipótesis de la felicidad, su autor Jonathan Haidt, describe el método de escritura curativa aplicado por el doctor Pennebaker: No importa qué tan bien o mal preparado se encuentre cuando aparezcan problemas, en los meses siguientes, en algún momento agarre un pedazo de papel y empiece a escribir. Pennebaker sugiere que escriba de forma continua durante quince minutos al día, durante varios días. No se edite o censure a sí mismo; no se preocupe por la gramática o la estructura de la oración; simplemente continúe escribiendo. Escriba sobre lo que pasó, cómo se siente al respecto y por qué se siente de esa manera. Si no le gusta escribir puede utilizar una grabadora. Lo fundamental es conseguir que afloren sus pensamientos y sentimientos sin imponer ningún orden sobre ellos; al cabo de unos días, es probable que surja por sí solo un poco de orden. Antes de concluir su última sesión, asegúrese de que ha hecho todo lo posible para responder a estas dos preguntas: ¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Qué provecho podría yo sacar de aquí?
Antes de leer el libro de Haidt, yo ya venía practicando un tipo de escritura similar a la que propone James Pennebaker, y puedo dar fe de los inmensos beneficios que aporta. Son muchas las mañanas que me he visto sorprendido y deleitado por el repentino entendimiento de situaciones por las estoy pasando.
También estoy convencido que tras superar duros contratiempos ganamos fortaleza y sabiduría. Es muy cierto el viejo dicho: "No hay mal que por bien no venga".
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"Tratar a los demás como uno quisiera ser tratado es el medio más seguro de agradar que yo conozco" —Conde de Chesterfield
Los seres humanos somos, por amplio margen, la especie más social del planeta. Para sobrevivir y ser felices necesitamos de la manada.
Otras especies también son híper-sociables: las hormigas, las abejas, los chimpancés, pero ninguna otra llega al grado de sociabilidad nuestro. Así que madre naturaleza, en su gran sabiduría, grabó en nuestro genes la información necesaria para crear fuertes lazos dentro de la manada. La norma que está grabada en nuestros genes, y que permite el buen funcionamiento de las comunidades se llama: Reciprocidad. Cuando alguien hace algo por nosotros, sentimos la obligación de devolver el favor. La reciprocidad ayuda a que las comunidades prosperen. Cuando los individuos se benefician de los recursos de un grupo, se ven impulsados a contribuir a cambio con sus propias habilidades, recursos o esfuerzo. Si esto no ocurre, si alguien se beneficia y luego no aporta, es considerado como un ingrato y despreciado por el grupo. Todos hemos visto la indignación que causa en los trabajos en grupo, que alguien no haga su parte y luego pretenda beneficiarse del esfuerzo de los demás. Muchas empresas son conscientes de nuestra predisposición a reciprocar e intentan aprovecharse de ella. Esa es la razón por la cual se dan muestras gratis, o los vendedores de planes vacacionales dan invitaciones a cenas y espectáculos antes de ofrecer sus maravillosos planes. Inclusos los cándidos Hare Krishnas la utilizaban, durante un tiempo estuvieron regalando flores a los transeúntes antes de solicitarles una contribución. Cuando las personas descubrieron su artimaña, esta dejó de funcionar. Y es que la reciprocidad deja de funcionar cuando nos damos cuenta que están intentando usarla para sacar partido de nosotros. Así que la próxima vez que una empresa o vendedor te ofrezca una prueba gratis, tómala sin remordimiento; el que se aprovecha de una aprovechador está libre de culpa. Ladrón que roba a ladrón tiene mil años de perdón. Ahora bien, el principio de reciprocidad es también considerado la regla de oro de la ética, el principio moral por el cual todos deberíamos regirnos. Esta se halla presente en todas las religiones y filosofías del mundo. En una de las charlas de Confucio, Zigong pregunta: “¿Existe una sóla palabra que pudiera servir de guía para toda nuestra vida?” Y el Maestro respondió: “¿no debería ser esta ‘reciprocidad’? Lo que no deseas para ti mismo, no lo hagas a otros”. En el judaísmo, cristianismo, budismo y todas las demás, la misma regla aparece como la norma más importante de la doctrina: no hagas a otros lo que no te gustaría que te hiciera. La realidad es que esta es una norma fácil de entender y de una tremenda sabiduría. Siempre que tengamos dudas de cómo proceder con nuestros compañeros de trabajo, pareja, hijos, amigos y hasta los enemigos; preguntémonos, ¿cómo me gustaría que me trataran a mi? Fácil de entender, no tan fácil de hacer.
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"Cambia tus pensamientos y cambiará tu mundo" —Norman Vincent Peale
Los estudiantes de un viejo y sabio maestro —cuenta una antigua historia— le preguntaron cuales eran las cosas que habían cambiado en su vida después de encontrar la sabiduría.
El viejo maestro respondió: “Antes de ser sabio, yo solía cortar leña y cargar agua”; hizo una corta pausa y prosiguió: “ahora, después de la iluminación, corto leña y cargo agua”. Una investigación realizada por la doctora en psicología Amy Wrzesniewski, cuyo campo de investigación trata sobre cómo las personas le damos significado a nuestro trabajo, vino a confirmar lo que el viejo maestro comprendió. No es el oficio lo importante, es el sentido que nosotros le damos al mismo. O como lo diría el filósofo romano Boecio: “Nada es miserable a menos que usted lo considere así. Y por otra parte, nada le produce felicidad a menos que esté contento con ello”. La investigación de la doctora Wrzesniewski se realizó con trabajadores de hospitales que realizaban labores de aseo y mantenimiento. Dicho estudio encontró que los participantes, al mismo empleo, le daban tres significados distintos. Para unos era un empleo nada más, para otros era un oficio y otros lo consideraban una contribución. Para el primer grupo su trabajo no era nada más que una transacción comercial, ellos intercambiaban su esfuerzo por dinero, y, como en la mayoría de operaciones comerciales, lo que buscaban era maximizar los beneficios obtenidos (es decir: hacer el menor esfuerzo y obtener el mayor provecho: mejores prestaciones, horarios, vacaciones, etc.) El segundo grupo, quienes veían su trabajo como un oficio, se involucraban en él con la mentalidad del artesano. Esta mentalidad consiste en el deseo por superarse, por ser cada día mejor en su arte. Estos trabajadores reportaron una mayor motivación y satisfacción en su día a día. Superarse a sí mismo, ser cada día mejor es fuente de una gran satisfacción personal. Hace unos años, mientras me encontraba desempleado, tuve la oportunidad de trabajar limpiando los baños de un edificio recién construido, que pronto iba ser entregado a sus propietarios. Debido a que nunca había hecho esa labor, mi rendimiento estaba muy por debajo del de mis compañeros. Así que si quería conservar el empleo, mejor sería que aprendiera a trabajar con mayor eficiencia. Con el fin de aumentar la velocidad de mi trabajo empecé a realizar experimentos (que si utilizar poca agua, que si utilizar mucha, que empezar por el piso y luego por las paredes, que si al contrario…). También era meticuloso midiendo el tiempo que tardaba limpiando un baño, de esta manera sabía si el experimento funcionaba o había que descartarlo. Esta forma de trabajar, enfocado en mejorar, como lo hacen los artesanos, hizo que me la pasara estupendo haciendo una labor considerada aburrida por muchos; en otras palabras: fui feliz limpiando baños. Tristemente esta historia no tiene un final feliz, a pesar de mis esfuerzos y lo bien que me la pasaba, mi progreso no fue el suficiente para evitar que me despidieran a los pocos días :( El tercer grupo eran los que consideraban su empleo como una contribución que realizaban en beneficio de otros. Para ellos su labor no era solo la forma de ganarse el pan, también era como le daban significado a su vida. Estos trabajadores eran los que consideraban, como en realidad ocurre, que con su esfuerzo estaban contribuyendo a curar a los pacientes del hospital en el cual trabajaban. Entendían que mantener las instalaciones limpias y desinfectadas era importante para el bienestar de los enfermos. Este último grupo eran quienes exhibían una mayor satisfacción con su trabajo. El trabajo es una parte trascendental de nuestro bienestar emocional, no sólo es la forma como nos ganamos el pan, también puede ser fuente de felicidad y satisfacción. Cuando le preguntaron a Sigmund Freud cuál era el secreto de la felicidad, respondió: “Amor y trabajo, trabajo y amor; no hay nada más”. Existen dos rutas que conducen a un empleo que nos brinde felicidad y satisfacción. La primera es el camino de la pasión; aquí se trata de encontrar que es lo que más nos gusta hacer, o como lo llamaría sir Ken Robinson: hallar nuestro elemento. Luego, debemos descubrir como aquello que nos apasiona puede satisfacer una necesidad de las personas. Por ejemplo, al que le gusta mucho aprender, luego puede ganarse la vida enseñando. La segunda opción es cambiar la manera de pensar sobre nuestro empleo. Cómo descubrió el viejo maestro, es el significado que le damos a nuestro trabajo lo que lo hace agradable o penoso. Si no nos encontramos del todo a gusto en él, podemos encararlo como si fuera un arte, luchar todos los días por mejorar y hacerlo de la manera más eficiente posible. También le podemos dar significado. Si conectamos nuestro esfuerzo con un beneficio para otras personas (familia, clientes, compañeros, jefes) hallaremos también una mayor satisfacción. Aunque algunos factores externos pueden afectar la calidad de nuestra vida, la realidad es que son nuestros pensamientos los que determinan de manera abrumadora si somos felices o no. Cambiar nuestros pensamientos significa cambiar nuestro mundo.
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"El éxito no es nada más que unas pocas simples disciplinas practicadas todos los días"
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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