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Deja de perder tiempo en lo superficial, ve a los fundamentos

28/2/2017

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"Primero, domine los fundamentos" —Larry Bird

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La meditación es un concepto que durante los últimos años ha despertado un enorme interés.

Cada vez abundan más los estudios científicos llevados a cabo con modernísima tecnología, que prueban los beneficios de dicha práctica.

Hoy nadamos en información sobre el tema.

El New York Times, por ejemplo, envía cada semana, a quien se suscriba, un correo con artículos sobre bienestar, y en este, además de información sobre nutrición, ejercicio, relaciones, siempre va incluido algo sobre meditación.

El prestigioso medio incluso tiene una colección sobre cómo meditar en la vida real: meditar mientras estamos en el dentista, meditar mientras comemos chocolate, meditar mientras preparamos el café...

Precisamente esta serie de artículos sobre cómo meditar en cualquier lugar, me recordó la gran cantidad de tiempo y esfuerzo que nos podemos ahorrar si, en lugar de información incompleta y superficial, nos enfocamos en aprender los principios fundamentales de algún dominio.

Si queremos de veras aprender sobre un tema, resulta mucho más eficaz leer un par de libros (quizá tres) de expertos en el asunto. Es mucho más probable que de esta manera, hallemos los principios básicos que rigen ese campo.

Si entendemos bien en qué consiste meditar, sus principios fundamentales, podremos hacerlo en cualquier lugar sin tener que leer un artículo específico para cada sitio.

John T. Reed, autor del libro Succeeding (Triunfando), ofrece claro consejo sobre este asunto: ​
Cuando empiezas a estudiar una especialidad, parece que tienes que memorizar un montón de cosas. No es así. Lo que necesitas es identificar los principios básicos —generalmente de tres a doce— que gobiernan el campo. Así, el millón de cosas que pensaste que tenías que memorizar, resulta que son simplemente diversas combinaciones de los principios básicos.
Cuanto más conoces los fundamentos, menos información necesitas.

Si hubiera entendido esto mucho antes me hubiera ahorrado un montón de tiempo y dinero.

Hace algunos años empecé a leer con fervor sobre nutrición y ejercicio. Cada mes compraba cuanta revista encontraba sobre aquello.

En cada edición encontraba una dieta (milagro) diferente, un nuevo producto (milagro) diferente, un plan de entrenamiento (milagro) diferente. «Entrena como el campeón del mundo», «entrena como el que quedó después del campeón del mundo», «entrena como el que los expertos opinan va a ser el próximo campeón del mundo», y así sucesivamente.

Toda esa cháchara irrelevante me la hubiera ahorrado si desde el principio hubiera comprado un par de buenos libros.

Habría aprendido los principios fundamentales, y hubiera estado en capacidad de diseñar mis propias rutinas de ejercicio y mi plan de alimentación. Qué es lo que por fortuna puedo hacer hoy.

Albert Einstein entendió el valor de los fundamentos desde muy joven:
Muy pronto aprendí a reconocer aquello que era capaz de llevarme a los fundamentos, y dejar a un lado todo lo demás, a ignorar la gran cantidad de cosas que no hacen sino confundir la mente.
Hoy en día abunda la información, pero no por ello entendemos mejor.

En internet y en las redes sociales, circula una enorme cantidad de datos superficiales que no son suficientes para conocer algo en profundidad, pero que producen en nosotros la ilusión del conocimiento.

Este es el caso de los artículos en forma de lista (listicles, en inglés) que proliferan en la red: “10 cosas que te harán más exitoso”, “Tres claves para relaciones más apasionadas”, “Cuatro secretos para causar una gran primera impresión”. Estos, de ninguna manera, te van ayudar a resolver los problemas más apremiantes de tu vida: 30 segundos de lectura no bastan para transformarnos.

Este tipo de contenido lo único que hace es atiborrar nuestra mente con información irrelevante, que no nos va a permitir tomar buenas decisiones.

Y la calidad de nuestra vida depende en gran parte de la calidad de las decisiones que tomamos.
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Los peligros del pensamiento colectivo

27/2/2017

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"Ningún argumento racional, tendrá un efecto racional, sobre un hombre que no quiere adoptar una actitud racional" —Karl Popper

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Gracias a Federica Campanaro por la imagen (clic sobre ella para más info.)
La división del trabajo fue un fenómeno que surgió en todo el mundo a través de todas las culturas.

Cuando algo ocurre de esta manera existe una gran probabilidad de que su origen sea biológico. Es decir, que la selección natural ha favorecido a los genes que fomentan el trabajo especializado.

Quizá la primera y más básica división del trabajo ocurrió entre hombre y mujer. Esto escribe el influyente escritor científico Matt Ridley en su libro El optimista racional:
Hay una clara explicación económica para la división sexual del trabajo entre las comunidades cazadoras y recolectoras. En términos de nutrición, las mujeres generalmente recogían hidratos de carbono, mientras que los hombres contribuían con valiosas proteínas. Combine las dos (las calorías predecibles de las mujeres y las proteínas ocasionales de los hombres) y obtiene lo mejor de ambos mundos. Por un poco de esfuerzo extra las mujeres consiguen comer una buena proteína sin tener que cazarla; los hombres ahora saben dónde van a obtener la próxima comida si la caza falla y no matan al ciervo. Este hecho facilita que los hombres pasen más tiempo persiguiendo ciervos y, por lo tanto, es más probable que puedan cazar uno. Todo el mundo gana, el intercambio produce beneficios. Es como si la especie tuviera ahora dos cerebros y dos almacenamientos de conocimiento en lugar de uno: un cerebro que aprende sobre la caza y un cerebro que aprende sobre de la recolección.
La división del trabajo generó (y sigue generando) gran prosperidad a nuestra especie. Gracias a la especialización, una persona no precisa saber producir todos los bienes necesarios para sobrevivir. Basta con que produzca uno y luego, debido al intercambio, puede procurarse los demás.

La división del trabajo es entonces una forma de distribuir el conocimiento: unos saben hacer esto, otros aquellos, y toda la especie humana se beneficia cuando los bienes son transados.
En algún momento, la inteligencia humana se volvió colectiva y acumulativa de una manera que no sucedió a ningún otro animal. Continúa M. Ridley.
Por esta razón, no necesito saber como construir un ventilador, o un refrigerador o un coche para poder operarlos y beneficiarme de ellos. 

Sin embargo, esta dependencia del conocimiento de los demás nos causa grandes problemas en otros ámbitos, como por ejemplo el político.

Puede ocurrir (y con frecuencia ocurre. ¿Recuerdas al Presidente Trump?) que escuchamos una opinión sin fundamento alguno de algún “experto” en la televisión o en la radio, y si esa opinión (aunque equivocada) es presentada de forma convincente, la adoptamos.

Luego vamos y contamos esa “verdad”, que acabamos de conocer, a dos familiares que confían en nuestras opiniones, y ya somos tres los creyentes.

La cosa se complica aún más si tenemos en cuenta que el sesgo de confirmación (la tendencia a favorecer la información que confirma nuestras creencias previas y a descartar la que las contradice) dificulta que cambiemos de opinión.

Son muchas las investigaciones que han encontrado que las personas, aunque se les presente evidencia que demuestra que su opinión está equivocada, se niegan a cambiarla. Juzgan dicha información como poco confiable.

Algunos científicos cognitivos como los profesores Philip Fernbach y Steven Sloman, autores del libro The Knowledge Illusion: Why We Never Think Alone (La ilusión del conocimiento: porque nunca pensamos solos), creen que la razón humana surgió, no para permitirnos resolver problemas abstractos, lógicos o incluso para ayudarnos a extraer conclusiones de datos desconocidos; sino que se desarrolló para resolver los problemas surgidos a raíz de la convivencia dentro de grupos de individuos que colaboran entre sí: “La razón es una adaptación al nicho hipersocial en que los humanos han evolucionado”.

Entonces, la cosa ocurre más o meno así. Escuchamos una opinión superficial de un “experto”, y debido a que nuestra mente es propensa a confiar en el conocimiento ajeno, adoptamos esa idea. A continuación contamos esa errada novedad a otros que confían en nosotros, y ya somos más los despistados. Después, por el sesgo de confirmación, esa "sabiduría" es difícil de cambiar.
Por regla general, las sentimientos vehementes sobre diversos asuntos no surgen de una comprensión profunda…  Así es como el conocimiento comunitario puede llegar a ser peligroso, observan Sloman y Fernbach.
No obstante, otros estudios han encontrado que cuando se le pide a las personas que expliquen con detalle sus opiniones políticas, con todas sus posibles consecuencias e implicaciones, estas se dan cuenta de su falta de conocimiento, mostrándose entonces más dispuestos a adoptar una nueva opinión.
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Así es como Charlie Munger, la mano derecha de Warren Buffett, y un hombre conocido por su extraordinaria racionalidad, evita caer en errores de razonamiento.

​Munger no se permite sostener una opinión hasta que es capaz de argumentar en contra de la misma mejor que cualquier otra persona. Esto, por supuesto, lo obliga a conocer en profundidad el tema sobre el cual va a juzgar.


​Todos deberíamos cultivar un sano escepticismo con respecto a nuestras opiniones. No existen motivos para pensar que solo demás son vulnerables a estos fallos. Cada uno de nosotros lo somos.

Y como dijo Michel de Montaigne:
La mejor prueba de estupidez es el aferramiento obstinado y ardiente a la opinión de uno.
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Ni tan culpable, ni tan inocente

23/2/2017

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"Cuando culpas y criticas a los demás, estás eludiendo algo de verdad sobre ti mismo"
​—Deepak Chopra

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Gracias a Milada Vigerova por la imagen (clic sobre ella para más info.)
Hace unos años tuve una compañera de oficina que tenía una única explicación para todo lo malo que le ocurría: la culpa es de los demás.

Mientras conversaba con ella no dejaba de asombrarme como, con singular habilidad, le daba la vuelta a todo para que la responsabilidad de sus desdichas recayera siempre sobre alguien más. Jamás ella.

Cosa que hasta cierto punto me causaba envidia, pues mi caso era el opuesto: yo siempre me las arreglaba para culparme de todo.

No es que anduviera reconociendo públicas culpas a diestro y siniestro. De cara a la peña, para evitar consecuencias molestas o agobios innecesarios, me defendía con brío y resolución.

Pero al interior, en mi conciencia, el culpable siempre era el mismo: yo. Si no era el responsable absoluto, cuando el error pertenecía a otro, me las ingeniaba para que, al menos, aunque sea una astilla de culpa fuera mía. Fallaba por acción o por omisión, pero siempre fallaba.

Por supuesto que ninguna de las dos actitudes es saludable.

Cuando los responsables siempre son los demás, cuando nada es nuestra culpa, nos privamos a nosotros mismos de valiosas oportunidades de reflexión y crecimiento.

Para ir menguando nuestras deficiencias y puliendo las imperfecciones, necesitamos primero saber que existen. Solo cuando reconocemos nuestros fallos podemos corregirlos.

Ahora bien, que todo sea nuestra culpa, significa andar por terreno peligroso. Asumir que la responsabilidad de cuanta cosa mala nos pasa es nuestra, es una vía que conduce a la infelicidad y puede incluso llevarnos hasta la depresión.

Las investigaciones del prominente psicólogo Martin Seligman encontraron que una de las cosas que hacían a las personas a deprimirse era tener un patrón explicativo interno de los eventos negativos.

Las personas que explican sus desgracias con causas exteriores tienen menos probabilidades de deprimirse que quienes se culpan así mismos de todo.

Ya lo dice el popular refrán: «Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre». En este caso, como en muchas otras cosas de la vida, la actitud sana se encuentra en el medio.

Cultivar un punto de vista equilibrado es la mejor manera de evitar los nocivos extremos. Y la mejor manera,  que conozco, de cultivar un punto de vista equilibrado es por medio de la meditación.

Un estudio publicado por la doctora en psicología Erika Carlson encontró que la meditación ayuda a conocernos a nosotros mismos y a disminuir los sesgos tanto positivos como negativos con los cuales nos vemos.
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Y gracias a la meditación, ya no me siento responsable hasta de los presidentes que se eligen en las superpotencias. Uff, ¡que alivio!
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a menos de un metro... del éxito

22/2/2017

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"Déjeme decirle el secreto que me ha llevado hasta mi objetivo. Mi fortaleza reside solamente en mi tenacidad" —Luis Pasteur

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El fin de semana pasado, vía The Art of Manliness, leí la historia de ‘La regla de tres pies’.

La cosa va más o menos así. Durante la fiebre del oro, un chico de Maryland se le ocurrió escarbar su camino hacia la riqueza, y se trasladó a Colorado para probar suerte.

Y fue afortunado. El feliz minero encontró una veta de inusual riqueza. Tan grande era que los medios manuales con los que trabajaba (pica y pala) resultaban inadecuados: necesitaba maquinaria.

Así que regresó a Maryland para contarle a sus amigos su gran descubrimiento, la gran oportunidad de inversión que ello significaba y la necesidad de comprar el equipo necesario.

Tomó el dinero que recogió y compró los aparatos que necesitaba. Pronto estuvo extrayendo con facilidad valioso material dorado de la tierra.

Sin embargo, la dicha no duró mucho. Un día, de repente, el oro no apareció más. De la tierra extraían tierra, nada más.

Los desilusionados mineros vendieron la ‘exhausta’ mina junto con la maquinaria a un comerciante de segunda mano y regresaron a su tierra natal.

El comerciante, perspicaz y astuto, hizo examinar el terreno por algunos expertos que rápidamente descubrieron que en ese preciso lugar había ocurrido un deslizamiento de la corteza de la tierra que había dividido el yacimiento de oro en dos. Solo era cuestión de excavar un poco más para continuar con el jolgorio.

Bastaron solo tres pies (91 cms) de profundidad para encontrar de nuevo la beta. El aventurero de Maryland se quedó a menos de un metro de una inmensa fortuna.

Esta historia apareció originalmente en el libro The Technique of Building Personal Leadership (1944) y su autor, Donald A. Laird, compró una regla de tres pies para recordar, cuando las cosas se pusieran difíciles, que no debía darse por vencido y 'continuar excavando'.

Una de las cualidades que podemos encontrar en TODOS aquellos que alcanzan grandes objetivos es la persistencia.

No existe la victoria fácil. Siempre, en el viaje hacia nuestros sueños, podemos contar con que las dificultades y los tropiezos se van a presentar.

Es la decisión inquebrantable de seguir luchando la que con frecuencia distingue a aquellos que lo consiguen de los que se quedan por el camino.

Antes de convertirse en el escritor superventas que es hoy, Stephen King estuvo acumulando sin desmayo, durante años, las cartas que los editores le enviaban negándose a publicar sus obras. Las iba colgando en un clavo que había puesto en la pared, hasta que un día el clavo no aguantó más tanto rechazo. El autor, entonces, puso una estaca en su lugar y continuó clavando las cartas ahí.

Actores como Sylvester Stallone, Jim Carey, Harrison Ford y muchos otros, permanecieron arruinados durante gran parte de sus vidas antes de conocer el éxito. Solo su fiera determinación los mantuvo luchando por sus sueños.

Charles Darwin estuvo investigando durante décadas antes de hallar la solución al enigma que lo martirizaba.

Yo se que esto es más fácil decirlo que hacerlo. Se requiere una mente obstinada para no desilusionarse ante el fracaso continuo.

Cuando nos dicen “no”, resulta tentador pensar “lo intenté y no se pudo”, y a otra cosa mariposa. Yo he caído en esta trampa unas cuantas veces en mi vida, y aún hoy siento que debo estar vigilante para no abandonar cuando las cosas se ponen cuesta arriba. Es una amenaza constante sobre la cual tengo que mantener los ojos abiertos.

Nada que valga la pena en la vida se consigue sin un gran empeño.

Convertirse en un profesional competente o en un gran artista; crear un negocio apasionante; tener un hogar donde abunde el amor, la compasión y el respeto; permanecer saludable a una edad avanzada... todas estas son cosas que requieren grandes dosis de sacrificio y perseverancia, pero que bien valen el esfuerzo que demandan.

Así que ante tu próximo gran reto, ten cuidado de no abandonar cuando solo restan tres pies de distancia.
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La madurez que (no) llega con los años

20/2/2017

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"La edad es solo un número. La madurez es una decisión" —Harry Styles

"La madurez es saber cuándo ser inmaduro" —Randall Hall

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Gracias a David Siglin por la imagen (clic sobre ella para más info.)
Una de las cosas que más me ha sorprendido, ahora que voy avanzando con paso presuroso por la cuarta década, es que la tan esperada gran dama; a saber: doña Sabiduría, siguen sin presentarse.

Contrario a lo que promete el saber popular, el paso de los años no es garantía de mayor y mejor entendimiento. No por ser más viejos nos volvemos más doctos.

Con frecuencia me veo desconcertado por las mismas dudas e inquietudes que me desconcertaban en mis veinte.

Y muchas de las cosas que me causan alegría no son ni siquiera juveniles, sino infantiles. Lo cual, por supuesto, me parece más una bendición que un infortunio.

Entonces me pregunto, «¿seré solo yo?», pero cuando miro a la peña alrededor, compruebo con pesar que el mal es general. Al igual que Peter Pan, nos negamos a crecer.

No importa si estamos en nuestra tercera, cuarta o ¡sexta! década de vida, seguimos siendo aporreados con frecuencia por los celos, los caprichos, la vanidad, el egoísmo, la inseguridad y los errores de juicio.

Leyendo los deliciosos Ensayos, del espléndido Robert Louis Stevenson, me encontré un bello párrafo sobre este asunto:
Reconocemos aquí el modo de pensar de nuestra mocedad; y nuestra mocedad cesó… ¿cuándo cesó? No creo que a los veinte; tampoco quizá, completamente, a los veinticinco; a los treinta, quizá todavía no; y, para ser completamente franco, es posible que estemos todavía en la plenitud de aquel arcádico período. Porque así como la raza de los hombres, después de siglos de civilización, conserva todavía algunos rasgos de sus bárbaros antecesores, así el ser individual no está del todo desgajado de su juventud cuando ha llegado a ser anciano y respetable, y lord canciller de Inglaterra. Vamos avanzando en años, a la manera como un ejército invasor se va apoderando de tierras yermas. La edad que hemos alcanzado la sostenemos, como si dijéramos, con una avanzadilla, pero seguimos teniendo comunicación abierta con la extrema retaguardia y con las primeras iniciaciones de la marcha. Allí está nuestra verdadera base. Allí está, no sólo el origen, sino también la fuente perenne de nuestras facultades; y el abuelo William, si alguna vez así lo desea, puede retirarse a la verde selva encantada de su mocedad.
Que los años no vienen necesariamente acompañados de sabiduría es algo que han notado no sólo los literatos como Stevenson, también los científicos. Varios estudios han encontrado que la correlación entre edad y sabiduría es cero.

Así que, según parece, la sabiduría es más una cuestión de decisión que una consecuencia; y la buena noticia es que podemos adquirirla a cualquier edad.
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Como pasar de nervioso a Imparable

16/2/2017

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"Tienes que reconocer que el riesgo de avanzar hacia tus sueños es mucho menor que el lento y cotidiano castigo que te impones a ti mismo al destruir tu sueño" —Mel Robbins

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Gracias a Brooke Lark por la imagen (clic sobre ella para más info.)
Hace unos días, mientras veía una entrevista que realizaron a Mel Robbins, la autora del libro La regla de los 5 segundos, salté de mi asiento gritando: «¡ajá, lo sabía!»

Y de inmediato vinieron a mi mente las palabras de Ralph Waldo Emerson:
En cada obra de genio volvemos a encontrar nuestros pensamientos propios menospreciados tantas veces; vienen a nosotros con una majestad extranjera… Mañana un extraño dirá, con la autoridad del buen sentido, lo que nosotros habíamos creído y pensado siempre, y tendremos que recibir, vergonzosamente, nuestra propia opinión de manos de otro.
Durante su entrevista Robbins comentó sobre los resultados de algunas investigaciones científicas en el campo de la psicología.

Pues bien, resulta que esos estudios encontraron algo que yo mismo había experimentado. Y como lo dijo Emerson: recibí de manos de otro mi propia opinión.

¿Y qué era aquello que había descubierto y confirmé por boca de otro? Que la ansiedad y el nerviosismo se transforman con facilidad en entusiasmo.

En varias ocasiones me he sorprendido (¡y complacido!) al advertir que mi nerviosismo ha mutado con asombrosa rapidez en entusiasmo y euforia.

Antes de dar una charla o un taller muchas veces me encuentro nervioso; sin embargo, al poco tiempo estoy emocionado y lleno de energía.

No, no... no sufro de ningún trastorno de personalidad múltiple, si eso es lo que estás pensando (aunque mi mujer no lo descarta).

Ocurre que la ansiedad y el entusiasmo son dos emociones que se manifiestan de igual manera en nuestro organismo.

Cuando estamos nerviosos se nos aceleran las pulsaciones, segregamos cortisol y nuestro cuerpo se prepara para la acción. Eso mismo ocurre, punto por punto, cuando nos invade el entusiasmo.

Por ello, dado que los síntomas son iguales, transformar el miedo en entusiasmo está a nuestro alcance. Si cambiamos nuestra narrativa interna, lo que nos decimos, podemos hacer que el cerebro interprete las cosas de una manera diferente, de una manera que esté más acorde con nuestros objetivos y que nos ayude a movernos en la dirección que deseamos.

Sin embargo, cuando estamos nerviosos es más común que optemos por una estrategia mucho más difícil de llevar a cabo: calmarnos.

Pasar del miedo a la calma es más complicado que pasar del miedo al entusiasmo.

Decirnos a nosotros mismos (mediante el pensamiento, o mejor aún, en voz alta): «Estoy emocionado de poder dar esta charla», o «estoy emocionado de ir a presentar esa entrevista», o «me emociona mucho invitarla a salir», hace que el cerebro interprete las cosas de manera positiva y contribuya a ponernos en un estado de ánimo que favorece el éxito.

En lugar de ver la situación como una amenaza la replanteamos como una oportunidad, de crecimiento o de lograr algo que es importante para nosotros.

Las investigaciones a las que se refería Robbins encontraron que las personas que se decían a sí mismas: «estoy emocionado» en lugar de «estoy nervioso», lo hacía significativamente mejor en pruebas matemáticas, en presentaciones públicas y hasta ¡cantaban mejor en el karaoke!

Y como la práctica hace al maestro, en este momento me estoy diciendo: «estoy emocionado de darle al botón ‘publicar’ con este artículo».
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Una sola decisión basta para cambiar tu vida

14/2/2017

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"Es en los momentos que decides cuando se forja tu destino" —Tony Robbins

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Gracias a Christopher Campbell por la imagen (clic sobre ella para más info.)
Hay cosas en la vida que no controlamos.

No controlamos donde nacimos; si nuestro hogar era pobre o acomodado. No controlamos los ciclos económicos y el nivel general de empleo.

No controlamos nuestro nivel innato de inteligencia y talento, aunque los podemos modificar luego.

Sin embargo, aunque aquello que no controlamos influye, la calidad de nuestra vida está determinada por las cosas que sí están bajo nuestro control: nuestras decisiones.

Somos nosotros los que decidimos si…

Vamos al gimnasio o dormimos un hora más.

Netflix o un libro.

Pizza o ensalada.

Agua o Coca-Cola.

Fruta o tarta.

Nos sentamos a jugar con nuestros hijos o les damos la tableta para que se entretengan.

Aprendemos nuevas habilidades o nos vamos de fiesta.

Tomar la iniciativa y arriesgar o permanecer en la zona de confort.

Todas estas decisiones que vamos tomando durante el día, cada día, se van amontonando, componiendo, y son las que al final definen la calidad de las relaciones que tenemos, nuestro nivel de inteligencia, la salud de la cual gozamos, la prosperidad y, en últimas, son nuestras decisiones las que determinan nuestro nivel de felicidad y satisfacción con la vida.

Lo mejor de todo es que estamos a una sola decisión, la siguiente, de empezar a cambiar nuestra vida. Solo basta eso, una decisión.

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Como reconfigurar tu mente para mayor felicidad

9/2/2017

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"La felicidad no es algo que pospones para el futuro. Es algo que diseñas para el presente"
​—Jim Rohn

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Gracias a Kosal Ley por la imagen (clic sobre ella para más info.)
Por razones evolutivas nuestro cerebro le da una importancia mucho mayor a los eventos negativos que a los positivos. Esto, a su vez, tiene un efecto adverso en nuestro bienestar emocional general.

En este vídeo te explico una forma para compensar ese sesgo negativo y desarrollar una visión del mundo más equilibrada.

​Este es el enlace del vídeo: Como reconfigurar tu mente para mayor felicidad.
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Que es lo que hago cuando me entran dudas

8/2/2017

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"Nuestras dudas son traidoras, y nos hacen perder lo bueno que a menudo podriamos ganar por temer intentarlo" —William Shakespeare

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Gracias a Stephen Arnold por la imagen (clic sobre ella para más info.)
A veces es fácil. A veces nos levantamos llenos de optimismo y entusiasmo y nos sentimos imparables.

En esas ocasiones, tal es nuestra certeza que no nos cuestionamos si nuestros sueños se harán realidad. Nos preguntamos, «¿cuando?».

Porque no puede ser de otra manera. Vemos todo lo que nos esforzamos, el tiempo que dedicamos, lo mucho que hemos aprendido. Sabemos también que nuestro propósito es noble: queremos contribuir, ayudar. Ser parte de la solución.

Entonces, emprendemos nuestros quehaceres diarios, jubilosos; incluso hasta nos descubrimos silbando una alegre canción. Y sonreímos otra vez.

Otras veces no es así de fácil. Por alguna rendija de lo que hasta ese momento parecía una indestructible mentalidad ganadora, se cuela la duda.

Entra como si fuera una especie de niebla negra y pesada que va oscureciendo todo a su paso. Donde antes había un camino amplio y luminoso, en el que tan felices marchábamos cantando, ahora hay solo penumbra.

Miramos con desesperación a un lado y otro en busca de alguna luz, alguna señal que nos indique por dónde seguir. Pero no hay nada, solo está la maldita niebla espesa.

Y en medio de esa oscuridad, se escuchan atronadoras, con su eco infinito, las voces del miedo y la desconfianza: «jamás lo vas a lograr», «¿quién te dijo a ti que serías capaz?», «¡déjalo ya y dedícate a algo más fácil, algo que esté a tu alcance!».

¿Y qué podemos hacer en días como esos? Bajar la cabeza y trabajar. O como nos aconsejó el fabuloso Neil Gaiman: hacer buen arte.
Vivir es a veces difícil. Las cosas van mal, en la vida y en el amor, y en los negocios, y en la amistad, y en la salud; y en todas las otras formas en que la vida puede ir mal. Y cuando las cosas se ponen difíciles, esto es lo que debe hacer.

Haz buen arte.

Lo digo en serio. ¿La esposa se fuga con un político? Haz buen arte. ¿Pierna aplastada y luego comida por boa constrictor mutante? Haz buen arte. ¿Te persigue hacienda? Haz buen arte. ¿El gato explotó? Haz buen arte. ¿Alguien en Internet piensa que lo que haces es estúpido o malo o ya se ha hecho antes? Haz buen arte. Quizá las cosas al final funcionarán de alguna manera, y eventualmente el tiempo quitará el aguijón, pero eso no importa. Haz sólo lo que haces mejor. Hacer buen arte.

Y hazlo también en los buenos días.
Y eso hice, miré al teclado y escribí. Y funcionó. Esta vez. Quizá la próxima no funcione y deba probar lo contrario: desconectar, hacer otras cosas que también disfruto y reanudar al siguiente día.

Porque con los días malos si que no hay duda, no es cuestión de si vendrán, la única pregunta que cabe es, ¿cuando?

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Ser lo que en realidad somos

7/2/2017

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"Cuando te complazcas siendo tú mismo, y no te compares ni compitas, todos te respetarán"
​—Lao Tzu, Tao Te Ching

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Gracias a Saksham Gangwar por la imagen (clic sobre ella para más info.)
Identificar nuestros valores, aquellas cosas que en realidad son importantes es un ejercicio que trae inmensa claridad a nuestra vida.

Conocer qué es lo fundamental para nosotros es la manera como podemos, en realidad, vivir la vida que nacimos para vivir. Esa vida que expresa nuestro mejor y más auténtico yo.

Las decisiones sobre lo que conviene o no conviene, de lo que se ajusta o no se ajusta , de lo que se relaciona o le es extraño a tu genuina e íntegra esencia, se hacen evidentes.

El cambio, dejar de ser lo que no somos y convertirnos en la persona que estamos destinados a ser, se hace, no fácil (nunca lo va  a ser), pero sí más sencillo. Y más urgente. Nos corre prisa por llegar al hogar, por habitar ese maravilloso lugar que es tu propia y única vida.

Sin embargo, muchas veces erramos el camino y miramos para otro lado, ocultamos lo que de verdad somos. Sobre esto nos advierte el sensato Parker Palmer:
Por miedo a que nuestra luz interior se extinga, o que nuestra oscuridad quede expuesta, escondemos nuestras verdaderas identidades el uno del otro. En el proceso, nos alejamos de nuestras propias almas. Terminamos viviendo vidas divididas, tan lejos de la verdad que tenemos dentro, que no podemos conocer la «plenitud que surge de ser lo que eres».
Vivir según nuestros valores nos libera de la tiranía de las comparaciones, o por lo menos, se aligera la presión con la que sus garras aprietan nuestras sienes.

Cuando nos sentimos cómodos con lo que somos, lo que hagan los demás, lo que tengan los demás, o cómo sean los demás, se vuelve irrelevante. El transcurrir de tus días se convierte en la más pura expresión de arte y belleza, la manera en como vives es la manifestación sublime de lo que TU consideras vivir, tu punto de vista. Y así, tu y tu vida se hacen únicos, confortablemente instalados por encima de cualquier comparación. Porque no es posible comparar lo que es de naturaleza tan singular y extraordinaria.

Un gran error que cometemos es buscar felicidad y grandeza donde no se encuentran. Menospreciamos la sencillez y la naturalidad. Parece que una vida en la cual no se conquistan grandes metas, o no se acumulan extraordinarias riquezas y fama es una vida minúscula, una vida sin valor.

Michel de Montaigne, ese eterno sabio nos abre los ojos contra semejante disparate:
Somos grandes insensatos… «hoy no he hecho nada», decimos. «¡Cómo!, ¿no has vivido? Ésta es no sólo la fundamental, sino la más ilustre de tus ocupaciones»… «¿Has sido capaz de meditar y de regir tu vida? Entonces has realizado la tarea más grande de todas». Para mostrarse y dar fruto, la naturaleza de cada persona no necesita de riqueza y posición social. Se muestra igualmente en todos las clases, y lo mismo detrás de la cortina como sin ella. ¿Has sabido componer tu comportamiento? Si es así has hecho mucho más que el que ha compuesto libros. ¿Has sabido reposar? Has hecho más que quien ha conquistado imperios y ciudades. La grande y gloriosa obra maestra del hombre es vivir de modo conveniente. Todo lo demás, reinar, atesorar, edificar, no son más que pequeños apéndices y adminículos a lo sumo.
¿Y cómo podemos saber quienes somos? Escuchando. Retirándonos hacia nosotros mismo y prestando atención a lo que nuestro corazón tiene para decirnos, cuando el silencio de la tan necesaria soledad nos permite oír su suave pero luminosa voz.

Es así, cuando miramos con interés hacia dentro, como dejamos de ser lo que no somos y nos convertimos en lo que siempre debimos ser.
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    pablo a. arango

    Lector. Escritor. Coach. Emprendedor.
    Las Notas del Aprendiz está dedicado a ayudarte a comprender que significa vivir una gran vida y como puedes conseguirlo.
    Mi misión: Inspirar y guiar la transformación de las personas. Contribuir para que sean su mejor versión y puedan vivir con mayor felicidad y satisfacción.
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