"Libertad significa que estas libre de obstáculos para vivir tu vida como elijas. Cualquier cosa menos que eso es una forma de esclavitud" —Wayne Dyer
Emprender es duro, no conozco a ningún emprendedor que diga que el camino ha sido fácil y libre de angustia.
Sin embargo, a pesar del estrés, la incertidumbre y las jornadas maratónicas, los emprendedores se encuentran más satisfechos que los empleados. La mayoría, al ser preguntados, responde que prefiere su situación a estar trabajando bajo órdenes de otros. Una de las principales razones (quizá la principal) de esta preferencia radica en el control que el emprendedor tiene sobre su destino. Para los seres humanos el grado de control que ejercen sobre su vida tiene una fuerte relación con el grado de satisfacción con la misma. Como lo demuestran varias investigaciones, está en nuestros genes el anhelo de libertad. En el estupendo libro Genoma - La Autobiografía de Una Especie En 23 Capítulos, el autor, Matt Ridley, hace referencia a estudios científicos que demuestran que la falta de potestad sobre nuestras decisiones tiene severas consecuencias sobre nuestra salud. Algunas de las mejores revelaciones del modo en que la conducta altera la expresión genética proceden de los estudios de monos... Recordemos que somos chimpancés en un 98% y mandriles en un 94%. De modo que las mismas hormonas funcionan de la misma forma y activan los mismos genes en los monos. Hay un grupo de mandriles en África oriental cuyos niveles de cortisol en sangre se han estudiado cuidadosamente. Cuando cierto mandril joven se unía a un grupo nuevo, como suelen hacer los mandriles a una determinada edad, se volvía sumamente agresivo conforme luchaba por establecerse en la jerarquía de la sociedad de su elección. El resultado era un fuerte aumento de la concentración de cortisol (la hormona del estrés) en su sangre, así como en la de sus reacios anfitriones. A medida que aumentaba en sus niveles de cortisol —y testosterona—, también disminuía su recuento de linfocitos. Su sistema inmunológico llevaba el peso de su conducta. Al mismo tiempo, su sangre empezaba a contener cada vez menos colesterol unido a lipoproteínas de alta densidad —HDL—. Esta caída es el precursor típico del engrosamiento de las arterias coronarias. El mandril no sólo alteraba sus hormonas mediante su propia conducta, y por lo tanto la expresión de sus genes, sino que de ese modo aumentaba su riesgo a las infecciones y a la enfermedad de las arterias coronarias.
La falta de control sobre tu vida afecta gravemente tu salud. Por fortuna, aunque de manera tímida e insuficiente, algunas empresas están por fin entendiendo que la mejor manera de liberar el potencial de sus empleados no es a través de la micro-gestión y el control excesivo, y están abrazando modelos de gestión que dan mayor espacio a la iniciativa personal.
Aunque falta un gran camino por recorrer, saludemos que ya se empiezan a percibir vientos de cambio.
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"Una parte de mí sospecha que soy un perdedor, y la otra piensa que soy Dios Todopoderoso" —John Lennon
Ese día el plan de entrenamiento que estoy siguiendo para correr mi primer maratón decía: Domingo, 20 kilómetros ritmo. Y yo decía: «ni loco».
Una tranquila cena con amigos la noche anterior había durado más de lo previsto —en tiempo y en cubatas—, así que no me sentía con fuerzas suficientes para cumplir con lo que pedía mi programa. Tampoco estaba tan mal como para no hacer nada. Calculaba que dentro de mis posibilidades estaba una carrera de 10, 12, o como mucho 16 kilómetros. 20: descartados. Así que me calcé la zapatillas y salí a correr con mentalidad “veamos a ver que pasa”. Los primeros kilómetros transcurrieron como debían transcurrir: acusé la falta de sueño y me sentía cansado. Cero motivación para realizar un gran esfuerzo. No obstante, a medida que iba avanzando me fui encontrando cada vez mejor, así que decidí darle una oportunidad a los 16k. Para mayor sorpresa, cuando llegué al punto donde debía retornar, me encontraba tan bien que me lancé a por los 20. Decir que el trayecto de regreso fue muy agradable es quedarme corto: iba pletórico. Me sentía poderoso e imparable. A pesar del desmadre de la noche anterior, iba a cumplir con el plan. Incluso mi mente empezó a fantasear con lo que dirían mis amigos cuando les contara que había corrido 20 largos kilómetros. También llamaría a mis padres para saludarlos y, como quien no quiere la cosa, como el que cuenta que acaba de llegar de comprar el pan, les narraría con tono indiferente mi pequeña hazaña. Ahhh… cómo iba de contento mi adorable ego pensando en todas las muestras de admiración que iba a cosechar, estaba dichoso. Por fortuna, en ese momento desperté de mi ensoñación y al darme cuenta de lo que estaba haciendo, dije: “¡que te jodan ego!”. Controlar mi ego —ese pequeño tirano que en todo momento exige adulación, reconocimiento y validación externa, que además es inseguro, envidioso y narcisista— es uno de mis objetivos prioritarios. El ego es un gran sirviente, pero es espantoso cuando lo dejamos que dirija nuestra vida, porque lo único que quiere es adulación, gratificación, validación, y nunca tiene suficiente. Siempre quiere más. Pero, ¿qué es el ego? El ego es la imagen que hemos creado de nosotros mismos, la parte de nuestra identidad que consideramos es la que nos define como individuos, el YO. El ego es la división entre nosotros y el resto del mundo. Este constructo lo vamos creando a través de los años con las experiencias que vivimos y con las narrativas (muchas veces falsas ) que nos decimos a nosotros mismos: “no se me dan bien los idiomas”, “soy mejor que tu”, “no le caigo bien a nadie”, “mis pecas son espantosas”, “soy listo”, “soy un inepto”... Es el ego el que nos hace estar comparándonos con otros, comparaciones que caen dentro de tres categorías: conocimiento (yo sé más que tú); habilidades (yo puedo hacer más que tú); riqueza (yo tengo más que tu). Si el balance de nuestras comparaciones es positivo, respiramos aliviados. Pero si resulta que las cuentas salen en rojo, el tirano se encargará de recordarnos a todo momento que somos unos pringaos. Esa permanente comparación, ese vivir de cara al exterior, preocupados por lo que el resto del mundo piensa de nosotros, nos aleja de nuestra verdadera esencia e impide que vivamos una vida más auténtica y satisfactoria. Cuando tomamos decisiones y nos comportamos pensando en si eso nos hará vernos bien o no, perdemos el rumbo. De esta manera es que terminamos eligiendo profesiones, no por lo que nos apasiona, sino por lo que da más prestigio y tiene más caché. O podemos terminar endeudados hasta lo imposible comprando ropa, muebles, coches, aparatos electrónicos, que no necesitamos (ni nos podemos permitir) por el sólo hecho de aparentar una prosperidad que no tenemos. Porque a nuestro ego no le gusta ser (ni tener) menos que el vecino. Vivir según la opinión de los demás nos impide conectar con nuestro verdadero yo, con nuestro yo profundo, con esa voz tímida y frágil que es la única que nos puede conducir hacia una vida más auténtica y satisfactoria. Es cuando aprendemos a conocernos de verdad —tarea harto difícil—, y decidimos vivir conforme a ello, cuando establecemos contacto con nuestros centros de poder y creatividad. Viviendo según nuestros valores, preferencias e individualidad, sin importar si eso nos hace parecer más listos, más cool, o menos cutres, es la fórmula secreta de una vida expansiva y apasionante. A nuestro ego le gusta proyectar una imagen triunfadora, sofisticada, seductora. Le encanta ser el centro de atención y despertar la admiración de los demás. Sin embargo, la paradoja reside en que las personas más seductoras, las más irresistibles, son aquellas que viven sin complejos y sin pensar en la opinión de los demás. Aquellos que viven según sus propias reglas y que no sienten la necesidad de explicarse ni disculparse por ello. Nada hay más seductor que la autenticidad. En los días siguientes a la carrera, a pesar de mis buenas intenciones, fui incapaz de sujetar por completo a mi ego y termine dejando caer en más de una conversación mi pequeña hazaña. Lo cual no es sino el testimonio del largo camino que aún debo recorrer, ese es un desafío que va más allá de 20 kilómetros. "El más grande reto después del éxito es callarse" —Criss Jami
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"Hay pocas cosas más patéticas que los que han perdido su curiosidad y sentido de la aventura, y que ya no les interesa aprender " —Gordon B. Hinckley
No sé cómo se me pudo ocurrir que podía controlar la cuesta por la que me acababa de lanzar. Si bien es cierto que no era una calle muy transitada, tampoco es una abandonada, así que en cualquier momento podía cruzarse un coche y estampillarme contra el.
Hacía pocos días me habían obsequiado los patines en línea y estaba aprendiendo a usarlos. Jamás en mi vida lo había hecho. Después de unos días de rápido progreso me sentí con la confianza suficiente para lanzarme por esa cuesta. Qué equivocado estaba.
Cuando empecé a bajar fui capaz de controlar un poco la velocidad, pero a medida que avanzaba iba acelerando más y más y ya no podía frenar los patines.
La cuesta era más larga de lo que pensé, y así mismo la velocidad que alcancé. Mis opciones de frenado no eran muy prometedoras: o me estampaba contra el muro del edificio del final de la calle, o lo hacía contra uno de los coches que estaban aparcados, o, peor aún, podía hacerlo contra un coche en movimiento que apareciera de repente.
Por eso no dejaba de pensar: ‘cómo coñ# voy a frenar’.
Por fortuna para mi, los seres humanos tenemos mecanismos de supervivencia que operan por debajo del nivel de conciencia, y mientras yo estaba mentalmente paralizado sin saber que hacer, mi subconsciente tomó el mando y me tiró al suelo de una manera tan segura que apenas si sentí el golpe.
Aprender a patinar es mucho más difícil y toma más tiempo que la bici y el monopatín. No importa a qué edad lo aprendas. Frenar, girar, pasar por baches son cosas que tardan más en ser controlarlas sobre patines.
Sin embargo, cada vez que comentaba con alguien lo que disfrutaba aprendiendo a patinar y lo difícil que era, la respuesta que escuchaba siempre era la misma: ‘eso es por la edad’.
No, no es la edad, ¡pesados! Es más difícil. Punto.
Tengo casi 43. Y hasta donde sé (y espero no estar equivocado), no estoy viviendo ninguna crisis de la mediana edad ni me he vuelto (todavía) gagá.
No anhelo vivir la vida loca. Mi sentido de la diversión es bastante apacible e introvertido. (A no ser que me regalen patines).
Me basta un cena en casa de amigos para pasarla de maravilla. Salir a correr por el campo y disfrutar de la naturaleza también eleva mi espíritu. Y libros, mis amados libros.
Así que no creo estar en negación con respecto a mi edad. Al contrario, creo que es la etapa de mi vida donde más a gusto estoy conmigo mismo.
Otra cosa es que el cuento de la edad lo usamos para instalarnos en la comodidad y no intentar nada nuevo. Para evitar cambiar, para dejar de mejorar, para no seguir aprendiendo. Para dejar de aventurarnos y renunciar a la vida que algún día soñamos vivir.
Incluso a edades mucho más tempranas utilizamos los años como coartada. Cuantas veces he escuchado a personas menores de 30 años culpar a la “desaceleración del metabolismo” por los kilos de más.
Aprender nuevas cosas, desafiarnos constantemente y obligarnos a salir del confort pasada la adolescencia no solo es posible y divertido, es casi una obligación si queremos conservar nuestra mente en forma.
La mejor manera de extender el buen funcionamiento del cerebro durante muchos años es desafiarlo y obligarlo a que aprenda nuevos trucos. El cerebro, como los músculos, prospera cuando lo forzamos a trabajar.
Aprender nuevas habilidades motrices como nadar, hacer malabarismos, montar en bici, o, en mi caso, patinar, fortalece y cambia el cerebro de maneras que no lo hacen los sudokus, los crucigramas ni los puzzles.
Estudios neurológicos han encontrado que aprender nuevas habilidades motoras aumenta la materia gris en partes del cerebro relacionadas con el control de movimiento. También son muy conocidos los beneficios de aprender un nuevo lenguaje durante la madurez.
Los beneficios del aprendizaje, tanto motriz como intelectual, no solo son físicos y mentales, también son emocionales. Adquirir nuevas habilidades trae consigo enormes recompensas como: mayor incremento de la autoestima; mayor satisfacción con la vida, te aleja de la rutina y el aburrimiento; mayor confianza en lo que eres capaz de conseguir.
Hoy sigo estando lejos de ser un experto sobre los patines, pero ya no tengo la frustración de no haber aprendido. Lo mejor de todo es que saber patinar me ha permitido pasar momentos entrañables junto a mi hija, momentos que no habría vivido si hubiera seguido creyendo en ese cuento de la edad.
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«El futuro pertenecerá no solamente al hombre instruido, sino al hombre que haya sido educado para usar su ocio sabiamente»—C.K. Brightbill
La paradoja nace cuando, disponiendo de tiempo libre, lo utilizamos de una manera tan pobre que incluso somos más infelices que en el odiado trabajo.
Dos estudios realizados casi con 30 años de diferencia llegaron a conclusiones similares. A un grupo de personas, utilizando diferentes tecnologías, les hicieron tres preguntas en horas aleatorias durante el día; a los del primer estudio les preguntaron por medio de buscapersonas y a los del estudio más reciente usando smartphones. Las preguntas eran: ¿Qué está haciendo en este momento? ¿En que está pensando? y ¿Qué tan feliz es ahora?
Los estudios encontraron que cuando las respuestas a las dos primera preguntas son iguales, es decir, mente y cuerpo se encuentran realizando la misma actividad, la respuesta a la tercera era la mayoría de veces positiva. Cuando la mente no estaba soñando despierta, sino que estaba enfocada en el trabajo que se estaba realizando, era una mente feliz.
Mihaly Csikszentmihalyi, autor de uno de los estudio, explica así, en su fascinante libro Fluir: Una psicología de la felicidad, lo que ocurre con una mente ociosa:
Sin nada que hacer, la mente empieza a seguir modelos aleatorios, por lo común se detiene en pensamientos dolorosos o perturbadores. A menos que una persona sepa cómo proporcionar orden a sus pensamientos, la atención se sentirá atraída por cualquier cosa que sea muy problemática en aquel momento: se enfocará en algún dolor verdadero o imaginario, en los rencores recientes o en las frustraciones a largo plazo. La entropía (desorden) es el estado normal de la conciencia (una condición que ni es útil, ni es agradable).
Si la persona responde NO a esta pregunta [mientras se encuentra en el trabajo] es generalmente un indicio fiable de cuán motivada estaba en el momento de la señal. Los resultados mostraron que las personas deseaban estar haciendo otra cosa más veces en el trabajo que cuando estaban realizando actividades de ocio, sin importarles si estaban o no en flujo. En otras palabras, la motivación era baja en el trabajo aunque éste ofreciese flujo y era alta en el ocio aun cuando la calidad de experiencia fuese baja.
Así que nos encontramos ante una situación paradójica: en el trabajo la gente se siente hábil y presta a enfrentarse a los desafíos, y por lo tanto es más feliz, fuerte, creativa y satisfecha. La gente, en su rato libre siente que generalmente no hay muchas cosas que hacer y que sus habilidades no son usadas, por lo tanto tiende a sentirse más triste, débil, aburrida e insatisfecha, a pesar de que le gustaría trabajar menos y dedicar más tiempo al ocio.
¿Qué significa este modelo contradictorio? Hay varias explicaciones posibles, pero una conclusión parece inevitable: cuando se trata del trabajo, la gente no escucha la evidencia de sus sentidos. Desatiende la calidad de experiencia inmediata y basa su motivación en el estereotipo cultural, fuertemente arraigado, de lo que se supone que es el trabajo. Piensa en él como una imposición, una limitación, una transgresión de su libertad y, por lo tanto, algo que debe ser evitado tanto como sea posible.

Existe un sinnúmero de actividades que pueden capturar plenamente nuestra atención (televisión, redes sociales, videojuegos… ), y, sin embargo, dado que estas contribuyen de manera pobre a nuestro crecimiento espiritual, nos dejan insatisfechos. Nadie se siente mejor consigo mismo después de pasar horas chismeando en Facebook.
Esta es probablemente la razón por la cual, a pesar de que capture nuestra atención, si un trabajo tiene poca afinidad con nuestros valores, talentos y anhelos, preferimos hacer otra cosa.
Ahora bien, que no hallemos significado en nuestro trabajo no justifica la otra gran tragedia: el despilfarro de nuestro tiempo libre. Hace sesenta años, el gran sociólogo estadounidense Robert Park escribió: «es en el mal uso de nuestro ocio donde sospecho que radica el mayor despilfarro de la vida de los estadounidenses».
Cuando disponemos de tiempo libre nos dedicamos a actividades pasivas, consumimos entretenimiento que nos aporta poco; no creamos nada. Al contrario, cuando nos consagramos a actividades que favorecen nuestro crecimiento experimentamos flujo.
Flujo es el estado mental en el cual una persona está tan implicada en la tarea que tiene a mano que pierde la noción del tiempo, se olvida de comer, no siente cansancio. En otras palabras, nada más parece importar sino la actividad realizada. Las personas que más experimentan flujo son más felices.
La mayoría de nuestro ocio no nos lleva a fluir:
La tremenda industria del ocio que ha aparecido en las últimas generaciones está diseñada para ayudarnos a llenar nuestros ratos libres con experiencias agradables. No obstante, en vez de usar nuestros recursos físicos y mentales para experimentar flujo, la mayoría de nosotros pasamos muchas horas cada semana viendo cómo famosos atletas compiten en estadios enormes. En vez de elaborar música, escuchamos los discos de platino de unos músicos millonarios... pasamos muchas horas cada día viendo a unos actores que fingen tener aventuras y que se comprometen, de mentira, en acciones significativas.
Esta participación indirecta es capaz de enmascarar, por lo menos temporalmente, el vacío subyacente a la pérdida de tiempo. Pero es un sustituto muy débil de la atención empleada en desafíos verdaderos. La experiencia de flujo que resulta del uso de nuestras habilidades conduce al crecimiento; la diversión pasiva no conduce a ninguna parte. Colectivamente, derrochamos cada año el equivalente de millones de años de conciencia humana. La energía que podría usarse para enfocarla en metas complejas, para ofrecernos un crecimiento personal placentero, se malgasta en modos de estimulación que solo copian la realidad. El ocio masivo, la cultura masiva... son parásitos de la mente... Nos dejan más agotados, más desanimados de lo que estábamos antes.
A menos que la persona tome las riendas de ellos, tanto el trabajo como el tiempo libre probablemente le decepcionen. La mayoría de los trabajos y muchas actividades de ocio —especialmente las que potencian el consumo pasivo de los medios de comunicación de masas— no han sido diseñados para hacernos más felices y fuertes. Su propósito es hacer dinero para alguna otra persona. Si lo permitimos, pueden absorber nuestra vida hasta la médula y dejarnos como débiles peleles. Pero como todo lo demás, el trabajo y el ocio puede ser apropiados a nuestras necesidades. La gente que aprende a disfrutar de su trabajo, que no derrocha sus ratos libres, acaba por sentir que su vida, en cuanto totalidad, ha llegado a valer mucho más la pena. «El futuro —escribió C.K. Brightbill— pertenecerá no solamente al hombre instruido, sino al hombre que haya sido educado para usar su ocio sabiamente».
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"Desde que han aparecido los doctos se echan en falta los buenos" —Séneca
Hoy existe una amplia oferta de dispositivos y aplicaciones que prometen ayudarnos con cualquier problema imaginable: salud, educación, finanzas, viajes, felicidad y bienestar… Casi para cualquier cosa existe una solución tecnológica. Y si aún no existe, estará por llegar. La cosa avanza rápido.
Es en el avance de la ciencia y la tecnología donde están depositadas la esperanzas de la humanidad, pues es mediante su progreso como podremos hacer frente a los enormes desafíos que tenemos por delante. Cambio climático, sobreexplotación de recursos naturales, posibles pandemias, pobreza, falta de empleo... todos ellos son grandes dilemas que enfrentamos como especie y que, necesariamente, requieren de avances tecnológicos para su solución.
Dada la gran influencia de la tecnología, hoy existe una fuerte demanda por profesionales en los campos denominados STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics). Igualmente en el sistema educativo existe un cada vez mayor predominio de estas asignaturas.
Este fuerte sesgo hacia la ciencia ha restado espacio e importancia dentro de las aulas a las humanidades. Consideradas por algunos como prescindibles. Carentes de uso práctico.
No obstante, es gracias al estudio de ellas que podemos desarrollar conocimientos fundamentales que son igual de importantes que la formación tecnológica. Es en áreas como la filosofía, la literatura, el arte donde podemos encontrar guía y sosiego para otros males que nos aquejan hoy.
Cómo ser mejores padres, cómo cultivar mejores relaciones, elegir una profesión que amemos y que esté en armonía con nuestros valores y talento; todos ellas son preguntas trascendentes para cualquier individuo y que pueden ser resueltas con la ayuda de las humanidades.
Este no es un problema nuevo, hace casi 500 años Michel de Montaigne se quejaba del énfasis que se le daba a temas prácticos en perjuicio de otros igual o quizá más importantes:
Con mucho gusto vuelvo al tema de lo absurdo de nuestro sistema educativo: su finalidad no es hacernos buenos y sabios, sino instruidos. Y ha tenido éxito. No nos ha enseñado a buscar la virtud y abrazar la sabiduría: nos ha impuesto derivaciones y etimología ... [Con respecto a otros] nos preguntamos apresuradamente, ‘¿sabrá griego, latín?’, ‘¿sabe escribir poesía y prosa?’ Pero lo que más importa es a lo que damos menos importancia: ‘¿se ha vuelto mejor y más sabio?’ Tenemos que descubrir no quien sabe más cosas, sino quién entiende mejor. Nos esforzamos simplemente por llenar la memoria, dejando la comprensión y el sentido del bien y el mal vacíos.
Si el alma no goza con ello de mejor salud, si no se tiene el juicio más sano, preferiría que mi discípulo se hubiese pasado el tiempo jugando al tenis; al menos tendría el cuerpo más ágil. Miradle volver tras quince o dieciséis años de estudio: no hay nada más inepto para el trabajo. Lo único que ha ganado, por lo que podéis ver, es que el griego y el latín aprendido le han hecho más arrogante y vanidoso de lo que era cuando se marchó. Debería haber vuelto con el alma colmada, más traela solo hinchada; en lugar de expandirla sólo la ha inflado.
Más adelante en sus maravillosos Ensayos, Montaigne continua su elogio a la sabiduría de la vida ordinaria:
Si un hombre fuera sabio mediría el verdadero valor de cualquier cosa por su utilidad y la conveniencia con respecto a su vida.
[...]
Conquistar un puerto, dirigir una embajada, gobernar una nación son obras brillantes. [Sin embargo] Reprender, reír, comprar, vender, amar, odiar, convivir con amabilidad y con justicia en el hogar y con usted mismo; no ser flojo ni falso consigo mismo, esas con cosas aún más notables, más raras y más difíciles.
Así lo expresaba Montaigne:
Más dudo aún que pueda ocurrir el que un alma rica en el conocimiento de tantas cosas no se haga más viva y despierta; y que un espíritu grotesco y vulgar pueda albergar, sin enmendarse, las ideas y los juicios de los espíritus más excelentes que ha dado el mundo.
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"¿Tienes el valor? ¿Tienes el coraje para dar a luz ese trabajo? Los tesoros que se ocultan dentro de ti y que están esperando que digas a ellos, sí"
La mayoría de las cosas que anhelamos, las cosas con las cuales soñamos, se hallan detrás de la puerta del miedo. Es el miedo el que evita que tengamos esa conversación que podría mejorar una relación. Es el miedo el que no nos deja perseguir nuestra vocación. Por culpa del miedo nuestra vida no es lo maravillosa, aventurera y gratificante que podría ser.
El miedo es un sentimiento necesario, solo los trastornados carecen por completo de él. Sentir temor nos indica cuando algo tiene el potencial de ser dañino o destructivo.
Sin embargo, ese sentimiento que puede ser saludable y buen guardián de nuestra integridad, en ocasiones se expande más allá de límites saludables. Cuando eso ocurre terminamos viviendo vidas más pequeñas, encerrados en la prisión de lo convencional y lo seguro.
Elizabeth Gilbert ha escrito un estupendo libro, Big Magic, sobre lo que significa vivir una vida donde no gobierna el miedo sino la creatividad y la valentía.
Por encima de todo... pidió a sus estudiantes ser valientes. Sin coraje... nunca serán capaces de darse cuenta del alcance de sus propias capacidades. Sin valor, nunca podrá conocer la riqueza del mundo como anhela ser conocida. Sin valor, su vida seguiría siendo pequeña, mucho más pequeña de lo que probablemente querían que sus vidas fueran.
¿Tienes el valor? ¿Tienes el coraje para dar a luz ese trabajo? Los tesoros que se ocultan dentro de ti y que están esperando que digas a ellos, sí.
Mira, no sé lo que está oculto en tu interior. No tengo forma de saber tal cosa. Tu mismo escasamente lo sabes, aunque sospecho que tienes algunas pistas. No conozco tus capacidades, tus aspiraciones, tus anhelos y talentos secretos. Pero seguro que algo maravilloso se refugia dentro de ti. Lo digo con toda confianza, porque yo he llegado a creer que todos somos baúles que caminan con un tesoro encerrado dentro. Creo que este es uno de los trucos más viejos y más generosos que el universo hace con nosotros, los seres humanos, tanto para su propia diversión como por la nuestra: El universo entierra joyas extrañas en lo profundo de todos nosotros, y luego se aparta para ver si somos capaces de encontrarlas.
La lucha por descubrir esas joyas, eso es la vida creativa.
El valor de aventurarse en esa cacería, por encima de todo, es lo que separa una existencia mundana de una con mayor encanto.
Los a menudo sorprendentes resultados de esa cacería es lo que yo llamo 'La Gran Magia'.
Cuando me refiero a "una vida creativa", estoy hablando en términos más generales. Estoy hablando de vivir una vida que es impulsada con más fuerza por la curiosidad que por el miedo.
[...]
Y mientras que los caminos y los resultados de la vida creativa variarán enormemente de persona a persona, te puedo garantizar esto: Una vida creativa es una vida amplificada. Es una vida más grande, una vida más feliz, una vida ampliado, y una endemoniada vida mucho más interesante. Vivir de esta manera, continua y persistentemente, trayendo a la luz las joyas que se esconden dentro de ti, es un arte, en sí y por sí mismo.
Porque viviendo creativamente es donde gran magia siempre se hará realidad.
Tienes miedo de no tener talento.
Tienes miedo de ser rechazado o criticado o ridiculizado o mal entendido o, peor aún, del todo ignorado.
Tienes miedo de que no haya mercado para tu creatividad, y por lo tanto no tiene sentido perseguirla.
Tienes miedo de que alguien más ya lo hizo mejor.
Tienes miedo de que todo el mundo ya lo hizo mejor.
Tienes miedo de que alguien va a robar tus ideas, así que es más seguro mantenerlas ocultas para siempre en la oscuridad.
Tienes miedo de que no te tomarán en serio.
Tienes miedo de que tu trabajo no es política, emocional o artísticamente lo suficiente importante como para cambiar la vida de nadie.
Tienes miedo de que tus sueños sean embarazosos.
Tienes miedo de que algún día mirarás hacia atrás tus esfuerzos creativos como una gran pérdida de tiempo, esfuerzo y dinero.
Tienes miedo de no tener la disciplina necesaria.
Tienes miedo de no tener el tipo de espacio de trabajo correcto, o la libertad financiera, o las horas disponibles en las cuales dedicarte a la invención o la exploración.
Tienes miedo de no tener el tipo correcto de formación o diploma.
Tienes miedo de que eres demasiado gordo. (No sé qué tiene que ver con la creatividad, con exactitud, pero la experiencia me ha enseñado que la mayoría de nosotros tenemos miedo de tener demasiada grasa, así que vamos a ponerlo en la lista de la ansiedad, por si acaso).
Tienes miedo de ser calificado como un intruso, o un tonto, o un aficionado o un narcisista.
Tienes miedo de molestar a tu familia con lo que puedas revelar.
Tienes miedo de lo que tus amigos y compañeros de trabajo van a decir si expresas tu verdad personal en voz alta.
Tienes miedo de desatar tus demonios más íntimos, y que realmente no quieras encararte con tus demonios más íntimos.
Tienes miedo de que tu mejor trabajo haya quedado atrás.
Tienes miedo de que has ignorado tu creatividad durante tanto tiempo que ahora nunca se podrá recuperar.
Tienes miedo de que eres demasiado viejo para empezar.
Tienes miedo de que eres demasiado joven para empezar.
Tienes miedo de que algo ha salido bien en tu vida una vez, por lo que, obviamente, nada puede volver a salir bien de nuevo.
Tienes miedo porque nada jamás ha salido bien en tu vida, así que ¿por qué molestarse intentándolo?
Tienes miedo de ser una maravilla de un solo éxito.
Tienes miedo de ser una maravilla sin ningún éxito. . .
Escucha, no tengo todo el día para seguir aquí, así que no voy a continuar con el anuncio de temores. De todos modos es una lista que no tiene fin, y una deprimente. La voy a empaquetar y resumir de la siguiente manera: miedo, miedo, miedo.
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"El futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños" —Eleanor Roosevelt
Espero lo disfrutes tanto como yo.
Jake era un típico adolescente.
Con sobrepeso.
Inseguro.
Un poco blando e ingenuo.
Entonces, un día, tuvo un sueño.
Uno en el cual se sentía enérgico, poderoso y confiado de sí mismo.
Ese sueño entusiasmó a Jake.
Creó un ansia que exigía ser alimentada.
Así que empezó a ir al gimnasio.
Corrió en la cinta.
Levantó pesas.
Su mente ardía con visiones de cambio, de éxito.
Leyó todo lo que cayó en sus manos, buscó modelos de conducta, y pidió ayuda.
Trabajó duro, muy, muy duro.
Probó nuevos ejercicios.
Modificó sus rutinas y su dieta.
Y poco a poco, pero sin pausa, funcionó.
El deseo y la disciplina de Jake lo transformaron.
Su sueño se convirtió en su realidad.
Entonces, un día, Jake se olvidó de soñar.
Cuando miró las pesas lo que vio en realidad fue dolor, no instrumentos de posibilidad.
Se convirtió en aburrido y cómodo.
Quería descansar, tomárselo con tranquilidad por un tiempo.
Así que buscó información y voces que validaran su nuevo deseo.
Y los encontró.
Jake respira más tranquilo ahora.
Ha creado un ambiente y una rutina que le hacen sentir bien.
Y así, dejó de crecer.
Jake me recuerda a muchas personas y organizaciones.
A Jake lo movió un sueño, un ardiente deseo de crear un nuevo futuro.
Pero luego creció.
Se volvió complaciente.
Cansado del trabajo duro y el tedio de los fundamentos.
Racionaliza su cómoda rutina.
Habla sin pasión, como un contador.
Jake ha madurado. Es listo.
Es realista.
Y su sueño apasionado no es más que un recuerdo agradable y distante.
J.R.R. Tolkien escribió: "Un único sueño es más potente que mil realidades."
La realidad es para los débiles.
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"La salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago" —Miguel de Cervantes
No, no me refiero a la cúspide de mi carrera profesional. Hace siete años la báscula marcó 108 kilos de majestuosa existencia. Ya no era ni siquiera un hombre con sobrepeso, ese consuelo se había esfumado. Era obeso. O-B-E-S-O.
Consciente de que tenía todos los boletos para ganarme una muerte temprana o, en el mejor de los casos, una vejez llena de achaques, decidí ponerme manos a la obra y atacar el problema con determinación.
Lo primero que hice fue buscar información. Quería saber cual era la manera más fácil, rápida e indolora de perder peso. En otras palabras, quería encontrar la pócima mágica, el Santo Grial de las dietas, para evitar sufrir los horrores que se viven cuando estás el día entero hambriento y privado de comer lo que te gusta.
Algún tiempo después, tras leer de manera incansable cuánta información encontré, solo tenía claro que estaba muy confundido.
Resulta que en el campo de la nutrición y la actividad física existe mucha charlatanería, en muchos casos promovida por una millonaria industria sedienta de lucro, y es muy difícil separar la paja del trigo. Saber que tiene bases científicas sólidas y que es hechicería.
Ni siquiera entre científicos bien intencionados existe pleno consenso. Que si grasas si, que si grasas no. Que si muchos carbohidratos, que si pocos. Que la carne más bien poca, “produce cáncer”. Que mucha carne si (Paleo Style). Y así, ad infinitum.
La realidad es que no existe una dieta única perfecta. Las investigaciones realizadas con las poblaciones que gozan de mejor salud y mayor longevidad, han encontrado que sus dietas pueden diferir unas de otras de manera sustancial.
Algunas están basadas en hidratos de carbono, otras obtienen el grueso de su nutrición de grasas de origen animal. Algunas consumen poca grasa y muchos vegetales.
Sin embargo, aunque las dietas que proporcionan bienestar y longevidad pueden variar, todas tienen algo en común: están basadas en alimentos lo más naturales posibles y hay poca presencia de alimentos industrializados (pasteles, cereales azucarados, donuts, pan de molde....).
La explicación más común sobre la causa de la epidemia global de obesidad que afecta hoy al mundo, es que comemos mucho y nos movemos poco. Por lo tanto, si alguien quiere perder peso el consejo es obvio: ‘haz ejercicio y come menos’.
Gracias a que durante mi búsqueda de información integré otras áreas del conocimiento (genética e historia) comprendí que el problema no reside tanto en la cantidad de comida como en la calidad.
En la naturaleza no existe la obesidad, los animales que tienen abundante grasa la tienen por razones evolutivas y conservan la cantidad necesaria para su supervivencia. Esa grasa les es útil y están adaptados a ella. No importa la abundancia de comida, los animales en su hábitat natural no engordan. Su cuerpo tiene mecanismos precisos para evitar acumular más grasa de la necesaria.
En términos de supervivencia, un animal obeso o sería víctima fácil de los depredadores o no podría cazar. Un león gordo sería el hazmerreir de los ciervos que se escaparían de él casi sin esfuerzo.
En la naturaleza tampoco se cuentan calorías. Las leonas no se reúnen a conversar animadamente sobre la última dieta de moda. Mantenerse en su peso ocurre de forma natural y sin esfuerzo.
Los alimentos que ingerimos hoy nada tienen que ver con lo que hemos comido durante la mayor parte de nuestra evolución. Hasta hace muy poco tiempo (algo más de 200 años) no disponíamos de la cantidad de azúcar que hoy tenemos. Fueron los ingleses, gracias a la revolución industrial, quienes por primera vez en la historia tuvieron a su disposición azúcar en abundancia. El azúcar presente en las dietas modernas es quizá la principal causa de la epidemia de obesidad.
200 años es muy poco tiempo para que nuestro organismo evolucione y se adapte. Las evoluciones, cuando ocurren rápido, tardan miles de años; otras tardan millones. Así que nuestro cuerpo aún no está preparado para lidiar con la dieta moderna. Y lo mismo que ocurre con el azúcar ocurre con el pan blanco, las patatas fritas, los hojaldres, los refrescos y todo tipo de alimentos que contienen ingredientes con nombres impronunciables.
Sin embargo, cuando consumimos los alimentos que hemos consumido durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva, lo que ocurre es mágico. Nuestro organismo se ajusta y empieza a funcionar como el de cualquier animal que vive en su hábitat natural. El apetito se regula y el sobrepeso empieza a caer de forma acelerada.
Después de probar con muchos tipos de dietas, cuando dejé de consumir alimentos industrializados y empecé a comer únicamente alimentos poco procesados (frutas, verduras, legumbres, frutos secos, aceite de oliva y proteína y grasa de origen animal) la magia apareció. Los kilos cayeron uno tras otro y, por fin, recuperé un peso saludable.
Es asombroso cómo responde nuestro organismo a la nutrición correcta. Después de comer, aunque me sienta totalmente satisfecho, no siento la pesadez que deja la comida industrializada. Mi apetito se ha reducido y como muy poco en comparación a lo que comía años atrás. Mis antojos por dulce e hidratos refinados también han disminuido y sólo los consumo en contadas ocasiones.
Mi peso actual son 77 kilos, ya son 31 los que he dejado atrás. El camino no ha sido fácil, y no ha estado exento de reveses. Sin embargo, después de mucho buscar y probar, me alegra poder decir que en cuestión de nutrición el Santo Grial si existe. Es la comida que hemos consumido durante la mayor parte de nuestra historia la que obra el milagro. No busquemos más.
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"La facultad de traer voluntariamente de vuelta, una y otra vez, la atención errante, es la raíz misma del juicio, el carácter y voluntad. Ninguno es competente si no la tiene. Una educación que mejore esta facultad sería la educación por excelencia" —William James
Sin embargo, los avances de los últimos tiempos en la neurociencia han traído consigo buenas noticias: no estamos ineludiblemente condenados por nuestros genes. Tenemos la capacidad de modificar muchas cosas que antes pensábamos que estaban fuera de nuestro alcance.
Veamos cuales son esos avances:
Neuroplasticidad: Es la capacidad del cerebro de cambiar. Resulta que nuestro cerebro varía en función de la experiencia y el entrenamiento. Así que podemos tomar las riendas de ese cambio y darle forma al cerebro para mejorar nuestro bienestar emocional. Podemos decidir ser más optimistas, agradecidos, generosos… y de esta manera ser más felices.
Digamos que hay algo que siempre que ocurre te enfurece. Si la próxima vez que te enfrentes a ese evento, mediante un esfuerzo deliberado logras reaccionar de una manera más positiva, estarás empezando a crear un nuevo patrón de comportamiento. Repetido muchas veces termina convirtiéndose en tu respuesta natural.
Epigenética: Aunque nuestra composición genética viene determinada, resulta que la expresión de nuestros genes, es decir, la intensidad con la cual se manifiestan, está influida por el ambiente y las interacciones personales. Una investigación realizó pruebas genéticas a un grupo de hombres con sobrepeso, antes y después de que se sometieran a una operación de bypass gástrico. En las pruebas posteriores a la operación, cuando los individuos habían perdido peso, se encontraron miles de cambios en los marcadores epigenéticos en las células del esperma de los hombres. El director del estudio, Romain Barrès, declaró: “Los factores ambientales o de estilo de vida tienen el potencial de cambiar la información hereditaria que tenemos en nuestra esperma".
Bidireccionalidad mente-cuerpo: Desde hace tiempo se sabe que la mente tiene una gran influencia sobre el cuerpo, por ejemplo, las personas optimistas gozan de un sistema inmunológico más robusto que los pesimistas. Lo que no estaba claro era la influencia del cuerpo sobre la mente. Diferentes investigaciones ha demostrado que un cuerpo saludable y en forma tiene un impacto positivo en el cerebro, aumentando sus niveles de bienestar. En otras palabras: cuerpo en forma, mente más feliz.
Bondad intrínseca: Trabajos como los de el científico cognitivo y lingüista Steven Pinker han demostrado cómo a través del tiempo la humanidad cada vez se va haciendo más pacífica. Otros estudios realizados con bebés de seis meses muestran como estos tienen claras preferencias por comportamientos altruistas que por los egoístas.
Ahora bien, desde el punto de vista de la neurociencia, el bienestar emocional de las personas (felicidad) tiene cuatro componentes:
Resiliencia: Es la capacidad de recuperarse pronto de las situaciones adversas. Las personas con una resiliencia adecuada se sobreponen rápido a los contratiempos que inevitables aparecen en la vida de todas las personas.
Actitud positiva: Las personas más felices son las que tienden a ver el vaso medio lleno. Esto no quiere decir que todo lo ven color rosa, significa que se enfocan más en lo que funciona y lo que está bien en sus vidas.
Generosidad: ¿Conoces a alguien egoísta y feliz? Los pocos que puedan existir son la excepción que confirma la regla. Las personas felices son generosas, en su vida están presentes la bondad y la compasión.
Atención: Una mente distraída es una mente infeliz. Cuando la dejamos suelta, nuestra mente tiene la mala costumbre de pensar en cosas que poco contribuyen con nuestro bienestar (inseguridad, miedo, envidia, celos… ) En una mente concentrada no entran pensamientos malsanos. Cultivar atención es cultivar bienestar.
La gran noticia (o mala según como se le mire) es que nuestro bienestar emocional está bajo nuestro total control y responsabilidad. Los cuatro componentes que lo constituyen son modificables mediante entrenamiento. Y como han descubierto los científicos, tanto la mente como el cuerpo responden a nuestros esfuerzos de cambio.
La buena vida es una elección. Digámosle SÍ con determinación.
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pablo a. arango
Lector. Escritor. Coach. Emprendedor.
Las Notas del Aprendiz está dedicado a ayudarte a comprender que significa vivir una gran vida y como puedes conseguirlo.
Mi misión: Inspirar y guiar la transformación de las personas. Contribuir para que sean su mejor versión y puedan vivir con mayor felicidad y satisfacción.
Espero disfrutes la conversación
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