"Yo leo para crecer, creo firmemente que lo que eres hoy y lo que serás en cinco años dependerá de dos cosas: la gente que conoces y los libros que lees" —Twyla Tharp
Estaba yo conversando con un amigo que tiene un restaurante, me contaba lo mucho que disfrutaba del permanente contacto con sus clientes.
Basta con verlo durante unos minutos para darse cuenta que es así. La alegría y la cordialidad con que atiende a sus visitantes le sale natural. Sin embargo, es también cierto que trabajar en un restaurante que abre desde primera hora de la mañana y cierra después de la cena, resulta agotador e impide disfrutar de muchas cosas que otros disfrutamos. “Tu lo tienes más fácil —me dijo— estás sentado en casa frente al ordenador tranquilito escribiendo”. La verdad es que no me puedo quejar, como él, también disfruto lo que hago y me siento privilegiado por ello. Hay muchos trabajos que son de verdad duros de realizar, la hostelería es uno de ellos: largas horas y un gran desgaste físico. No obstante, enfrentarse todos los días a una página en blanco, estrujándose la cabeza en busca de ideas útiles e interesantes que puedan ser de provecho para los lectores no es un desafío menor. En muchas ocasiones me he pasado dos horas mirando la pantalla sin que nada aparezca. Cero. Lo peor es que durante esas dos horas se supone que has estado trabajando; sin embargo, no has producido nada. La minería también es trabajo duro, y sospecho que algunos mineros, enfrentados a la página en blanco durante varios días, gustosamente se levantarán de la silla y se irán de nuevo a continuar excavando. La famosa y consumada coreógrafa Twyla Tharp, en su delicioso libro The Creative Habit, expresa la dificultad de la creatividad: Para algunas personas, el espacio vacío (la tarea de comenzar desde cero y recorrer el camino hacia la creación de algo terminado, hermoso y satisfactorio) simboliza algo profundo, misterioso y aterrador… Algunas personas encuentran este momento, el momento anterior al inicio de la creatividad tan doloroso que simplemente no pueden lidiar con él. Se levantan y se alejan de la computadora, el lienzo o el teclado; se toman una siesta, o se van de compras, o quedan para almorzar, o se ponen a hacer las tareas domésticas. Procrastinan. En su forma más extrema, este terror paraliza totalmente a la gente.
Sobre el esfuerzo creativo siempre se asoma la sombra de la genialidad. Son muchos los que todavía piensan que las ideas novedosas son producto de un susurro celestial.
Es el eterno debate, nacido en la era romántica, entre las creencias de que todos los actos creativos nacen de (a) algún acto trascendente e inexplicable de inspiración dionisíaca, un beso de Dios en tu frente que te permite dar al mundo 'La Magia Flauta', o (b) trabajo duro.
Pero y Mozart, ¿no era él un genio?
No existen genios "naturales". Mozart era el hijo de su padre. Leopold Mozart había pasado por una ardua educación, no sólo en la música, sino también en filosofía y religión. Era un hombre sofisticado y de pensamiento amplio, famoso en toda Europa como compositor y pedagogo. Esto no es noticia para los amantes de la música. Leopold tuvo una influencia masiva en su joven hijo. Me pregunto cuánto de "natural" era este joven. Genéticamente, por supuesto, probablemente estaba más inclinado a escribir música que, digamos, jugar al baloncesto, ya que sólo medía tres pies cuando capturó la atención del público. Pero su primera fortuna fue tener un padre compositor y virtuoso en el violín que pudiera tocar los instrumentos de teclado con habilidad y que, al reconocer alguna habilidad en su hijo se dijera: "Esto es interesante. A él le gusta la música. Vamos a ver hasta dónde nos lleva esto"
Los creativos no nacen, se hacen. Es sólo trabajo duro. Y todos podemos trabajar de esa manera.
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"Tienes que entender que lo que crees que quieres no siempre es lo mejor para ti y para los demás. Necesitas abrir tu corazón antes de usar esta magia para conocer de verdad lo que quieres, de lo contrario, si realmente no sabes lo que quieres y obtienes lo que crees que quieres, vas a terminar recibiendo lo que no querías"
Decir que los logros alcanzados por James R. Doty son espectaculares es quedarse corto.
Es profesor de neurocirugía en Stanford, director del Centro de Investigación y Educación para el Altruismo y la Compasión de Stanford. Es además inventor, emprendedor y filántropo. Y multimillonario. Lograr todas esas cosas constituye un gran mérito para el común de los mortales, pero sí conocemos las dificultades que tuvo que superar, las angustiosas condiciones en las cuales creció, las cosas adquieren un aspecto épico. James R. Doty creció en medio de una dolorosa pobreza. Durante su niñez y adolescencia el hambre fue una presencia constante. Su padre era alcohólico y muchas veces financiaba sus borracheras con el escaso dinero que tenía la familia para comer. Su madre rara vez actuaba como se espera de una madre. Pasaba gran parte del tiempo en cama, incapaz de levantarse a causa de una incesante depresión. Incluso realizó varios intentos de suicidio. Su hermano era homosexual y murió de sida. Su otra hermana murió debido a problemas de salud causados por la obesidad. La trágica vida del destacado neurocirujano cambió cuando tenía doce años y conoció a Ruth dentro de la tienda de magia de Lancaster, su pueblo natal. Ruth era la madre del dueño de la pequeña tienda de magia en la cual entró el joven Doty un día de verano. Algo vio ella en él que le hizo querer enseñarle los secretos del control de la atención (mindfulness) y la visualización. El hambre y la pobreza no desaparecieron de la vida de Doty por arte de magia. Sin embargo, gracias a la meditación aprendió a sobrellevarla de mejor manera y aprendió también cómo programar su mente para hacer sus sueños realidad. Ruth le pidió a Doty que escribiera una lista con 10 cosas que quería obtener. Durante muchos años estuvo visualizando, al despertar y antes de dormirse, como sería su vida cuando ya hubiera logrado todo lo que deseaba. Quizá yo no podía cambiar la realidad de nadie, pero sabía que podía cambiar la mía. Sabía que cada una de las cosas de mi lista podía convertirse en realidad.
Y la magia funcionó.
Doty se convirtió en un prestigioso y acaudalado neurocirujano y, gracias a inversiones en acciones y a la gestión directa de empresas, también se convirtió en multimillonario. Para ser claro, la visualización practicada por Doty no le ahorró ni una sola gota de sudor. Para alcanzar sus metas tuvo que trabajar más fuerte que sus más privilegiados compañeros. La visualización lo que hizo fue mantenerlo enfocado en sus metas. Evitando dudas y distracciones que imposibilitaran o dilataran alcanzarlas.
A pesar de haber obtenido todo lo que deseaba cuando era un niño, se sentía solo y vacio. Su búsqueda implacable de riqueza acabó con su matrimonio y le hizo alejarse de su hija.
En medio de su colosal éxito, Doty descubrió algo: el dinero no es lo que hace a una persona en realidad feliz. ¿Podría haber entendido yo todo mal? Pensé que quería dinero. La verdad era que había conseguido dinero, pero nunca había suficiente dinero para hacerme sentir como si tuviera suficiente.
Y entonces la vida se encargó de enseñarle una gran lección. Cuando estalló ‘la burbuja de las puntocom’ en el 2000 las acciones del neurocirujano pasaron a valer casi cero, y debido a que muchas de esas inversiones las había financiado con líneas de crédito, su patrimonio pasó a ser negativo. Estaba arruinado.
Para pagar sus deudas tuvo que vender sus múltiples coches, su casa en Italia, su casa en California y la isla en Nueva Zelanda. Un día, mientras terminaba de vaciar su casa para entregarla a los nuevos dueños, recibió una llamada de su abogado. Resulta que J. Doty había hecho unas semanas antes de perderlo todo una importante donación a causas filantrópicas, pero por distintas omisiones y errores no se habían formalizado los documentos, así que aún podía detener la operación. Si lo hacía, el Dr. Doty podría recuperar una gran parte de su fortuna. Sin embargo, el recién arruinado neurocirujano decidió cumplir su promesa, y dio órdenes a su abogado de continuar con los trámites de la donación. Sentí algo que sólo había sentido una vez en mi vida, una sensación de estar envuelto por calidez y amor. . . Una sensación de profunda paz interior y una certeza absoluta de que todo iba a estar bien…
Todos tenemos un tremendo poder; podemos obtener y realizar grandes cosas. Pero si usamos ese poder de manera egoísta, si solo pensamos en nosotros, si somos codiciosos, terminamos viviendo vidas muy pobres.
La verdadera felicidad, el verdadero éxito, está determinado por la cantidad de vidas que afectamos de manera positiva. Por la cantidad de bien que somos capaces de dar y de crear. Tu tienes ese gran poder dentro de ti, pero recuerda: "con gran poder viene gran responsabilidad".
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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