"La salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago" —Miguel de Cervantes
Hace cerca de siete años llegué a la cúspide.
No, no me refiero a la cúspide de mi carrera profesional. Hace siete años la báscula marcó 108 kilos de majestuosa existencia. Ya no era ni siquiera un hombre con sobrepeso, ese consuelo se había esfumado. Era obeso. O-B-E-S-O. Consciente de que tenía todos los boletos para ganarme una muerte temprana o, en el mejor de los casos, una vejez llena de achaques, decidí ponerme manos a la obra y atacar el problema con determinación. Lo primero que hice fue buscar información. Quería saber cual era la manera más fácil, rápida e indolora de perder peso. En otras palabras, quería encontrar la pócima mágica, el Santo Grial de las dietas, para evitar sufrir los horrores que se viven cuando estás el día entero hambriento y privado de comer lo que te gusta. Algún tiempo después, tras leer de manera incansable cuánta información encontré, solo tenía claro que estaba muy confundido. Resulta que en el campo de la nutrición y la actividad física existe mucha charlatanería, en muchos casos promovida por una millonaria industria sedienta de lucro, y es muy difícil separar la paja del trigo. Saber que tiene bases científicas sólidas y que es hechicería. Ni siquiera entre científicos bien intencionados existe pleno consenso. Que si grasas si, que si grasas no. Que si muchos carbohidratos, que si pocos. Que la carne más bien poca, “produce cáncer”. Que mucha carne si (Paleo Style). Y así, ad infinitum.
Pero no estaba dispuesto a darme por vencido. Así que continué con mi búsqueda y, poco a poco, empecé a pisar tierra firme.
La realidad es que no existe una dieta única perfecta. Las investigaciones realizadas con las poblaciones que gozan de mejor salud y mayor longevidad, han encontrado que sus dietas pueden diferir unas de otras de manera sustancial. Algunas están basadas en hidratos de carbono, otras obtienen el grueso de su nutrición de grasas de origen animal. Algunas consumen poca grasa y muchos vegetales. Sin embargo, aunque las dietas que proporcionan bienestar y longevidad pueden variar, todas tienen algo en común: están basadas en alimentos lo más naturales posibles y hay poca presencia de alimentos industrializados (pasteles, cereales azucarados, donuts, pan de molde....). La explicación más común sobre la causa de la epidemia global de obesidad que afecta hoy al mundo, es que comemos mucho y nos movemos poco. Por lo tanto, si alguien quiere perder peso el consejo es obvio: ‘haz ejercicio y come menos’. Gracias a que durante mi búsqueda de información integré otras áreas del conocimiento (genética e historia) comprendí que el problema no reside tanto en la cantidad de comida como en la calidad. En la naturaleza no existe la obesidad, los animales que tienen abundante grasa la tienen por razones evolutivas y conservan la cantidad necesaria para su supervivencia. Esa grasa les es útil y están adaptados a ella. No importa la abundancia de comida, los animales en su hábitat natural no engordan. Su cuerpo tiene mecanismos precisos para evitar acumular más grasa de la necesaria. En términos de supervivencia, un animal obeso o sería víctima fácil de los depredadores o no podría cazar. Un león gordo sería el hazmerreir de los ciervos que se escaparían de él casi sin esfuerzo. En la naturaleza tampoco se cuentan calorías. Las leonas no se reúnen a conversar animadamente sobre la última dieta de moda. Mantenerse en su peso ocurre de forma natural y sin esfuerzo.
Ahora bien, si el hombre es el animal cuya evolución le permitió pasar de ser una especia más a dominar la tierra ¿cómo es posible que su cuerpo no cuente con la sabiduría necesaria para mantener el peso correcto? La respuesta es que si la tiene, lo que ocurre es que la hemos liado con el tipo de comida que consumimos.
Los alimentos que ingerimos hoy nada tienen que ver con lo que hemos comido durante la mayor parte de nuestra evolución. Hasta hace muy poco tiempo (algo más de 200 años) no disponíamos de la cantidad de azúcar que hoy tenemos. Fueron los ingleses, gracias a la revolución industrial, quienes por primera vez en la historia tuvieron a su disposición azúcar en abundancia. El azúcar presente en las dietas modernas es quizá la principal causa de la epidemia de obesidad. 200 años es muy poco tiempo para que nuestro organismo evolucione y se adapte. Las evoluciones, cuando ocurren rápido, tardan miles de años; otras tardan millones. Así que nuestro cuerpo aún no está preparado para lidiar con la dieta moderna. Y lo mismo que ocurre con el azúcar ocurre con el pan blanco, las patatas fritas, los hojaldres, los refrescos y todo tipo de alimentos que contienen ingredientes con nombres impronunciables. Sin embargo, cuando consumimos los alimentos que hemos consumido durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva, lo que ocurre es mágico. Nuestro organismo se ajusta y empieza a funcionar como el de cualquier animal que vive en su hábitat natural. El apetito se regula y el sobrepeso empieza a caer de forma acelerada. Después de probar con muchos tipos de dietas, cuando dejé de consumir alimentos industrializados y empecé a comer únicamente alimentos poco procesados (frutas, verduras, legumbres, frutos secos, aceite de oliva y proteína y grasa de origen animal) la magia apareció. Los kilos cayeron uno tras otro y, por fin, recuperé un peso saludable. Es asombroso cómo responde nuestro organismo a la nutrición correcta. Después de comer, aunque me sienta totalmente satisfecho, no siento la pesadez que deja la comida industrializada. Mi apetito se ha reducido y como muy poco en comparación a lo que comía años atrás. Mis antojos por dulce e hidratos refinados también han disminuido y sólo los consumo en contadas ocasiones. Mi peso actual son 77 kilos, ya son 31 los que he dejado atrás. El camino no ha sido fácil, y no ha estado exento de reveses. Sin embargo, después de mucho buscar y probar, me alegra poder decir que en cuestión de nutrición el Santo Grial si existe. Es la comida que hemos consumido durante la mayor parte de nuestra historia la que obra el milagro. No busquemos más.
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1 Comentario
Elaprendizcuarenton
10/4/2016 05:40:02 am
Totalmente de acuerdo y experimentado en mi propio organismo. Desde hace un año empecé a interesarme igual que tu por la nutrición, en mi caso por una enfermedad intestinal. Y al final llegué a la misma conclusión que tu, comida de verdad. Y se puede hacer, yo diría q en mi caso lo consigo al 90 por ciento. Pero el camino para llegar a este porcentaje no ha sido fácil, me tuve q patear muchas tiendas y probar muchos productos, también tener en cuenta los precios. La decisión más difícil pero a su vez creo q la más acertada fue dejar el pan, por completo, salvo días excepcionales. Lo q más me sorprende es que la gente me mire como un bicho raro por desayunar ensaladas o no probar el pan, yo solo doy un consejo muy sencillo a todo el mundo, comer lo más natural posible, a priori parece un buen y lógico consejo, pues nada de loco me tratan muchos. Demasiados años de Cola Cao y Kellogs como panacea de alimentos sanos.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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