"Nada puede debilitar la luz que brilla desde dentro" -Maya Angelou
Física y psicológicamente, los seres humanos tenemos la necesidad de sentir que estamos en control de nuestras vidas.
En un artículo anterior mencionaba un estudio realizado con funcionarios ingleses, el cual encontró que la posición dentro de la jerarquía burocrática de las personas en la empresa era un mejor predictor de la mortalidad que la obesidad, el tabaquismo y la diabetes. Las personas que estaban en los escalones más bajos de la cadena de mando, es decir, a quienes todo el mundo mandaba, tenían más riesgos de una muerte prematura que quienes estaban en cargos con autoridad. Esto mismo se halló dentro de poblaciones de gorilas: aquellos que estaban más abajo en el orden social de su manada tenían peor salud. Dado que compartimos algo así como el 97% de nuestros genes con ellos, podemos estar seguros que eso aplica también a nosotros. Sentir que tenemos control sobre nuestras vidas afecta no solo nuestra salud, también tiene consecuencias sobre nuestro bienestar emocional. Una investigación realizada por un grupo de psicólogos de la Universidad de Columbia llegó a la siguiente conclusión: Se encuentra evidencia que sugiere que el deseo de control no es algo que adquirimos a través del aprendizaje, más bien es innato, y por lo tanto, probablemente motivado biológicamente. Nacemos para elegir. La existencia del deseo de control está presente en los animales y niños muy pequeños, incluso antes de que la autonomía, como valor social y cultural, se pueda aprender.
La necesidad de controlar nuestras vidas empieza desde muy niños. Mi hija de seis años me pregunta con frecuencias “Papá, ¿a que edad puedo mandar yo?” También en las conversaciones con sus amiguitas es frecuente que discutan que tanto la dejan mandar sus padres, es decir, que tanto control tienen sobre sus vidas.
A pesar de que controlar nuestra vida es de vital importancia, en muchas ocasiones nos saboteamos a nosotros mismos menguando nuestra percepción de control. ¿Cómo? Sigue leyendo y te explico. Resulta que en nuestra vida diaria es muy común que usemos expresiones como “no puedo” o “tengo que”. Veamos unos ejemplos; cuando alguien nos hace una invitación a la cual no podemos (o no queremos) asistir, por lo general contestamos: ‘no puedo, tengo que ir a…”. O si estamos a dieta y nos ofrecen algo cargado de calorías, decimos: ‘no puedo, estoy a dieta’. Un compañero de oficina nos pide un favor: ‘no puedo, tengo que hacerle este reporte a mi jefe’. Es probable que las respuestas sean ciertas, posiblemente nuestro jefe nos pidió un reporte y no podemos prestar ayuda a nuestro compañero. También puede ocurrir que antes hayamos quedado con otros amigos y por lo tanto no podamos aceptar la nueva invitación. Lo que ocurre es que expresarlo en términos de ‘no puedo’ o ‘tengo que’ crea en nuestra mente la percepción de que otros decidieron por nosotros. En lugar de la expresiones anteriores podemos decir: “quiero perder peso y por eso no como dulce” o “ya quedé con otros amigos, voy con ellos a…” o “estoy haciendo este reporte para mi jefe, estoy ocupado” La expresiones anteriores expresan autonomía. En tanto las primeras denotan impotencia, falta de control. Si dices ‘no puedo’ o ‘tengo que’ nuestro cerebro lo percibe como si algo externo a nosotros lo impidiera. Por el contrario, ‘no quiero’ sugiere autodeterminación: somos nosotros los que decidimos. Como vimos en los párrafos anteriores, la percepción de control (así sea una mera ilusión) es importante para nosotros. Cuando utilizamos expresiones que dan a entender que nosotros fuimos los que decidimos, empezamos a aumentar la sensación de control que experimentamos sobre nuestras vida y, gracias a ello, el control empieza a dejar de ser una ilusión para convertirse en realidad. Esto es lo que han demostrado las investigaciones de la doctora en psicología Carol Dweck: El sentido de libre determinación de algunas personas se suprime por la forma en que crecen, o por experiencias que han tenido, y han olvidado el grado de influencia que pueden tener en sus propias vidas.
Parece mentira, quien lo iba a creer, pero detalles tan pequeños como estos pueden hacer una gran diferencia. Y lo mejor, no cuestan nada.
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"La persona que nació con un talento que está destinado a utilizar, cuando haga uso de el, encontrará su más grande felicidad" --Johann Wolfgang von Goethe
¿El talento, nace o se hace? Esta pregunta ha cautivado el interés de muchos y ha generado intensos debates durante siglos. Hoy, por fortuna, conocemos la respuesta.
Entonces, ¿nace o se hace? Ambos, por su puesto. Es innegable que los seres humanos tenemos distintas inclinaciones y habilidades. Basta con observar a niños de primaria, para notar que entre ellos existen diferencias innatas en cuanto a habilidades. Hay niños que cuando corren lo hacen con una técnica tan perfecta que parecen finalistas de los de los 100 metros planos. Otros, en cambio, a primera vista se les nota que tienen menos talento para la carrera. Sin embargo, en el largo plazo esta ventaja inicial se hace inapreciable, pues para llegar a sobresalir se necesitan años de diligente práctica. El talento natural te da una pequeña ventaja, te señala el camino, pero es el entrenamiento constante el que forma al profesional destacado. Matt Ridley, en el apasionante libro Qué nos hace humanos, expone una interesante interpretación evolutiva del origen de la diferencia de habilidades entre los seres humanos. En la naturaleza, la mayoría de especies animales tienen que valerse por sí mismos para su supervivencia. Aunque puede existir cierto grado de colaboración entre individuos de una misma especie, no es ni remotamente parecida a la que existe entre los humanos, y no pueden depender por completo de la ayuda de otros para su supervivencia. Los seres humanos, en cambio, hemos desarrollado la especialización. Dentro de una comunidad, las personas aprenden a realizar diferentes oficios y luego, gracias al intercambio, pueden beneficiarse del trabajo de los demás. Fue el economista Adam Smith quien popularizó la idea de la división del trabajo: «el secreto de la productividad de la economía humana está en dividir el trabajo entre especialistas e intercambiar los resultados».
Para Ridley la especialización del trabajo es una adaptación evolutiva que permitió a nuestra especie prosperar. Una prueba de ello es la lucha que desde muy jóvenes llevamos a cabo para establecer nuestra identidad y singularidad. Desde la adolescencia empezamos a establecer las bases de nuestra futura especialización:
Hay una coincidencia que me intriga —afirma el autor—: los humanos adultos son especialistas y los humanos adolescentes parecen tener una tendencia natural a diferenciarse. ¿Podría ser que estos dos hechos estuviesen conectados? En el mundo de [Adam] Smith la especialidad que el adulto tiene es una cuestión de posibilidades y de oportunidades. Quizá heredes el negocio familiar o hayas contestado a un anuncio. Puedes tener suerte y encontrar un trabajo que sea adecuado a tu carácter y a tu talento, pero la mayoría de la gente sencillamente acepta que tiene que aprender el trabajo que tiene... Los carniceros, panaderos y fabricantes de velas se hacen, no nacen. O, como lo expresó Smith: «La diferencia entre dos personajes totalmente distintos, entre un filósofo y un portero, por ejemplo, parece venir no tanto de sus naturalezas sino de las rutinas, las costumbres y la educación».
En efecto, el capitalismo ha hecho que muchas personas terminen dedicando su vida a oficios a los cuales llegaron por accidente o por (falta de) oportunidad. No obstante, madre naturaleza no pensaba en ello cuando creó la especialización del trabajo.
Las mentes humanas fueron diseñadas para la sabana del Pleistoceno, no para la jungla urbana. Y en un mundo mucho más igualitario [como el del Pleistoceno], donde todos tuvieran las mismas oportunidades, el talento podría determinar tu trabajo. Imaginemos a un grupo de cazadores–recolectores. En la pandilla de jóvenes que juegan alrededor de la hoguera hay cuatro adolescentes. Og acaba de darse cuenta de que tiene cualidades de líder, parece que le respetan cuando sugiere un juego nuevo. Por otro lado, Iz se ha dado cuenta de que puede hacer reír a los demás cuando cuenta una historia. Ob es negado con las palabras, pero cuando hay que hacer una red con corteza de árbol para cazar conejos, parece tener un talento natural. Por el contrario, Ik es ya una estupenda naturalista y los otros empiezan a confiar en ella a la hora de identificar plantas y animales. En los años siguientes, cada uno de ellos refuerza a la naturaleza mediante la formación, especializándose en una aptitud específica hasta que ese talento se convierte por sí mismo en una profecía. Cuando llegan a ser adultos, Og ya no se fía sólo de su talento para el liderazgo; ha aprendido a hacerlo hasta convertirlo en su oficio. Iz ha practicado su papel para ejercer como bardo de la tribu hasta el punto de que es su segunda naturaleza. Ob es peor si cabe para entablar una conversación, pero ahora puede fabricar casi cualquier herramienta. Finalmente, Ik es la gurú del saber popular y de la ciencia.
Todos tenemos inclinaciones naturales, nos gusta hacer unas cosas más que otras. Cuando terminamos dedicando nuestras vidas a oficios que no nos apetecen, estamos yendo en contra de nuestra naturaleza, y dándole la espalda a nuestros talentos innatos. Madre Naturaleza quiere que seamos felices, prestémole atención.
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"Ser inteligente le da ventaja a lo largo de la vida. Las personas que son más inteligentes ganan más, viven más tiempo, se divorcian menos, tienen menos probabilidades de ser adictos al alcohol y al tabaco y sus hijos viven más tiempo" —Steven Pinker
Steven Pinker es uno de los científicos más influyentes de la actualidad. Es psicólogo, científico cognitivo y lingüista.
Sus libros son muy respetados dentro de la comunidad científica e intelectual, incluso uno de ellos, Los ángeles que llevamos dentro (un tocho de más de 800 páginas que muy pronto espero clavarle el diente), es el libro favorito de Bill Gates. Una de las cosas que hace a Pinker un gran pensador es su multidisciplinario conocimiento, para formular sus argumentos extrae información de distintas disciplinas (psicología, lingüística, genética, entre otras) y la sintetiza de manera magistral. En un artículo para la revista New Republic, el autor expone lo que en su opinión debería ser una buena educación: Pienso que la gente educada debe saber algo acerca de los 13 mil millones de años de prehistoria de nuestra especie y las leyes básicas que rigen a los seres vivientes y el mundo físico, incluyendo nuestros cuerpos y cerebros. Deben comprender la historia humana desde el comienzo de la agricultura hasta la actualidad. Deben haber sido expuestos a la gran diversidad de culturas humanas y a los principales sistemas de creencias y valores con los que han dado sentido a sus vidas. Ellos deben saber acerca de los eventos trascendentales en la historia de la humanidad, incluidos los errores que esperamos no repetir. Deben entender los principios detrás de la democracia y el estado de derecho. Deben saber cómo apreciar obras de arte y ficción como fuente de placer estético y como ímpetus para reflexionar sobre la condición humana.
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"Centra todos tus pensamientos en la tarea que tienes por delante. Los rayos de sol no queman hasta que son concentrados" —Alexander Graham Bell
Nuestra época es una época de grandes transformaciones. La velocidad con que avanzan la ciencia y la tecnología trae como consecuencia que la sociedad experimente grandes cambios en muy poco tiempo.
Si una persona que viviera en el año 800 por alguna razón se quedara dormido y despertara 500 años después, apenas si notaría cambios. Durante ese tiempo el mundo avanzó muy poco. Ahora bien, si una persona hubiera estado dormida durante los últimos cincuenta años, al despertar los cambios que notaría hoy serían extraordinarios. Y si alguien se durmiera hoy, y despertara en tan solo 15 años, con seguridad que las transformaciones serían de quitar el aliento. En este entorno de cambios acelerados y complejos habrá ganadores y perdedores. Algunos empleos desaparecerán porque podrán ser realizados por robots y algoritmos. No obstante, los cambios también crearán nuevas oportunidades para las personas que puedan identificar las tendencias emergentes y se adapten con rapidez a ellas. Andrew McAfee y Erik Brynjolfsson, coautores del libro The second Machine Age, han identificado tres grupos de personas que con mayor probabilidad los encontraremos entre los ganadores de esta economía de grandes sobresaltos. Veamos cuales son:
La buena noticia es que unirse a uno de los grupos ganadores en la nueva economía está al alcance de todos; bueno, menos el primero —los propietarios—, los otros dos lo están. Hay una habilidad que todos podemos desarrollar y que nos permitirá hacer parte de los elegidos: la atención sostenida o concentración profunda. Para ser una superestrella en tu campo profesional debes dedicar una gran cantidad de tiempo a practicar tu arte. El rendimiento sobresaliente se obtiene a través del perfeccionamiento de habilidades. Ese perfeccionamiento exige una gran concentración, no se llega a dominar algo mientras se está prestando atención a múltiples cosas a la vez. Lo mismo ocurre con los poseedores de habilidades complejas. Para aprender cosas complicadas también debemos prestar mucha atención. Ya sea en el campo tecnológico o en cualquier otro campo, aprender cosas difíciles requiere atención; quien es capaz de concentrarse es capaz de aprender y quien es capaz de aprender, prosperará. Y lo contrario también aplica: si no es capaz de aprender, no podrá prosperar. De esta manera, el acceso a los otros dos grupos de ganadores depende de la capacidad de concentrarse durante periodos prolongados de tiempo, algo cada vez más difícil en esta época donde lo que abunda es la distracción fácil. Según el escritor de negocios Eric Barker, el poder de concentración será el súper poder del Siglo XXI: “Los que pueden sentarse en una silla sin distracciones durante horas, aprendiendo nuevos asuntos y creando cosas, gobernarán el mundo; mientras que el resto de nosotros frenética e inútilmente intentaremos mantenernos al día con mensajes de texto, tuits y otras interrupciones incesantes”. Aquí están algunas estrategias para cultivar nuestro súper poder de concentración:
Aprender a concentrarse profundamente es una habilidad que siempre ha dado excelentes resultados. Cuando le preguntaron a Bill Gates cual era el secreto de su éxito, respondió: concentración. Bill Gates era capaz de sentarse a programar sin interrupciones ni distracciones durante días enteros, hasta que, exhausto, se dormía enfrente de la pantalla. Esa gran capacidad de concentración le permitió crear el gigante informático que hoy es Microsoft. En una época como la de hoy, donde lo que abunda son las mentes distraídas, quien cultive la atención gozará de una gran ventaja que le permitirá prosperar. Ya lo dice el viejo refrán: “En casa de ciegos, el tuerto es rey”.
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"No hay derecho que menospreciemos tanto como el derecho a ser felices"
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pablo a. arango
Lector. Escritor. Coach. Emprendedor.
Las Notas del Aprendiz está dedicado a ayudarte a comprender que significa vivir una gran vida y como puedes conseguirlo.
Mi misión: Inspirar y guiar la transformación de las personas. Contribuir para que sean su mejor versión y puedan vivir con mayor felicidad y satisfacción.
Espero disfrutes la conversación
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