"La mirada de los demás, nuestra prisión; sus pensamientos, nuestra jaula" —Virginia Woolf
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Meditar es una práctica que nos permite percibir con gran claridad el contenido de nuestra conciencia. Gracias a ella he podido ser testigo privilegiado de la exagerada preocupación que tiene la mente del ser humano por la opinión de los demás. No sorprende saber que nos importa lo que opinen otros. Lo sabemos todos. Incluso hasta los que niegan sentir preocupación por ‘el-que-dirán’. Lo que de veras sorprende es la obsesión. La gran mayoría de nuestros pensamientos tienen un origen vanidoso. Mi descubrimiento no es para nada original. Personas de épocas remotas ya se habían percatado de ello. Así aparece en el libro del Eclesiastés del Antiguo Testamento: Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad.
Pero una cosa es que te lo digan y otra que tu mismo lo observes. Por ello mi asombro.
Esta obsesión del cerebro humano es la que ha llevado a antropólogos y biólogos evolutivos a concebir la teoría de la mente social. Según esta, nuestra mente surgió no como instrumento para tomar mejores decisiones, sino como un mecanismo de adaptación social. Observando lo que ocurre con mis pensamientos, no creo que vayan muy descaminados. También creo que si queremos vivir de manera más satisfactoria, debemos moderar esta predisposición evolutiva. Nuestros antepasados vivían en pequeños grupos, y esas eran las personas con las cuales iban a convivir durante el resto de su vida. Por ello, era cuestión de supervivencia estar bien vistos por cada uno de los integrantes de la tribu. Un malentendido con algún fulano podía terminar destrozando la reputación ante todo el grupo. Estarás de acuerdo conmigo en que enemistarse con las personas que vas a compartir el resto de tu vida, puede resultar muy fastidioso. La desmesurada preocupación por la opinión que los demás tuvieran de nosotros estaba más que justificada. Antes. Hoy en día, no. Ahora las condiciones son muy diferentes. Durante el curso de nuestra vida tendremos contacto con miles de personas que no juegan un papel significativo en ella. Pero seguimos comportándonos como si lo hicieran. Imaginemos que estamos de viaje y vamos a un frecuentado restaurante autoservicio. De camino a la mesa tropezamos y nos echamos la bandeja con la cena encima. Con seguridad que sentiremos un gran bochorno que nos acompañará por un buen rato. Tal vez semanas. O meses. No importa que la posibilidad de volver a encontrarnos con las personas del restaurante sea casi inexistente. Nuestra herencia paleolítica seguirá atormentándonos. No se si es posible liberarse por completo de ese yugo. Ni tampoco se si es deseable. Pero moderarlo es imperativo. La vanidad en algunos casos nos mueve hacia comportamientos deseables. Que duda cabe que muchos actos de filantropía son realizados por motivos vanidosos. También la curiosidad, según el sabio francés Pascal, tiene su origen en la vanidad. La curiosidad es solo vanidad. Por lo general, queremos saber algo para poder hablar de eso; en otras palabras, no viajaríamos nunca por mar por el simple placer de ver cosas. Lo hacemos para hablar de ello y describir a los demás lo que vimos.
Incluso el deseo de parecer humilde puede tener un origen vanidoso.
Pero muchas veces la vanidad nos empuja comportamientos irracionales o que están en dirección contraria de nuestros verdaderos valores. ¿Ejemplos? Muchos. Cuántas veces no ha pasado que compramos ropa nueva para un evento, solo para que no nos vean repetir modelito. Cuántas veces no hemos callado nuestra verdadera opinión por temor a ser relegados por un grupo. Cuantos no viven agobiados por las deudas por mantener una imagen falsa de prosperidad. Cuántas oportunidades hemos dejado pasar por temor a fallar y no ser vistos como unos perdedores. Liberarme de esa opresión constante es una de las batallas que estoy dando ahora en mi vida. Quiero vivir cada vez más según mis propias razones. Dejar de hacer cálculos y proyecciones sobre lo que van a pensar otros. ¿Cómo lo estoy haciendo? Poco a poco. Intentando ganar pequeñas batallas. Obteniendo fortaleza día tras día. Es una lucha constante. Pero cada victoria nos hace más fuertes. Cada vez nos erguimos un poco más. Nos asentamos con mayor firmeza. Y mi esperanza es que si continúo haciéndolo, terminaré viviendo como me apetece vivir. No según sondeos de popularidad.
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1 Comentario
Luis Manteiga Pousa
2/6/2021 09:38:35 pm
"Todo es vanidad" es una gran verdad, se sea cristiano o no.Hay que intentar desprenderse de ella.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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