"Hay una manera de hacerlo mejor, encuentrala" —Thomas Edison
Dos episodios de las últimas semanas se han encargado de recordarme lo fácil que es quedar atrapado bajo el yugo del hábito y la rutina. Y cuán difícil es mejorar, crear e innovar.
Lo peor de todo es que esta es una opresión que ni siquiera percibimos. Vamos tan contentos por la vida pensando que somos los que controlamos. Los jefes. Y entonces ocurren cosas que se encargan de hacernos saber que no es así. Resulta que en mi cocina, como en muchas, o en casi todas, hay un cacharro que usamos para dejar que escurran los platos. Cuando lo compramos lo pusimos contra una pared, de manera que algunas de sus divisiones quedaron de difíciles acceso. Un día mi mujer vio cómo luchaba por poner los trastos recién lavados en la parte que daba contra el muro, entonces se acercó, dió la vuelta a todo el aparato y, ¡voilà!, asunto solucionado. Me quedé como el emoticón de ojos muy abiertos, pasmao. Luego me entró una risita incómoda. Yo, ¡dizque muy emprendedor!, ¡dizque muy creativo!, y vea la tontería en la que estaba empantanado. Usaba el trasto como siempre lo había usado, sin detenerme siquiera a pensar si había una mejor forma de hacerlo. Ahora vamos con el otro episodio que no desmerece nada en grado de atolondramiento. Hay en mi casa un edredón que es más mucho más grande que la cama. Para acomodarlo de manera que no se vea mal, es necesario llevar a cabo un proceso de precisión extrema. Primero veo que lado quedó más largo. Luego voy y tiro del otro para intentar emparejarlos. Tiré muy fuerte, ahora este quedó más largo. Me voy para el otro lado y tiró de nuevo. ¡Carajo!, me pasé otra vez. Vuelvo y tiro. Y tiro otra vez. Hasta que la cosa queda más o menos presentable. Ahí, ahí, no más. Una mañana, mientras estaba intentando alcanzar la esquiva precisión, se me ocurrió que si metía las faldas del cubrecama debajo del colchón, iba a terminar más rápido y quedaría mejor presentada la cama. Para mi vergüenza y ¡también deleite!, así fue. Esta sencilla solución, que siempre estuvo enfrente de mí, me permitió ahorrar tiempo y mejorar el resultado final, ¡una gran innovación en toda regla! Aunque no me salvó sentirme abochornado por todo el tiempo que tardé en descubrir algo tan evidente como eso. Nuestro cerebro es perezoso, prefiere la rutina, así no tiene que emplear energía pensando mientras realizamos tareas cotidianas. Por eso es tan fácil hacer las cosas como siempre las hemos hecho, sin cuestionarnos si esa es la mejor manera de hacerlas. Conclusión: el progreso y la innovación no están dados. Para que ocurran debemos realizar un esfuerzo deliberado y permanente. Sin la disciplina implacable de cuestionar todo en busca de formas más eficiente, es muy difícil que se presenten mejoras.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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