"Sé tú mismo, pero siempre tu mejor yo" —Karl Maeser
Casi la mitad de las cosas que hacemos cada día son hábitos.
Como, cuando y donde tomamos el café, por lo general ocurre de la misma manera; al igual que por donde empezamos a enjabonarnos, lo que tomamos al desayuno, la ruta hacia el trabajo… una parte muy significativa de nuestra vida está rutinizada. Por ello, cultivar buenos hábitos es cultivar una buena vida. Como yo quiero vivir bien, durante un tiempo me dediqué al estudio de cómo adquirir hábitos provechosos y huir de los nocivos. Así fue que aprendí varios trucos útiles que me han ayudado a depurar mi catálogo de hábitos. Al estilo de un juez de reality show, he ido diciendo, con fingida petulancia: «tu, continuas con nosotros», o «lo siento, pero tu tiempo en esta casa... ha terminado». Cuando dejas atrás un hábito siempre hay algo de nostalgia. No importa cuan malo haya sido, te acompañaba y era fiel contigo. Es como abandonar a un querido viejo amigo que ha extraviado su rumbo. Duele, pero su comportamiento errático te obliga a dejarlo atrás. Por el otro lado, cuando llega un buen hábito se le debe dar el tratamiento que le dan las buenas empresas, o los buenos clubes deportivos, a sus nuevos fichajes. Se les mima, se les presta atención para que se adapten a su nuevo entorno y se familiaricen con sus compañeros. Es cuando el hábito está plenamente integrado cuando empieza a rendir sus mejores frutos. Ahora bien, después de todo este prolongado proceso de aprendizaje y experimentación, una cosa me ha quedado muy clara: la fuerza más poderosa para el cambio es nuestro yo ideal, o como lo llamaban los antiguos griegos, nuestro daimon. Según Platón, un daimon es un ser intermedio entre los dioses y los mortales. Es un espíritu benevolente que nos cuida y orienta para que alcancemos la más alta expresión de nuestro ser. Es decir, para que seamos lo más maravillosos que podemos ser. Para los griegos, la relación con tu daimon es la relación más importante de tu vida. Estar en buenos términos con él significa la felicidad. Pero si le das la espalda, siempre serás desdichado. Abraham Maslow, uno de los fundadores y principales exponentes de la psicología humanista pensaba igual que los griegos. Si planeas ser algo menos de lo que eres capaz de ser —afirmó—, probablemente serás infeliz todos los días de tu vida.
Mi experiencia me indica que los griegos, Maslow y otros tantos, estaban en lo cierto: saber quien quieres ser, en que tipo de persona deseas convertirte, es la fuerza de cambio más poderosa que existe.
Si tienes claro a donde vas, también tienes claro que tipo de comportamientos te mueven en la dirección deseada y cuales obstaculizan el avance. Tomar decisiones se hace más simple. En nuestra mente coexisten diversas fuerzas que en muchas ocasiones tienen distintos intereses. O como Friedrich Nietzsche lo expresó, nuestra mente es «una asociación de voluntades en constante rivalidad y con alianzas particulares la una con la otra». En ocasiones ocurre que, por un lado queremos hacer lo que es mejor para nuestra salud, pero otra queremos disfrutar de un delicioso y mega-calórico postre. O sentimos el deseo de aumentar nuestras competencias y aprender algo nuevo, pero otra misteriosa fuerza nos mantiene pegados al sofá y a la tv. Sin embargo, cuando existe en nuestra mente una imagen clara de nuestro yo ideal, esa imagen se convierte en una poderosa fuerza que armoniza y gobierna sobre el caos que existe en la mente del ser humano. Nietzsche llamó a esta imagen, «La idea organizadora»: La idea organizadora que está destinada a gobernar sigue creciendo en el interior: comienza a mandar, lentamente nos aleja de los caminos laterales y las carreteras equivocadas; prepara cualidades únicas y aptitudes que un día resultarán indispensables como medio para un todo: una a una, entrena todas las capacidades subordinadas antes de dar alguna pista de la tarea dominante, del "objetivo", "meta" o "significado".
Nuestro yo ideal, la persona en la que DESEAMOS (no en la que otros sugieren que deberíamos) convertirnos, funciona como un eje que da coherencia a nuestra transformación.
En lugar de ir haciendo apaños por aquí y por allá, la acciones transformativas que emprendemos hacen parte de un plan que tiene como único objetivo materializar a nuestro yo ideal, a nuestra más perfecta y luminosa versión. Así que la próxima vez que pienses en cambiar alguna cosa de ti, empieza por preguntarte que tipo de persona te gustaría ser. Con esto claro, todo es más fácil.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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