Quien aspire a ser un profesional destacado debe conocer qué están haciendo los líderes de su sector, aquellos que están a la vanguardia de su práctica. Quien no lo haga se arriesga a la obsolescencia y a la irrelevancia. Empresarios y emprendedores también deben conocer qué están haciendo quienes dominan su mercado, más aún si estos son competidores.
En nuestra vida profesional la competencia es inevitable, competimos por puestos de trabajo, por contratos, por clientes, por proveedores y por muchas cosas más. Esa es la razón por la cual es necesario fijarnos en que hacen los demás: para permanecer competitivos y con opciones de ganar. Sin embargo, conocer no significa obsesionarse. La mayor parte de nuestra atención y tiempo la debemos dedicar a mejorarnos, a nosotros o a nuestra empresa. Es saludable conocer qué hacen los demás, pero es imprescindible trabajar en nosotros mismos. Trabajar para cada día ser mejores y ofrecer mejores soluciones. Lo que resulta saludable en el plano profesional, es malsano en nuestra vida personal. Aquí la competencia no es provechosa, es fuente de ansiedad e infelicidad. A pesar de ello, todo el tiempo nos estamos comparando y compitiendo. Nos preocupa si nuestros vecinos, amigos o colegas, son más exitosos, lucen mejor, sus hijos se comportan mejor o parecen más listos. Este comportamiento es irracional, porque es una competencia que jamás podremos ganar. Jamás podremos ser superiores a todos en todas las cosas que desearíamos. Siempre habrá alguien que la tenga más grande, con el rancho más grande, que esté más en forma y con hijos más listos que los nuestros. Peor aún, cuando nos comparamos ponemos el foco en la persona equivocada. Nosotros no tenemos control sobre lo que hacen o dejan de hacer los demás; ni sobre su genética ni su buena suerte. Sobre lo que sí tenemos control es sobre lo que hacemos. Es ahí donde debemos concentrar nuestros esfuerzos y establecer comparaciones. Debemos esforzarnos por ser cada día mejores y compararnos con la persona que éramos ayer. Aristóteles advertía sobre la falsa creencia de que la felicidad llega cuando llegan riqueza, fama, honores o mediante el placer. Para el filósofo, la verdadera felicidad (eudaimonia) solo llega a través del cultivo de la excelencia (areté), cuando nos esforzamos por ser cada día mejores personas, más compasivos, amables, amorosos, íntegros… Miguel Ángel afirmaba que “toda piedra lleva una estatua adentro y la labor del escultor es descubrirla”. Nosotros somos los escultores de nuestra propia grandeza y es nuestra obligación descubrirla. Mientras compararnos con los demás es una batalla perdida que solo produce infelicidad, esforzarnos cada día por ser mejores y evaluar nuestros progresos nos lleva en sentido contrario: hacia una vida más satisfactoria y una felicidad más estable. Lo mejor de todo es que podemos empezar a ser más felices en este mismo instante; ahora mismo podemos dejar de compararnos con otros y empezar a esculpir nuestra grandeza.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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