Hace unos días conversando con un amigo me contó un sueño que había tenido; este comienza cuando de repente él se encontraba sumergido dentro de aguas oscuras y gélidas, entonces, empezó a nadar a toda prisa para tratar de llegar a la orilla. Nadaba y nadaba y no conseguía tocar tierra. El frío era cada vez más doloroso y su desesperación mayor. Así que empezó a nadar aún más frenéticamente. Usando todas sus fuerzas. Con la esperanza de que ese mayor esfuerzo le permitiera encontrar una pronta salida a esa dramática situación. Su angustia iba en aumento: por mucho que nadaba no conseguía tocar tierra y sus fuerzas eran cada vez más escasas. Se sentía exhausto. Pensaba que lo había dado todo y que no había más por hacer. El fin debía estar cerca.
Al ver que no era capaz de dar una brazada más, se le ocurrió que quizás podía flotar un poco y así descansar. Cuando paró, sacó la cabeza del agua y cuál fue su sorpresa al ver que a pocos metros de él había un bote. En ese momento despertó Ya de camino a casa pensé como el sueño de Gonzalo se parece a situaciones que experimentamos en la vida, por ejemplo: cuando nos decidimos a emprender, o cuando tratamos de dar balance a las actividades que como profesionales y padres debemos llevar a cabo. Saltamos, corremos, trabajamos sin descanso. Vamos apagando los incendios que aparecen: el cliente que no paga cuando debe, el proyecto que va muy atrasado, las cuentas que se acumulan; y no nos tomamos el tiempo necesario para levantar la cabeza, mirar más allá de lo inmediato, de lo pequeño; y pensar. Todos deberíamos fijar en nuestra agenda diaria (como una actividad clave) un tiempo de soledad simplemente para pensar. Hoy vivimos en una cultura hiper-conectada, excesivamente enfocada al exterior y hemos ido olvidando como estar a solas y mirar hacia nuestro interior. Cuando disponemos de un tiempo a solas, lo que hacemos es encender el televisor, la radio del coche o, más a menudo, recurrimos al móvil para ponernos al día con las redes sociales y enviar mensajes de texto. Si no apartamos tiempo para estar a solas y pensar, perdemos una invaluable oportunidad para el crecimiento personal y renovarnos. Cuando estamos a solas somos más creativos; Albert Einstein lo sabía muy bien: “la monotonía y la soledad de una vida tranquila estimulan la mente creativa”. También vemos las cosas con mayor claridad; “el mejor pensamiento ha sido hecho en soledad. El peor en agitación” decía Thomas Edison. Se que en nuestra cultura actual se ve raro separar tiempo y sentarnos a no hacer nada más que pensar. En el trabajo o en la casa nos dirían que dejemos de holgazanear y que hagamos algo productivo, pero a lo largo del día seguro que encontraremos pequeños espacios de tiempo para desconectar y aquietarse. En mi caso ese tiempo lo he encontrado cuando salgo a correr: hace un par de meses que dejé de usar música mientras me ejercito y ha sido muy estimulante ver como mis mejores ideas surgen mientras disfruto en solitario del entrenamiento. Otro momento que uso para estar a solas es al final del día, antes de dormir. Aquí es cuando hago balance del día que pasó, de lo que hice, medito si mis acciones ese día estuvieron alineadas con mis metas de largo plazo, o solo estuve concentrado en lo inmediato. También es en este momento cuando preparo la agenda del día siguiente con las cosas espero hacer. Por último, si tus ideas ingeniosas solo aparecen cuando estas tomando una ducha, eso es un claro indicio de que necesitas dedicar más tiempo a pensar :)
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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Agosto 2022
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