"Saber lo que prefieres, en lugar de decir Amen dócilmente a lo que te dice el mundo que debes preferir, es haber mantenido tu alma viva" —Robert Louis Stevenson
Si queremos llegar a ser pensadores profundos y originales, debemos crear espacios en nuestra vida que fomenten el pensamiento.
En otras palabras, debemos planificar momentos en nuestra agenda para cruzarnos de brazos y no hacer nada más que pensar. El problema es que nuestra sociedad, que confunde ser productivo con estar ocupado, no mira con buenos ojos la quietud. Seguro que un jefe tuerce la cara con disgusto si se encuentra a un empleado mirando embelesado por la ventana mientras con una mano juega con el bolígrafo. Se valora mucho más a la persona que todo el día va frenética de aquí para allá, moviendo papeles de un lado para el otro. Ese recelo contra la quietud no es nuevo. Hace alrededor de un cuarto de siglo, un vecino del pueblo donde vivía Goethe, Christian Kestner, escribió una carta a un amigo suyo en la cual, con algo de sorna, relataba la llegada del joven poeta y su gusto por la ociosidad (vía Las penas del joven Werther): En la primavera llegó aquí un tal Goethe, doctor en derecho, de unos veintitrés años de edad, según su rúbrica. Es el único hijo de un hombre muy rico y ha venido con la intención —al menos tal era la de su padre— de ponerse aquí a trabajar, según la suya, sin embargo,viene para estudiar a Homero, Píndaro, etcétera, así como para dedicarse a todas aquellas ocupaciones que le dicte su genio, su manera de pensar y su corazón… [...] Uno de nuestros más nobles espíritus, el secretario de legación Gotter, me convenció en una ocasión para que lo acompañase a Garbenheim, un pueblo que es lugar acostumbrado de paseo. Allí mismo me encontré a Goethe tumbado de espaldas en la hierba, a la sombra de un árbol mientras charlaba animadamente con algunos presentes: un filósofo epicúreo (v. Goué, un gran genio), un filósofo estoico (v. Kielmannsegge) y un híbrido de ambos (Dr. König).
Robert Louis Stevenson, al igual que Goethe, fue hombre de extraordinario genio, conoció con gran profundidad la naturaleza del ser humano.
Fue gracias a las muchas horas que Stevenson dedicó a la “improductividad” que alcanzó su gran estatura como pensador. Por ello era un fogoso defensor del ocio (vía En defensa del ocio): En estos tiempos en que todo el mundo está obligado, so pena de ser condenado en ausencia por un delito de lesa respetabilidad, a emprender alguna profesión lucrativa y a esforzarse en ella con bríos cercanos al entusiasmo, la defensa de la opinión opuesta por parte de los que se contentan con tener lo suficiente, y prefieren mantenerse al margen y disfrutar, tiene algo de bravata y fanfarronería. Sin embargo, no debería ser así. La supuesta ociosidad, que no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas que no están reconocidas en las dogmáticas prescripciones de la clase dominante, tiene tanto derecho a exponer su posición como la propia laboriosidad. Se suele admitir que la presencia de personas que se niegan a tomar parte en la gran carrera de obstáculos por un poco de dinerillo no hace más que insultar y desalentar a quienes sí participan en ella. Un individuo cabal (como tantos que vemos) toma su decisión, opta por las moneditas y, con esa enfática expresión tan americana, «va a por ellas». Y, mientras este hombre va ascendiendo trabajosamente por la senda marcada, no es difícil comprender su resentimiento cuando ve que, junto al camino, hay personas cómodamente tendidas sobre la hierba del prado, con un pañuelo sobre las orejas y un vaso al alcance de la mano.
El señor Kestner, aunque no aprobaba la vida en apariencia improductiva de Goethe, era bastante justo y equitativo, su carta continuó de manera elogiosa hacia el joven recién llegado (vía Las penas del joven Werther):
[El Dr. Goethe] Tiene mucho talento, es un verdadero genio y un hombre de carácter, posee una imaginación extraordinariamente vivaz, de ahí que se exprese muy a menudo en imágenes y metáforas. [...] Es apasionado en todos sus afectos, sin embargo, a menudo sabe refrenarse a sí mismo con gran poder. Su forma de pensar es noble, bastante libre de prejuicios. Obra como le parece, sin preocuparse de si le gusta a los demás, si está de moda o si lo permite la forma de vida. Odia toda imposición. Le gustan los niños y puede entretenerse jugando con ellos durante mucho tiempo. Es extravagante y tiene en su comportamiento, en su apariencia, cosas que pueden hacerle molesto, pero goza de la simpatía de los chiquillos, de las mujeres y de muchos más [...] Ha hecho ya mucho y posee amplios conocimientos, extensas lecturas; sin embargo, más aún que esto, sobre todo ha pensado y razonado. Se dedica principalmente a las bellas ciencias y a las artes, mejor dicho, a todas las ciencias, si exceptuamos tan solo aquellas que sirven para ganarse el pan. [...] Aspira a la verdad, aunque concede más importancia al sentimiento de esta que a su demostración.
Cuando dedicamos tiempo a la reflexión, no solo aflora nuestra creatividad, se manifieste también algo mucho más importante: nuestra verdadera personalidad.
La independencia de comportamiento de Goethe se debe a haber «pensado y razonado». Es gracias a estas dos trascendentales actividades que podemos vivir según nuestra opinión y no según la opinión de la mayoría. Cuando descubrimos como queremos conducir nuestra vida, la opinión de los demás se hace bastante irrelevante. Así que para que lo mejor de ti empiece también a manifestarse, no queda otra que dedicar tiempo a pensar y razonar.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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