"El ayer ya no es nuestro para recuperarlo, pero mañana nos pertenece, para ganar o perder" —Lyndon B. Johnson
Los seres humanos tenemos una inclinación a planear de manera (muy) optimista.
La mayoría de las veces calculamos bastante por debajo, cuánto vamos a tardar en realizar una tarea. A mi siempre me pasa: la noche anterior, o muy temprano en la mañana, escribo en la agenda las cosas que quiero realizar durante el día. Y el 99% de las veces, cuando la jornada ha concluido, hay tareas sin hacer. Hecho que me deja siempre con un leve sabor a derrota. No importa que haya realizado las actividades más importantes, las que considero estratégicas; si queda algún punto sin tachar, la felicidad, no es completa. Cualquier se daría cuenta de que planeo de forma muy optimista, rayando incluso en la ingenuidad. Pero yo no. En lugar de rebajar mis expectativas, me empeño en seguir creyendo que mañana, por alguna razón misteriosa, lo haré mejor. Mañana te prometes —afirmó James T. McCay— que serás diferente, pero mañana es casi siempre una repetición de hoy.
Y así ocurre. Al día siguiente, la realidad se vuelve a imponer.
Son dos las trampas mentales que me hacen persistir en este autoengaño: el virtuoso yo futuro y la falacia de la planificación. Los seres humanos tenemos la tendencia a pensar que mañana seremos más virtuosos de lo que somos hoy. Mañana ahorraremos más, mañana me pondré en forma, mañana empezaré a leer; y, como no, «mañana seré más productivo», que es lo que me digo cada noche. Ay… si de verdad mañana fuéramos la mitad de virtuosos de lo que pensamos que seremos, no habría meta, por ambiciosa que sea, que se nos resistiera. La otra trampa en la que caigo es la ‘Falacia de la planificación’: (Vía Wikipedia)
¿Y por qué ocurre? ¿Por qué subestimamos el tiempo o el dinero necesarios para finalizar un proyecto?
Resulta que la mente de los seres humanos no es muy buena calculando probabilidades que se van acumulando. Si calculamos el tiempo que tardaremos en realizar una actividad sencilla, que involucra pocos pasos, cómo afeitarse o freír un huevo; lo haremos con precisión. Pero entre más complejo es algo, más nos enredamos. Cuantos más pasos sean necesarios para llevar a cabo cualquier tarea o proyecto, mayor será la probabilidad de que en uno (o en varios) de esos pasos aparezca un obstáculo. Así que en cada etapa aparecen nuevos retrasos que se van sumando: uno aquí, otro allá y alguno más allá, dejándonos al final con una gran desviación. Existe otra razón por la cual continuó planificando mis días con tanta alegría. La decepción que me causa dejar tareas sin terminar, me empuja a esforzarme cada día un poco más. Prefiero lidiar con el mal sabor de no terminar, que caer en la complacencia: ponerme metas muy bajas y ¡cuamplirlas! ¡Que horror! Con el paso del tiempo he notado que mis rutinas van mejorando y mi productividad aumentando. Así que bien vale la pena un poco de optimismo y candidez, si es por una buena causa.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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