Versión en Vídeo, AQUÍ Versión Audio, AQUÍ El propósito de la vida, afirma M. Scott Peck, autor del muy buen libro El camino menos transitado, es «el crecimiento espiritual del ser humano». No puedo estar más de acuerdo. El secreto para vivir una gran vida se halla en nuestra constante evolución. Cuando ponemos como propósito principal nuestro crecimiento, toda nuestra vida mejorará. Seremos mejores profesionales, padres, parejas, amigos. Si tu todavía estás preguntándote, «¿cual es mi propósito?», empieza trabajando en ti mismo. No vas a fallar, porque como vamos a ver más adelante, tu evolución como persona te va a traer, principalmente, claridad. Y con esa claridad podrás luego conducir tu vida por los senderos más verdaderos. Pero antes de eso, definamos que es crecimiento. Crecimiento es ir dejando atrás las inclinaciones y comportamientos más primitivos que aún habitan en nuestro corazón. Los seres humanos somos animales. Muy sofisticados, si, pero al final de cuentas, animales. Esa naturaleza nos hace comportarnos en algunas (o mejor, en muchas) ocasiones, más como salvajes que como seres evolucionados dotados de inteligencia. El egoísmo, la agresividad, los celos, el tribalismo, son cosas que hacen parte de la naturaleza humana. Fueron útiles cuando vivíamos en un medio más salvaje y peligroso. Pero hoy no son solo obstáculos que impiden la evolución de nuestra especie, también amenazan nuestra supervivencia. Los seres humanos tendemos a poner nuestras necesidades y deseos por encima de cualquier cosa, y eso a veces nos hace actuar de forma nociva y miope. Veamos un ejemplo, el gusto por la carne es algo natural y casi universal. Las estadísticas señalan que una de las primeras cosas que hacen las personas cuando aumenta su nivel de ingresos, es aumentar su consumo de carne. Sin embargo, resulta que el consumo de carne presenta varios problemas. El primero es que la ganadería es una de las mayores amenazas medio ambientales. Los desechos de la actividad y la gran cantidad de tierra necesaria para producir el alimento del ganado, hacen insostenible para el planeta el actual nivel de consumo. El otro problema es el sufrimiento animal. La producción industrial de carne significa que millones de seres vivos, que sienten dolor, son tratados sin consideración como piezas de una cadena de montaje. Esas son razones poderosas que debieran incitarnos a moderar nuestro apetito por las proteínas animales. Pero no es así, preferimos saciar nuestra voracidad sin que nos importe el sufrimiento de otros seres y poniendo en peligro la supervivencia del planeta y, por lo tanto, de la especie. Para el filósofo y poeta Henry David Thoreau, prescindir de los alimentos animales es manifestación de elevación espiritual. De esta manera, con prosa delicada y elocuente, se expresó: Creo que cualquier hombre que se proponga seriamente conservar sus facultades superiores o poéticas en las mejores condiciones, se inclinará por abstenerse de tomar alimento animal o demasiado alimento de cualquier clase.
Crecer espiritualmente significa entonces, moderar esos impulsos primitivos e inconscientes, para ir dando paso a un comportamiento que esté mayormente guiado por la razón, la empatía y el amor.
Continuemos con el sabio Thoreau: Somos conscientes del animal que hay en nosotros y que se despierta a medida que nuestra naturaleza superior se adormece. Es reptil y sensual y tal vez no pueda ser extirpado, así como no podemos expulsar a los gusanos que, incluso en vida y con salud, se encuentran en nuestro cuerpo.
Ok, perfecto; ya sabemos que nuestro avance espiritual consiste en ir dejando atrás al animal que hay en nosotros.
Ahora necesitamos saber, ¿por donde empezar? Fácil, debemos empezar por prestar atención, por despertarnos del letargo en el cual vive la inmensa mayoría de la humanidad. Otra de las características del hombre es que, aunque tiene conciencia, no la usa con frecuencia. La mayor parte del tiempo vamos distraídos por el parloteo perpetuo de nuestra mente. No prestamos atención, y cuando no vamos atentos, en lugar de conducirnos de acuerdo a nuestras más altas facultades, lo hacemos guiados por nuestra naturaleza primitiva. Así que para que se instale lo sabio y lo divino en nosotros, lo primero es hacernos más conscientes, estar más presentes. Vivir en el aquí y en el ahora. No existe facultad más importante que esta. Escuchemos de nuevo al sabio H. D. Thoreau: Ningún método ni disciplina pueden suplir la necesidad de estar siempre alerta. ¿Qué es un curso de historia, filosofía o poesía, por bien elegido que esté, o la mejor compañía, o la más admirable rutina de vida, comparados con la disciplina de mirar siempre lo que hay que ver? ¿Serás sólo un lector, un estudiante, o un visionario? Lee tu destino, mira lo que hay frente a ti y camina hacia el futuro.
Cuando salimos del estado hipnótico en el que vamos la mayor parte del tiempo y prestamos atención, toda nuestra vida, desde lo más simple y cotidiano, hasta lo más extraordinario, se convierte en suelo propicio para nuestra evolución espiritual.
Si hablamos con nuestros hijos, con amor, reverencia y respeto, escuchando atentos lo que nos dicen, estamos avanzando en nuestra espiritualidad. Si nuestro trabajo lo hacemos, no de manera distraída y por salir del paso, sino con afecto y buscando infundir en él nuestras más excelentes virtudes, estamos avanzando en nuestra espiritualidad. Si cuando caminamos, en lugar de ir mirando la pantalla del bicho que nos distrae en todo momento, miramos atentos a la vida a nuestro alrededor, estamos avanzando en nuestra espiritualidad. Cultivar la atención, vivir en el aquí y en el ahora, es el camino hacia nuestro más extraordinario yo. No necesitamos mucho más, solamente despertar. ¿Te gustó? Recibe gratis artículos con ideas y consejos sobre cómo superarte y ser tu mejor tú. Suscríbete AQUÍ
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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