"No vayas a donde el camino te lleve, ve, en cambio, por donde no hay camino, y deja tu propio rastro" —Ralph Waldo Emerson
Durante toda mi vida he querido ser muchas cosas, corredor de bolsa, presidente de una gran corporación, dueño de gimnasio, genio de las finanzas, periodista, crear el próximo Facebook…
La cosa era más o menos así. Cada que conocía a alguien que tenía éxito en su profesión, y vivía una vida en apariencia (ojo con esa palabra) feliz y satisfactoria; deseaba para mi ese mismo éxito y esa misma vida feliz y satisfactoria. Siempre me estaba comparando y siempre estaba deseando lo que los demás tenían. Los seres humanos tenemos manía de andar midiéndonos unos a otros. Nunca estamos satisfechos con lo que tenemos, por eso andamos anhelando lo que el vecino tiene. Esta ansia de más es bastante irracional, pues resulta que muchas de las cosas que envidiamos a otros son adquiridas pagando un precio que nosotros quizá, no estamos dispuestos a pagar. Por ejemplo, es probable que tu vecino empresario, el que tiene su casa equipada con los últimos cacharros tecnológicos, y que conduce un coche enorme y muy brillante que quisieras para ti, haya tenido que pagar un muy alto precio por ello: largas horas de trabajo que lo alejan de familia y amigos; una deuda importante que no lo deja dormir en las noches, competidores fieros que amenazan el futuro de su empresa. Mientras tanto tu, con tu coche modesto y tu televisor minúsculo, disfrutas de una vida más tranquila que tu atareado y estresado vecino desearía para el. Incluso poderosos reyes y emperadores a través de la historia, debido a la responsabilidad y lo agobiante de sus cargos, envidiaban la vida más sencilla y ordinaria de sus súbditos. En sus diarios íntimos manifestaban su deseo de retirarse y simplificar su vida. Es que eso de andar expandiendo imperios, cuidarse de las frecuentes traiciones y machacar al pueblo con impuestos tiene que ser cosa agotadora Ahora bien, no estoy diciendo que una cosa es buena y la otra mala, que las grandes empresas y las grandes responsabilidades sean algo a evitar. Lo que digo es que es bueno si es lo que de verdad (en tu más profundo ser) deseas para ti. Para algunos las grandes empresas son su real aspiración. A otros nos motivan gestas más discretas y vidas más reposadas. Hoy ya no quiero ser todas las cosas que antes deseaba. Ya no quiero fundar una gran empresa con miles de empleados. Tampoco quiero ser un tiburón de los mercados financieros. Ni siquiera piloto, bombero o policía. Dueño de gimnasio no está totalmente descartado. Lo que quiero ser, lo que quiero hacer, es lo que estoy haciendo: buscar sabiduría para aprender como se vive una vida más plena y feliz. Luego, transmitir a otros ese conocimiento, para que puedan a su vez vivir de la mejor manera posible. ¿Cuándo dejé de compararme y envidiar a los demás? Todavía no lo he hecho. Aún me fijo si tal o cual tiene más panza que yo, si levanta más peso en el gimnasio, si su hija tiene mejores calificaciones que la mía, si su mujer… mejor paro aquí. Sin embargo, ya no envidio su éxito profesional. La cura para ese mal fue descubrir mi propósito. Entender que es lo que de verdad quiero hacer, como quiero vivir y la manera como deseo contribuir con el bienestar de los demás. Cuanto más sabes lo que realmente quieres —sostiene Alain de Botton—, y a donde realmente vas, menos importante comienza a ser lo que todo el mundo está haciendo. En los momentos en que tu propio camino es más ambiguo, es cuando las voces de los demás, el caos perturbador en el que vivimos, el ruido de las redes sociales, empiezan a aparecer y a volverse más amenazantes.
La mayor dicha que podemos encontrar es vivir nuestra vida como REALMENTE deseamos vivirla. No como nos dice la sociedad que debemos vivir. No como nos dicen nuestros padres o nuestros amigos. Como decidimos nosotros que queremos vivir.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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