"No crecemos plenamente y en orden cronológico. A veces crecemos en una dimensión y en otra no. Crecemos de manera desigual; parcialmente. Estamos limitados. Somos maduros en unos aspectos, infantiles en otros" —Anaïs Nin
Muchas veces cuando levanto la vista, y miro en el horizonte aquel idílico lugar al cual me dirijo, allí donde se encuentra mi mejor yo, me doy cuenta de lo mucho que aún me falta y de lo lento que voy avanzando.
Y es en esos momentos cuando se presentan esos malévolos seres, cuyo principal objetivo es estorbar nuestro crecimiento: doña duda y su prima hermana, la seño desconfianza. Llegan fingiendo preocupación por nosotros, quieren hacernos creer que están de nuestra parte, que solo desean ahorrarnos un desengaño y evitarnos sufrimiento. «Mejor quedate tranquilito donde estás», me dicen. Sus voces son zalameras y en sus rostros hay un gesto que pretende ser compasivo y maternal. Pero si las miramos a los ojos, descubriremos su verdadera naturaleza: son malas, quieren detener nuestra evolución e impedir que alcancemos nuestro sueños. La realidad es que la senda del crecimiento personal es un camino que jamás se agota. Por fortuna, nunca llegaremos a nuestro destino; siempre será posible mejorar un poco más. Progresar es felicidad. Estancarnos es frustración. Con cada paso que avanzamos, se amplía aún más el panorama que podemos observar, descubrimos nuevas posibilidades. Nuestra ambición despierta, queremos crecer más, llegar más lejos. Entonces, movemos la meta unos metros más allá. Son varias las áreas de mi vida en las cuales me gustaría haber avanzado más deprisa. Me gustaría, por ejemplo, tener un mayor impacto profesional. También me gustaría saber más, adquirir con mayor velocidad conocimiento y habilidades. Tener más sujetos mis malos hábitos… Al darme cuenta del enorme trayecto que todavía me queda es cuando empiezo a dudar: «¿seré capaz de llegar algún día?», «¿voy por el camino correcto?», «¿estaré avanzando o me habré estancado?»… Pero luego, cuando miro hacia atrás, y observo con asombro el gran avance que he realizado, vuelve la confianza y renacen las esperanzas. Cambiar no es cuestión exacta que obedezca fórmulas matemáticas. No hay recetas infalibles que aseguren el resultado deseado sin tropiezos ni retrocesos. Sin embargo, constantemente nos vemos bombardeados con mensajes en sentido contrario. En periódicos, revistas, blogs, vídeos (cuyos ingresos dependen del tamaño de su audiencia, de la cantidad de veces que pinchamos en un enlace) encontramos artículos que ofrecen fórmulas “ridículamente simples” de alcanzar nuestros objetivos. Lo mismo ocurre con los libros de auto-ayuda. Los autores, con la esperanza de vender más, promocionan sus prescripciones como infalibles, a prueba de tontos. Imposible fallar si seguimos con precisión sus recomendaciones. Pero fallamos. Y en más de una ocasión. Resulta que el cerebro es un sujeto testarudo al que no le emociona cambiar. Son necesarios muchos intentos para que un nuevo comportamiento se asiente de manera permanente. Por ello, aunque a veces avanzamos, también tropezamos con frecuencia, y es necesario levantarnos de nuevo y persistir. Este es un panorama muy distinto al que nos venden los gurús de la autoayuda, nos han dicho que con su receta es imposible fallar. Entonces la culpa debe ser nuestra. Pero no lo es. Simplemente, es difícil. Así que no desesperes. Vuelve a intentarlo. Una vez más. Y otra. Y la siguiente. Es la única manera de conseguirlo.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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