«Tu única alegría, tu único reposo: pasar de una acción realizada al servicio de la comunidad humana a otra acción realizada al servicio de la comunidad humana» —Marco Aurelio
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El ser humano es capaz de hacer cosas extraordinarias. Tan asombrosas son algunas de nuestras gestas que, en ocasiones, los dioses sienten envidia. A través de la historia abundan los ejemplos de personas que tras superar grandes adversidades, lograron lo que parecía imposible. Por ejemplo, un hombre de apariencia insignificante (léase Gandhi) logró liberar de la opresión a millones de personas a través de la no violencia. Un niño nacido por fuera del matrimonio, consecuencia del amorío de un acaudalado noble con una humilde campesina, sin educación formal, gay y zurdo (cuando utilizar la mano izquierda era visto como una aberración), se convirtió él mismo en uno de los más grandes genios de la historia. Su nombre: Leonardo da Vinci. La lista continua y continua. Todos ellos eran personas comunes y corrientes, pero solemos pensar que quienes hacen realidad grandes proyectos, o quienes viven según su vocación, poseen dones especiales. No es así. La grandeza es una decisión: todos somos capaces de sublimes realizaciones. Una persona cualquiera que con diligencia, coraje y perseverancia se dedica a una tarea, tiene muchas probabilidades de salir airoso. Pero aceptamos con agrado el mito del superhombre porque eso nos brinda una coartada para persistir en nuestra auto impuesta mediocridad. Si consideramos a los hacedores de grandes proezas como seres con cualidades excepcionales; entonces, el resto de nosotros, los “normales”, tenemos una justificación para no movernos de donde estamos tan agusto. Pero la realidad es esta: los hacedores de magníficas obras son seres humanos como cualquiera. La única diferencia entre ellos y nosotros es la decisión de utilizar su tiempo, talento y energía en fines admirables. Para la mayoría de personas lo más importante es estar cómodos y entretenidos la mayor parte del tiempo. Otros, los excepcionales, desprecian la complacencia y se lanzan en procura de grandes objetivos. Uno de los propósitos más nobles que cualquiera de nosotros puede perseguir, es convertirse en el mejor ser humano posible. Ser lo más inteligentes, fuertes, serenos, amables, ágiles, saludables, humildes y felices que podamos ser. En mi opinión, si tu vida aún no tiene un propósito, por ahí puedes empezar: intenta ser la mejor versión posible de ti mismo. Expande tu potencial tanto como puedas. De esta manera, siendo lo mejor que podemos ser, estarán a nuestro alcance las grandes realizaciones. No se trata de sobresalir, de ser excelentes, por simple vanidad; para poder echar una mirada llena de arrogancia sobre los demás. La cuestión es que si somos mejores seres humanos, todo el mundo se beneficia. Somos mejores parejas, hijos, padres, amigos… y, así, guiados por nuestras mejores luces, tenemos mayores posibilidades de dejar una huella positiva en el planeta. La conservación del planeta y el progreso del ser humano depende de cada uno de nosotros. Es responsabilidad de todos esforzarnos por dejar el mundo un poco mejor de como lo encontramos. Pero para hacer todas esas cosas maravillosas que somos capaces hacer, existe un requisito ineludible: tenemos que tener una gran disciplina en la acción. Debemos ser muy conscientes del valor infinito de cada instante, valorar cada minuto de nuestra vida. Actuar como si cada segundo contará. Porque en realidad, cuenta. Dijo Charles Darwin: Un hombre que se atreve a perder una hora de tiempo no ha descubierto el valor de la vida.
Nuestros sueños están a nuestro alcance, pero solo si adquirimos gran disciplina en nuestras acciones.
Antes de hacer alguna cosa, nos podemos preguntar que buscamos con ello, que beneficio podemos obtener de esa acción. Actuando de esta manera, seguro que seremos mucho más cuidadosos en lo que utilizamos nuestro tiempo. Haremos cada cosa en su momento apropiado. Cuando sea el momento de descansar, descansaremos tranquilos. Cuando sea el momento de relajarnos y divertirnos, lo haremos con gusto. Y cuando sea el momento de esforzarnos y partirnos el lomo por alcanzar nuestras metas, lo haremos llenos de energía y entusiasmo. Cada cosa en el momento que le corresponde. Así que la mejor vida no es la vida de comodidad y complacencia. Es la vida ardua. La vida utilizada en la persecución de grandes logros. Theodore Roosevelt, presidente de Estados Unidos durante 1901-1909 es recordado por su personalidad exuberante y, si, una gran vida de logros. Así que nadie mejor para inspirarnos a vivir de esta manera. Deseo predicar, no la doctrina de la facilidad innoble, sino la doctrina de la vida extenuante, la vida de trabajo y esfuerzo, de lucha y sacrificio; predicar la forma más elevada de éxito a la que uno puede llegar, no al hombre que desea una paz fácil, sino al hombre que no huye del peligro, ni de la adversidad o del trabajo arduo, porque de ellos provienen los triunfos espléndidos.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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Agosto 2022
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