"Solo hay una manera de alcanzar la felicidad y es dejar de preocuparse por cosas que están más allá del poder de nuestra voluntad"
--Epictetus
Se disponía a salir de casa, tomó las llaves del automóvil, cuando atravesaba el salón para llegar hasta la puerta principal, una inverosímil coincidencia ocurrió: sus llaves cayeron al suelo por causa de un tropezón, y en ese preciso momento hubo un fallo de energía que dejó la casa en absoluta oscuridad.
Miró hacia suelo y lo único que encontró fue un espeso manto negro que todo lo cubría. Comprendió entonces que encontrar las llaves en medio de tan cerrada oscuridad sería casi imposible. A través de la ventana pudo observar que en la calle si había luz. Así que ni corto ni perezoso, muy satisfecho de sí mismo por la perspicaz solución que se le acababa de ocurrir, salió a buscar las llaves junto al farol que seguía alumbrando, «para que voy a buscar donde no hay luz, mejor aquí donde puedo ver, ¡ni tonto que fuera yo!» se dijo complacido de su incontestable genialidad. Poco después pasó un solícito vecino que al ver a nuestro personaje en tan afanosa búsqueda, preguntó, «¿que busca vecino?», «mis llaves» —respondió aquel. Sin dudarlo un instante, el amable compañero se unió al frenético rastreo. Después de haber registrado con minuciosidad de arqueólogo el perímetro, extrañado, rascándose la cabeza, el vecino preguntó, «¿estás seguro que perdiste las llaves por aquí?». «No» —contestó el otro— «las perdí en casa, pero como allí no hay luz, las vine a buscar aquí». Si, si, ya se que la historia suena estúpida, ¡a nosotros jamás se nos ocurriría semejante insensatez! Pero no es así, esta historia es tan común que es casi universal. Son muy pocos en realidad los que buscan donde de verdad hay que buscar. La mayoría de personas pensamos que la felicidad, la calma, la satisfacción con la vida, está en el exterior, en lugar de buscarla dentro donde si la podemos hallar. Pensamos que cuando obtengamos el empleo de nuestros sueños, o cuando tengamos los suficientes ahorros, o una casa más grande, o un coche más rápido, o un cuerpo más musculoso, o menos preocupaciones, podremos por fin ser felices y sentirnos seguros. Ay, que poco entendemos de la vida. Esperamos que otros cambien para que nuestra vida mejore. Cuando nuestro jefe, compañeros de trabajo, pareja, hijos, vecinos, padres… dejen de comportarse de manera tan ruin con nosotros, podremos, al fin, ser felices. Esperar que sean las circunstancias o las otras personas los que cambien, y no nosotros los que evolucionemos, es igual a buscar las llaves donde hay luz y no donde en realidad están. La felicidad es un trabajo interior, no exterior. En lugar de la ropa, los zapatos y los caros relojes con los cuales queremos adornarnos, deberíamos esforzarnos más por tener un alma más hermosa. Un alma bondadosa resulta atractiva para todos, sin importar con que se viste. No necesitamos una casa más grande. Necesitamos un corazón grande, que llene de amor, comprensión y alegría nuestro hogar. Una casa más lujosa no cura la amargura, un corazón benévolo si. En lugar de aumentos y promociones, en lugar de suspirar por convertirnos en jefes y poder mandar sobre los demás. Debemos aspirar primero a gobernar con sabiduría sobre nosotros mismos. Sólo cuando desarrollamos una comprensión profunda de lo que somos, podremos también comprender a los demás y así, ayudarlos a transformarse. En fin, en lugar de preocuparnos por tener, debemos preocuparnos más por ser. Por ser mejores padres, amigos, compañeros, profesionales. Es ahí, en la búsqueda continua de crecimiento y desarrollo donde encontraremos la verdadera felicidad. No está afuera, está aquí dentro. Y disponible para ti cuando dejes de buscarla donde no está.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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