"Es el individuo que reconoce lo poco que sabe acerca de sí mismo, quien tiene la oportunidad más razonable de descubrir algo sobre sí mismo antes de morir" —S.I. Hayakawa
En una entrevista que escuché hace unos años, le preguntaron a una escritora (ahora no recuerdo su nombre): “¿Por qué cree usted que algunos hombres maduros le resultan atractivos a mujeres más jóvenes?”.
Y ella respondió: “Siempre es seductor un hombre que sabe lo que está haciendo”. Muchos años después, cuando se supone que ya soy un hombre maduro, tengo que reconocer que la mayoría del tiempo no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Así que, o yo soy un bicho muy raro que no madura; o aquellos hombres maduros tan resueltos (y por lo tanto tan atractivos) no estaban más que fingiendo. Llevaban puesta la careta de la falsa seguridad. Mi apuesta es que lo último es cierto, lo cual no significa que lo primero no lo sea. Las dos premisas no son excluyentes. Una de las mayores sorpresas que me he encontrado ahora que paso de los cuarenta, es la cantidad de incertidumbre que todavía hay en mi vida. En muchas ocasiones me siento mas bien como un adolescente que no termina de decidir que rumbo coger. Y esto último no lo digo con frustración, todo lo contrario, me alegra que sea así. El no saber te obliga a continuar prestando atención, a permanecer curioso y seguir descubriendo nuevas cosas. Cuando se supone que ya sabemos, dejamos de mirar con interés, y cosas maravillosas, oportunidades únicas, pueden pasar por nuestro lado sin que nos percatemos. La incertidumbre nace de que somos seres en permanente transformación. Hoy no somos como éramos ayer. Siempre estamos cambiando. Pero debemos estar atentos, porque “todo cambio no es crecimiento. Igual que todo movimiento no es hacia adelante” como afirmó la escritora Ellen Anderson. Esta metamorfosis continua impide que podamos responder con total certeza a las preguntas ¿quién soy yo? y ¿qué necesito? Jamás llegamos a tener una imagen nítida de quienes somos. Somos como puzzles, como rompecabezas a los que les faltan piezas. Pero si prestamos atención, si escuchamos a la tímida voz que se halla en nuestro interior, empezaremos a reconocer una imagen en la cual nos podemos identificar, vemos algo que se parece a nosotros. Claro está que la imagen nunca estará completa. Cuando encontramos las piezas del puzzle que estábamos buscando, resulta que otras, con las que ya contábamos, se han perdido. Ocurrió que mientras explorábamos no paramos de cambiar. Obligándonos a seguir rastreando, a dejar sin respuesta definitiva la pregunta ¿quién soy yo? Esto es uno de los encantos de vivir, si nunca terminamos de cocinarnos, significa que la receta siempre puede ser mejorada. Evolucionar es posible en cualquier momento. Para ello debemos permanecer atentos, seguir curiosos. Nunca considerarnos un caso cerrado. Y seguir disfrutando del viaje.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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Agosto 2022
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