“El talento es más barato que la sal de mesa. Lo que separa al talentoso del exitoso es mucho trabajo duro” -Stephen King Me resulta muy extraño que me llamen abuelito, pero lo soy. Tengo nieto y se llama Spike. Mi hija dijo que ella era su madre y por lo tanto yo soy el enamorado padre de una chiquilla de cinco años y el abuelo de un gracioso cachorro de raza no confirmada. Spike, como todo perro, debe salir varias veces al día a pasear, tarea harto ingrata en las mañanas invernales. Durante los paseos me hace gracia cómo el hijo de mi hija levanta la pata en todos los árboles que ve, en todos los postes que ve, en todas las cercas que ve; en fin, el cachorro tiene una vejiga tan fértil que le permite ir rociando lo que se le ponga enfrente. Sin embargo, no es su capacidad humidificadora lo que más me sorprende. Lo digno de mencionar es que de la primera a la vigésima meada mi peludo nieto tira de la correa como si se fuera a reventar. Uno esperaría que pasadas la primeras cuatro o cinco veces empezara a relajarse y que las últimas las hiciera hasta con desgano, por cumplir. Pero no. Esa no es la actitud de Spike: de la primera a la última va con el mismo entusiasmo. La intensidad de Spike en su labor diaria me hizo recordar a la psicóloga Angela Duckworth, quien investiga sobre qué hace que algunas personas alcancen la excelencia y otros no. Sus investigaciones señalan que la diferencia entre los buenos y los excelentes es una combinación de perseverancia y aguante (grit -en inglés- como ella lo define). Según su propia definición grit es “la cualidad que le permite a los individuos trabajar duro y permanecer apasionadamente comprometidos con sus objetivos de largo plazo”. Es decir, para llegar a lo más alto no basta el talento, se debe trabajar muy duro. Poseer un talento fuera de lo normal no es garantía de un desempeño de clase mundial, para sobresalir es necesario dedicar una gran dosis de tiempo, paciencia y esfuerzo a la práctica deliberada (un libro excelente sobre el tema del talento es ‘El talento está sobrevalorado’ de Geoff Colvin). Son muchos los prodigios que no llegaron a su potencial porque con el paso de los años fueron perdiendo el entusiasmo y dejaron de practicar con la intensidad requerida. Romario es un claro ejemplo, poseía un talento descomunal para el gol, sin embargo, al ser cuestionado sobre su poco compromiso en los entrenamientos, respondía que él no necesitaba entrenar, que él ya era muy bueno. Siempre quedará la duda de hasta dónde habría llegado si hubiera entrenado con mayor disciplina. Por el contrario, Cristiano Ronaldo y Rafa Nadal son ejemplos de perseverancia y aguante, dos fenómenos que siguen trabajando con el mismo entusiasmo de cuando empezaron (como Spike con sus meadas), buscando mejorar cada vez más. La lección que podemos extraer de aquí es que en la mayoría de los casos no son los genes los que determinan el rumbo de nuestras vidas, si no lo que decidimos hacer con ella. El esfuerzo que le dedicamos a algo es lo que influye en mayor medida en los resultados que obtenemos.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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