"La meditación trae sabiduría; no meditar, ignorancia. Conozca bien lo qué le permite avanzar y qué lo detiene, y elija el camino que lo lleve a la sabiduría" —Buda
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Uno de los principales descubrimientos realizados por los budistas (que miles de años después ha respaldado la ciencia), es que no somos nosotros quienes pensamos nuestros pensamientos: los pensamientos se piensan solos. «¡¿Queee?! Como que yo no soy el que pienso mis pensamientos. Si en este momento estoy pensando yo, y solo yo, que ‘es una tontería lo que estás diciendo’». Si ya se que suena un poco loco. O quizá muy loco. Pero quédate conmigo y te lo explicaré. Aunque lo mejor de este asunto es que no tienes que creer nada de lo que digo. Puedes comprobarlo todo por ti mismo. Una de las virtudes de la doctrina budista es que no te pide creer en cosas que no puedas comprobar por tu propia cuenta. El budismo es una filosofía empírica, así que cualquiera que la practique puede ver lo mismo que vio el mismísimo Buda. Dicho lo anterior, sigamos con la explicación. A ver como sale. Desde los primeros minutos que nos iniciamos en la práctica de la meditación, comprobamos lo difícil que es controlar nuestros pensamientos. Nos sentamos llenos de confianza, dispuestos a no pensar en nada más que en la respiración por los siguientes diez minutos. Y, ay, no han pasado ni diez segundos y ya hemos abandonado la respiración y estamos pensando en el petardo de nuestro jefe, que «sabe lo atareado que estoy y no se le ocurre otra cosa que pedir un estúpido informe para este viernes». Después de un tiempo de despotricar mentalmente del petardo, nos acordamos que estamos meditando, «¡ay verdad!, la respiración. Inspiro… expiro… ». Unos pocos segundos después… nuestra atención se vuelve a fugar. Llegados a este punto empezamos a comprender la difícil que es controlar los pensamientos. «¿Y si no somos nosotros los que controlamos lo que pensamos, entonces quien o que lo hace?». No te adelantes, continúa conmigo que hay que avanzar despacio, paso a paso. El cerebro del ser humano tiene dos modos de atención que funcionan en alternancia: cuando uno se activa el otro no lo está, y viceversa. Uno de los modos se activa cuando estamos concentrados en alguna tarea compleja; como por ejemplo, cuando trabajamos en un problema matemático o intentamos escribir un artículo sobre la libre voluntad de nuestros pensamientos. El otro es el modo de atención difusa. Este ocurre cuando no estamos haciendo nada que requiera muchos recursos cognitivos: cuando tomamos una ducha, paseamos el perro o conducimos con tráfico ligero. El modo difuso es el modo por defecto de la mente. Es donde pasa la mayor parte del tiempo. Cuando estamos concentrados en alguna actividad que demande atención (en el primer modo), tenemos control de nuestros pensamientos. Por eso, cuando lees en alguna parte que tu no controlas tus pensamientos, puedes decir, «si que los controlo, mira, ahora estoy pensando en el escote de la vecina. Humm… ». Lo “divertido” ocurre en el otro modo, el difuso, que como dije antes, es el modo donde pasamos la mayor parte del tiempo. En este modo los pensamientos no los controlamos, emergen de alguna parte de nuestro subconsciente y se manifiestan en nuestra conciencia. La meditación te ayuda a darte cuenta de este hecho. Y ser consciente de ello es absolutamente maravilloso. Absolutamente liberador. Resulta que, como habrás podido comprobar por ti mismo, muchos de los pensamientos que se manifiestan en nuestra consciencia son bastante desagradables. Inseguridades, ansiedad por el futuro, envidia, preocupación por la opinión de los demás, remordimientos del pasado… son todos visitantes habituales. Cuando descubrimos que esos pensamientos surgen de alguna parte de nuestro cerebro, pero que no somos nosotros los responsables de ellos, simplemente podemos decidir no prestarles ninguna atención. Los dejamos que se marchen sin que nos afecten. Gracias a la práctica de la meditación podemos observar los pensamientos que surgen dentro de la mente con desapego. Sin vernos arrastrados por ellos. Con la calma de quien ve pasar coches por la calle. Los vemos como vienen y se marchan enseguida. No nos involucramos. Y si no nos involucramos, no pueden hacernos daño. Además, al observar el contenido de los pensamientos vamos a descubrir que algunos de ellos son ridículos. No tienen nada que ver con nosotros; con nuestra manera de pensar, ni de ser. Ser capaz de notar estas dos particularidades, que los pensamientos se piensan solos, por lo tanto no soy yo el responsable de ellos, y que muchos no tienen nada que ver conmigo, ha sido uno de los acontecimientos más transformadores de mi vida. Ahora, cuando noto un pensamiento extravagante, o uno envidioso, o uno inseguro, simplemente puedo decir, «yo no soy eso». Y cuando ocurre lo contrario. Cuando son pensamientos compasivos, amables, valientes, productivos, les doy la bienvenida. Digo, «yo soy eso». Es esta facultad, la de escoger con que nos quedamos y que dejamos pasar, la que nos permite liberarnos de todo el sufrimiento y ansiedad que causa la cháchara destructiva que habita en nuestra mente. Por eso amigo mío y amiga mía, la invitación es a meditar. Felicidad y sabiduría aguardan por ti.
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2 Comentarios
Jose
7/11/2017 01:01:31 pm
Muy buen artículo. En el libro 'pensar rápido pensar despacio' de Daniel Kahneman viene la explicación técnica y extendida.. quiza lo leí porque lo recomendaste tu... no recuerdo.
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Pablo Arango
7/11/2017 01:46:30 pm
¡Muy pronto José! espero tenerlo en un par de semanas disponible. Gracias por comentar.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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