"Para disminuir el sufrimiento del dolor, necesitamos hacer la crucial distinción entre el dolor del dolor y el dolor que creamos por nuestros pensamientos sobre el dolor. El miedo, la ira, la culpa, la soledad y la impotencia son todas las respuestas mentales y emocionales que intensifican el dolor" —Howard Cutler
La primera de las cuatro nobles verdades del Budismo es el reconocimiento de la existencia del sufrimiento.
Después de su experiencia como príncipe y monje errante, Buda comprendió que todas las personas tienen una cosa en común: si piensan en su propia vida o miran el mundo a su alrededor, verán que la vida está llena de sufrimiento. No importa que tan plácidos vivamos. Que tan ricos, famosos, amados o saludables seamos, en algún momento tendremos que enfrentar experiencias negativas. Ya sea la pérdida del empleo, problemas de pareja, broncas con padres, hijos o familiares; enfermedades temporales o permanentes, ruina, soledad, tristeza… Ninguno se salva. Nadie es inmune. Por supuesto que nadie quiere pasar por malos momentos. Pero, ay, los pasamos. El sufrimiento es una parte de la experiencia humana. No podemos vivir una vida rica y plena sin reconocer esta realidad. Para apreciar la felicidad debemos haber conocido la tristeza. Para valorar la tranquilidad, es preciso haber conocido la angustia. La satisfacción de haber comido es más grande después de sentir hambre. Es el contraste entre unas y otras lo que nos permite disfrutar de la vida en su totalidad. Sin embargo, cuando las contrariedades aparecen, nos resistimos, luchamos contra ellas. Deseamos que desaparezcan. Negamos su presencia. Y esa evasión, la prisa por huir de las garras del dolor, empeora el asunto. El ansia por que termine el sufrimiento es otra causa de sufrimiento. Y se agrega al dolor ya existente. En lugar de resistirnos al dolor, y aumentarlo por esa vía, resulta más sabio simplemente reconocer su presencia. Aceptar que estamos luchando. La aceptación no significa que apruebas la situación, o que te resignas, o que no esperas que cambie. Significa que dejas de negar la realidad y la aceptas. La aceptación es poderosa. Produce inmediato alivio. Es el primer paso hacia la sanación. Una vez aceptamos que estamos luchando, la rabia desaparece y el dolor disminuye. Esto funciona igual tanto para el dolor emocional como para el físico. Lo se por experiencia. Cuando en alguna ocasión siento dolor de cabezo o de estómago. Lo que hago es relajar los músculos y dejar de resistirme. Me entrego a él. En lugar de resistirme e impedir que haga su trabajo, me dedico a estudiar el dolor. Lo observo con curiosidad, me fijo en como lo siento, en donde lo siento, si es continuo o si aparece y desaparece. Hacer esto de inmediato reduce la intensidad del mismo. Incluso he descubierto que la mayoría de los dolores no son continuos, son mas bien como pulsaciones: llegan por oleadas. Así que hay un gran alivio cuando la marea retrocede. Con el dolor emocional también hago lo mismo: lo estudio con curiosidad. Sin juzgarlo. Acepto su presencia. Para resumir, el dolor (físico o emocional) hace parte de la vida de todos. Sin embargo, creamos sufrimiento innecesario cuando no aceptamos la realidad. Cuando practicamos la aceptación, nos permitimos seguir adelante, abrimos la puerta hacia la libertad y tomamos medidas para mejorar nuestras vidas. La aceptación puede ser difícil. Pero es algo que podemos practicar.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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