"Si amamos a alguien debemos practicar escuchar. Al escuchar con calma y comprensión, podemos aliviar el sufrimiento de otra persona" —Thich Nhat Hanh
Estaba yo leyendo en el parque mientras mi hija jugaba con algunas amiguitas, cuando dos jóvenes madres se pusieron a conversar muy cerca de donde yo estaba. Tan cerca que podía oírlas con claridad.
Resulta que una de las madres estaba teniendo una semana difícil: algunos contratiempos y discusiones con personas cercanas. Y su amiga, tal como hacen las amigas (y los amigos, ambos procedemos igual), a medida que iba escuchando las congojas de su compañera iba también disparando consejos y “soluciones”. La atribulada madre, no se si por azar o lo había previsto así, estaba contando sus cuitas en estricto orden ascendente: de lo más simple a lo más complejo; de lo intrascendente a lo dramático. Así que su amiga cada vez tenía más dificultades para sacar del sombrero sus mágicas soluciones. Hasta que llegó el momento en que se dio por vencida y dijo: “Pues no se que decirte, no conozco la situación lo suficiente para aconsejarte”. Y la otra respondió: “No te preocupes, lo que yo necesito es desahogarme”. Y, si, eso era todo. Nuestra afligida madre lo único que quería era un oído amigo, amable y compasivo, en el cual descargar sus dificultades. No deseaba soluciones apresuradas ni superficiales. La mayoría de las personas que se acercan a nosotros a contarnos sus dificultades lo que buscan es a alguien que los escuche, que los escuche de verdad. Con empatía y sin juzgar. Todos los seres humanos tenemos la necesidad de sentirnos escuchados y comprendidos. Necesitamos un lugar seguro donde descargar y ventilar nuestros asuntos. Pero hacemos lo contrario, de inmediato sale a relucir el yo-lo-arreglo-todo-al-instante que llevamos dentro. Entonces empezamos a lanzar consejos frívolos y poco meditados. Quizá con quien peor lo hacemos es con nuestros hijos. Como padres, queremos ayudarlos y apoyarlos en todo, queremos ahorrarles todo el sufrimiento que podamos. Por ello, cuando acuden a nosotros con sus dificultades, en lugar de regalarles atención ininterrumpida, de inmediato entramos en modo escúchame-lo-que-te-voy-a-decir y no les damos la oportunidad de explicarse y sentirse comprendidos. Cuando damos a las personas espacio y atención, con frecuencia encuentran dentro de sí mismas las respuestas que necesitan. Escuchar es dar amor. Escuchar no es fácil. Requiere paciencia, compasión y dejar de centrarnos en nosotros mismos (tarea complicada) y poner el foco de atención en los demás. Cada uno de nosotros podemos dar mucho a nuestros seres queridos solo prestándoles atención. Demostrándoles que lo que tienen para decir nos interesa, que sus asuntos son también nuestros asuntos. Así que la próxima vez que te vengan a contar algo, escucha. No interrumpas. Presta atención. Regala amor.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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Agosto 2022
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