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Como aprender más

30/6/2016

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"El más noble placer es la alegría de entender" —Leonardo da Vinci

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Imagen: Galymzhan Abdugalimov (clic sobre la foto para más info.)
Hay un pequeño gran secreto en el campo de la formación: los seres humanos olvidamos a una velocidad asombrosa.

Pasada una hora hemos olvidado en promedio el 50% de lo aprendido en clase, después de 24 horas hemos olvidado el 70%, y en una semana el 90% se habrá ido.

Con los libros ocurre algo parecido, luego de unos días se habrá evaporado mucho de lo que tanto esfuerzo nos costó terminar.

Así que es frecuente que la inversión que hacemos, o que hacen las empresas para capacitar a su personal, sea un verdadero desperdicio. Es como intentar poner aire a un globo con agujeros.

Olvidar es una función natural y necesaria del cerebro, necesitamos suprimir información irrelevante para poder conservar la que es importante. Este es un mecanismo adaptativo.

Cada minuto que pasa nuestro cerebro recibe una cascada de información. Imagina por ejemplo que vas en el coche con la radio encendida, recordar el orden exacto en el cual fueron emitidas las canciones es información inútil, así que el cerebro lo olvida para poder después conservar cosas importantes.

Si recordáramos todo lo que comimos durante los últimos meses, o la ropa que vestimos, nuestro cerebro se cargaría de información superflua y no dejaría espacio para aquella útil.

El problema es que el cerebro a veces no distingue bien una de la otra, y termina olvidando también lo relevante.

Ahora bien, para evitar desperdiciar el tiempo y el dinero invertido en formación, debemos hacer del aprendizaje algo activo. Cuanto más nos involucremos con el, más vamos a recordar.

Durante una investigación les dieron a leer a dos grupos de personas el mismo texto, pero al escrito de un grupo le faltaban letras en algunas palabras, haciendo más difícil la lectura del mismo. Cuando se evaluó que grupo recordaba más lo leído, el grupo que resultó vencedor fue el del texto incompleto.

Resulta que leer palabras incompletas obligó a los participantes a prestar mayor atención y esto hizo que conservaran mayor información.

Esa es la razón por la cual yo intento leer la mayoría de libros en inglés, dado que es más difícil para mi y tengo que ir (mucho) más lento, presto mayor atención y retengo un poco más.

Otra de las técnicas recomendada por la ciencia es tomar apuntes... a mano. Una investigación encontró que quienes escribían en papel sus apuntes recordaban más que los que lo hacían en un teclado.

Escribir es más lento que teclear, así que quienes usan el lápiz deben, para no quedarse atrás, sintetizar las ideas y escribirlas en sus propias palabras. Por el contrario, los que usan teclado pueden copiar textual.

Al tener que interpretar lo que se escucha y seleccionar las ideas más relevantes, las personas que escriben a mano retienen mayor información.

Cuando leemos un libro o atendemos una clase, además de tomar apuntes, resulta muy útil pensar en cómo la información que estamos recibiendo se relaciona con nosotros; cómo podemos aplicarla en el futuro, o como ayuda a explicar experiencias pasadas.

Pensar en dicha información le señala a nuestra mente que es importante y que por lo tanto no debe ser olvidada.  

La conclusión es que entre más activo sea nuestro aprendizaje mayores frutos dará. Si atendemos una clase o leemos un libro de forma pasiva, pronto lo olvidaremos. Por el contrario, la toma de apuntes y el pensar en cómo utilizar la información hará que esta sea almacenada en mayor proporción.

Hoy, dada la velocidad a la cual avanzamos y lo rápido que se producen los cambios, el aprendizaje continuo es cuestión de supervivencia. Ser un aprendiz eficaz es la gran ventaja competitiva.

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Somos lo que nos decimos

29/6/2016

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"La gente se vuelve realmente extraordinaria cuando empiezan a pensar que pueden hacer las cosas. Cuando creen en sí mismos han descubierto el primer secreto del éxito"
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—Norman Vincent Peale

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Imagen: Ryan Wong (clic sobre la foto para más info.)
Walt Disney afirmó: “Todos nuestros sueños pueden convertirse en realidad si tenemos el coraje de perseguirlos”.

Y creo que sí, que el bueno de Disney tenía razón, aunque yo precisaría que la frase sería más exacta si dijera “(Casi) Todos nuestros sueños… “.

Hay ocasiones en que por más duro que trabajemos, por muy buenas que sean nuestras intenciones, por mucho que hayamos buscado la respuesta apropiada, simplemente no pudimos encontrar la tecla correcta y fallamos.

Y no hay nada de malo en ello, no cabe ningún reproche. Si hicimos un esfuerzo honesto por alcanzar una meta y no la pudimos lograr, podemos estar en paz con nosotros mismos.

Haberlo intentado y fallado es mil veces mejor que ni siquiera haber probado. Si, fallar duele, pero duele más, mucho más, perder por no presentarse.

Ese es uno de los más comunes remordimientos de las personas en el ocaso de sus vidas, cuando ven el final de su viaje irremediablemente cerca, se preguntan con tristeza: ‘¿y si lo hubiera intentado?’.

Todos, cuando somos jóvenes, tenemos sueños de grandeza; imaginamos un futuro lleno de éxitos y logros admirables. Sin embargo, cuando empezamos a crecer, nos volvemos más “realistas”, más “prácticos”; así que nos conformamos y ajustamos nuestras metas a la baja.

Yo estoy convencido de que la principal causante del abandono de nuestras ilusiones es esa vocecita saboteadora que todos llevamos dentro, que con su narrativa malintencionada intenta por todos los medios destruir nuestros sueños.

Todos llevamos a cabo en nuestra mente una permanente conversación con nosotros mismos, que en muchos casos resulta debilitante: ‘tu no eres tan inteligente’, ‘no tienes la formación necesaria’, ‘ya estas viejo’, ‘eres demasiado joven’, ‘no tienes talento’, 'eres perezoso', ‘esa idea es estúpida’... Son algunos ejemplos de lo que en muchas ocasiones nos dice nuestra voz interior y, como puedes ver, la condenada no se anda con rodeos, dispara a matar (ilusiones y sueños).

Controlar esa narrativa, cambiar los mensajes limitantes por unos más positivos es el primer paso para atrevernos a soñar y luchar por alcanzar nuestros objetivos. Si dejamos que la negatividad se imponga ni siquiera intentamos movernos.

Somos lo que pensamos, si pensamos que podemos o que no, en ambos casos estamos en lo cierto. Las transformaciones ocurren cuando nos convencemos a nosotros mismos de que el cambio es posible.

La próxima vez que te descubras dudando de ti, ¡para! Recuerda que siempre el primer paso es creer que es posible.

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Como cultivar determinación

28/6/2016

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"Determinación es pasión y perseverancia hacia objetivos a muy largo plazo. Determinación es aguante. Determinación es luchar por su futuro, día tras día. No sólo por una semana, no sólo por un mes, sino durante años. Trabajando muy duro para hacer que su futuro sea una realidad" —Angela Duckworth

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No existe ningún atajo que conduzca a la excelencia. Para ser de veras buenos en algo, es necesario trabajar con intensidad en ello durante mucho tiempo, años, no meses ni semanas.

Debido a ello, quienes alcanzan la maestría en su campo son aquellos que demuestran una fiera determinación por sobresalir.

No es el talento ni la inteligencia; tampoco la educación. Es la determinación de trabajar durante mucho tiempo en pos de metas que, al comienzo del viaje, parecen inalcanzables.

La determinación (grit, en inglés) es el campo de estudio de la doctora en psicología Angela Duckworth, quien hace poco publicó un estupendo libro --Grit— el cual es una lectura muy recomendable para todo aquel interesado en el desarrollo personal.

Según Duckworth, la determinación está compuesta por otros dos atributos: pasión y perseverancia. Dado que la excelencia requiere tanto tiempo y esfuerzo, solo quien siente pasión por lo que hace puede perseverar durante muchos años.
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La determinación puede ser cultivada y desarrollada, todos podemos ser más determinados.  Estos son los cuatro atributos necesarios para aumentar nuestra perseverancia:
Las investigaciones han revelado los atributos psicológicos que tienen en común las personas que son modelos de madura determinación. Son cuatro. Cada uno de los cuales tiende a desarrollarse a lo largo de los años en un orden determinado.

Primero viene el interés. La pasión nace cuando existe un goce intrínseco por lo que hacemos. Todas las personas determinadas que he estudiado puede señalar algunos aspectos de su trabajo que disfrutan menos que otros, y la mayoría tiene que soportar al menos una o dos tareas que no les gustan en absoluto. Sin embargo, se sienten cautivados por su disciplina en conjunto. Con perdurable fascinación y curiosidad infantil, prácticamente gritan, "¡Me encanta lo que hago!"

A continuación viene el deseo de practicar. Una forma como se manifiesta la perseverancia es el esfuerzo diario de intentar hacer las cosas mejor de lo que las hicimos ayer. De esta manera, después de haber descubierto y desarrollado interés en un área en particular, debes dedicarte con todo el corazón al tipo práctica enfocada, desafiante, que conduce a la maestría. Debes centrarte en tus debilidades, y debes hacerlo una y otra vez varias horas al día, durante semanas, meses y años. Ser persistente es rechazar la complacencia. "¡No importa lo difícil que sea, quiero mejorar!" es una frase repetida por todos los ejemplos de determinación, sin importar su disciplina de interés y no importa lo excelentes que ya son.

En tercer lugar viene el propósito. Lo que hace madurar la pasión es la convicción de que su trabajo importa. Para la mayoría de las personas, es casi imposible mantener el interés durante toda la vida sin un propósito. Por tanto, es imprescindible que identifiques tu trabajo como interesante a nivel personal y, al mismo tiempo, integralmente conectado al bienestar de los demás. Para unos pocos, un sentido de propósito nace temprano, pero para muchos, la motivación para servir a los demás crece después del desarrollo del interés y tras años de práctica disciplinada. En cualquier caso, los ejemplos de total determinación siempre están diciendo: "Mi trabajo es importante tanto para mí como para los demás."

Y, por último, esperanza. La esperanza no es la última fase de la determinación, se halla en todas las etapas. Desde el principio hasta el final, es incalculablemente importante aprender a seguir adelante incluso cuando las cosas son difíciles, incluso cuando tenemos dudas. En diferentes momentos, con mayor o menor severidad, seremos derribados. Si nos quedamos abajo, la determinación pierde. Si nos levantamos, la determinación se impone.
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Sobre la importancia del tiempo para pensar

23/6/2016

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"El que piensa poco se equivoca mucho" —Leonardo da Vinci

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Imagen: Christopher Sardegna (clic sobre la foto para más info.)
Si queremos producir buenas ideas —innovadoras, coherentes e inteligentes— debemos dedicar tiempo a sólo pensar.

Hoy, cuando la creatividad es tan idolatrada y perseguida, todos queremos ser creativos. Sin embargo, dejamos la creatividad a la casualidad, esperamos de manera pasiva a que nos visiten las musas.

Si quieres ser un buen corredor, debes dedicar tiempo a correr. Si quieres ser un buen programador, debes dedicar tiempo a programar. De la misma manera, si quieres ser un pensador solvente, debes dedicar tiempo a pensar. “Nadie se hizo sabio por casualidad” afirmó Séneca.

El problema es que pensar está mal visto. Si vemos a alguien inmóvil, con la mano en la barbilla y la mirada perdida, de inmediato pensamos que está perdiendo el tiempo.

No importa que su mente esté creando una sofisticada estrategia de negocio, o pensando sobre la mejor manera de motivar a su equipo, o ideando la forma de reducir costes en la empresa; si lo vemos quieto es que no está produciendo.

Al contrario, si te ven con la mirada fija en la pantalla, y tus dedos dedos golpeando con arrebato el teclado mientras respondes los típicos correos insustanciales “Ok, gracias. Recibido”; nadie dudará de tu compromiso: estás ocupado, estás “produciendo”.

A pesar del escaso aprecio y prioridad que le otorgamos, el tiempo dedicado a pensar es tiempo bien invertido, retribuye de manera generosa a quien lo práctica de manera habitual.

Charlie Munger y Warren Buffett, el extraordinario dúo inversor, atribuyen su éxito a la racionalidad de sus estrategias, la cual nace del tiempo que dedican a pensar nada más:
¿Cuáles es el secreto del éxito? —afirmó Munger— en una palabra: "racionalidad"

[...]

Ambos insistimos en tener un montón de tiempo disponible casi todos los días para sentarnos y pensar. Esto es muy poco común en las empresas estadounidenses. [Nosotros] leemos y pensamos. Así que Warren y yo dedicamos más tiempo a leer y pensar, y menos a hacer, que la mayoría de la gente de negocios.

[...]

Eso es lo que ha creado [uno de los] récords más exitosos de la historia del mundo de los negocios. Dedicamos un montón de tiempo a pensar.
Para pensar bien es necesario que dediquemos tiempo a ello y evitemos las interrupciones. Es bastante improbable que produzcamos una idea de calidad si nos vemos interrumpidos con frecuencia.

Nuestro pensamiento se produce básicamente de dos maneras: voluntaria e involuntaria; y ambas formas se benefician de la ausencia de interrupciones.

Cuando pensamos de manera voluntaria es cuando escogemos una cuestión o un problema, y permanecemos con él durante un tiempo. Le damos vueltas, lo analizamos por un lado, por el otro, hasta que al final, si hay suerte, encontramos la solución.

Este era el método de Einstein:
No es que yo sea tan inteligente. Sino que permanezco con las cuestiones durante mucho más tiempo.
El genial físico se benefició que su empleo en la oficina de patentes le permitía tener mucho tiempo libre, el cual dedicó a pensar en sus teorías universales.

Si Einstein se hubiese visto constantemente interrumpido en sus cavilaciones por llamadas, correos electrónicos y actualizaciones de redes sociales, con seguridad que no habría producido lo que produjo.

La otra manera cómo se produce el pensamiento —involuntaria— ocurre cuando dejamos que nuestra mente vague con libertad (soñando despiertos). Por ejemplo, mientras paseamos de manera distraída, sin pensar en nada específico, el cerebro continúa trabajando tras bambalinas, por debajo del nivel de conciencia, en los problemas en los que hemos pensado con anterioridad. Y cuando encuentra una idea interesante, la desliza hasta nuestra parte consciente y es cuando se produce el gratificante ¡aja! o ¡Eureka!

Este es el método usado por numerosos artistas, filósofos y escritores, quienes tenían sus mejores ocurrencias mientras paseaban relajados.

Utilizar los dos sistemas de pensamiento del cerebro amplía de forma importante nuestra capacidad para producir buenas ideas. Pero para hacer uso de ese poderío inexplotado debemos dedicar tiempo a ello.

En un mundo tan complejo, cambiante e incierto como el de hoy, establecer tiempo para pensar no es una indulgencia ni un lujo, es una necesidad.

Así que sin remordimiento alguno, agarra tu agenda y escribe: PENSAR.
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Sobre la importancia del tiempo

22/6/2016

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"El hombre que se atreve a perder una hora de su tiempo no ha descubierto el valor de la vida" —Charles Darwin

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Imagen: Sven van der Pluijm (clic sobre la foto para más info.)
Nuestro recurso más importante no es el dinero, ni las conexiones sociales; tampoco los bienes que poseemos. Ni siquiera nuestra inteligencia ni nuestros talentos.

El recurso más importante y valioso en la vida de cualquier persona es el tiempo. Del uso inteligente de este depende todo lo demás.

Administrar nuestras horas con sabiduría nos permite crear riqueza, formar relaciones, adquirir nuevos talentos, expandir nuestra inteligencia...

Por el contrario, el despilfarro del mismo se convierte en un obstáculo insuperable entre nosotros y nuestro deseo de realizar cosas importantes.
Las personas corrientes —afirmó el filósofo alemán Arthur Schopenhauer— buscan como pasar el tiempo, las personas de talento como utilizarlo.
Lo que con tanta perspicacia entendió el buen Schopenhauer fue que lo que distingue a las vidas de abundantes logros y llenas de satisfacción y felicidad, de aquellas colmadas de frustración, es el uso que damos a las horas del día.

Cómo utilizamos nuestros días, es cómo utilizamos nuestra vida. Si les damos un uso pobre, y los dedicamos a actividades que contribuyen poco con nuestros objetivos más importantes, no es de extrañar que dichos objetivos no se vean cumplidos.

Por ello debemos ser muy selectivos con la utilización del tiempo; las horas malgastadas jamás se pueden recuperar. Nunca dará marcha atrás el tiempo para restituirte las horas dilapidadas.

Y a pesar de su irrecuperabilidad, somos insensatos despilfarradores de tan preciado bien.

Para usar con sabiduría nuestro tiempo, primero debemos tener claridad cristalina sobre cuáles son nuestras prioridades, nuestros objetivos más importantes.

De esta manera sabremos de inmediato a qué cosas decirle si y a cuales, con firmeza y sin remordimiento, les diremos no.

Warren Buffett una vez dio un espléndido consejo sobre este asunto. Recomendó el sabio inversor hacer una lista (ordenada de mayor a menor importancia) de las 25 cosas que más nos interesan; enseguida debemos tachar las últimas 20 y jamás volver a pensar en ellas.

Quizá no es necesario ser tan drásticos como sugiere Buffett, nuestras prioridades cambian a lo largo de la vida. Las cosas importantes a los 20 no son las mismas que a los 40 ni a los 80.

Pero si resulta muy acertado saber que es lo más importante en tu vida en el momento actual, así podrás emplear tus días en actividades que apoyan tus prioridades.

Especial cuidado debemos tener con nuestro ocio, probablemente sea ahí donde se produce el mayor despilfarro.

No es que no tengamos derecho a descansar, no es lo que quiero decir. Lo que ocurre es que somos muy malos escogiendo a que dedicarnos en nuestros ratos de relajación.

Varias investigaciones han encontrado que las actividades que prefiere la mayoría de las personas para relajarse: televisión, redes sociales, surfear por la web, etc., es decir, aquellas donde consumimos pasivamente contenido, son las que menos nos renuevan y menos nos recargan de energía para afrontar la siguiente jornada.

Por el otro lado, las actividades que demandan nuestra participación activa, y en las cuales producimos algo (pintar, escribir, tocar un instrumento, leer, practicar un deporte… ) son aquellas que nos revitalizan y nos hacen sentir más agusto con nosotros mismos.

Nadie se pasa dos horas en Facebook y se levanta sintiéndose más virtuoso. Por el contrario, quien pinta un cuadro, compone un verso o aprende un nuevo e importante concepto producto del estudio, tiene algo que mostrar con orgullo.

Es cierto que después de una jornada agotadora, después de lidiar con los niños y las tareas del hogar, estamos exhaustos y sólo nos apetece saltar sobre el sofá y dejar que la televisión nos entretenga. Sin embargo, si logramos superar la resistencia de no hacer nada, las recompensas que encontraremos serán magníficas.

Es de verdad muy satisfactorio cuando hemos logrado organizar nuestra vida de tal manera que todo encaja, todo está en su sitio. Cuando las cosas que hacemos tienen un propósito y nos ayudan a avanzar y alimentan nuestro crecimiento. Cuando no hay desperdicio.

Son nuestros días, son nuestras horas, el más valioso bien con el que contamos. Cuidemoslo.
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Sin planificación no hay productividad

21/6/2016

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¿No está el día dividido en veinticuatro horas, cada hora en sesenta minutos y cada minuto sub-dividido en sesenta segundos? Ahora, en 86.400 segundos se pueden hacer muchas cosas" - Alejandro Dumas

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Desde hace un par de meses estoy dedicado a incrementar mi productividad, quiero ser capaz de producir a un nivel muy superior del actual.

Después de mucho leer, pensar, probar, descartar y conservar lo que funciona, he llegado a la conclusión que la productividad es algo para lo cual no hay ni funcionan las fórmulas universales. Lo que sirve para unos, quizá no funciona para otros.

Si, existen algunos principios generales, pero cada uno tenemos prioridades, compromisos, horarios y personalidades distintas que hacen que las mejores prácticas sean aquellas que tienen en cuenta nuestras condiciones particulares.

Uno de las cosas en las cuales he hecho enormes avances es evitando las distracciones. Antes, por ejemplo, revisaba el correo con frecuencia. Es cierto que ojear que correos nuevos han llegado no toma más que un par de minutos; sin embargo, esos minutos sumados durante todo el día hacen una gran diferencia. Hoy reviso mi correo solo dos veces: una antes del mediodía y la otra al finalizar la  jornada.

También he logrado reducir a niveles insignificantes el tiempo perdido en páginas deportivas y YouTube. En esta última, por ejemplo, resulta que estoy suscrito a unos canales que de forma continua publican contenido que me interesa, y en ocasiones terminaba viendo algún vídeo cuando se suponía no debía hacerlo.

Una de las cosas en las cuales estoy trabajando aún y que he descubierto que es un gran ladrón del tiempo es en la falta de rutinas y de planificación.

Cuando planificamos nuestros días por adelantado ganamos un montón de tiempo. Resulta que tener que estar decidiendo a cada momento que es lo que voy a hacer enseguida termina consumiendo tiempo precioso.

Por el contrario, cuando sabemos que es lo siguiente, gracias a una planificación previa o a rutinas bien establecidas, no dudamos; y llegado el momento, en lugar de vacilar, actuamos.

Entiendo que tener programados todos nuestros días de manera precisa es una ilusión, siempre durante la semana surgen imprevistos; pequeños (o grandes) incendios que requieren atención inmediata.

Sin embargo, es preferible ajustar el plan a las nuevas circunstancias que estar sometidos a la permanente anarquía de la falta de esquema.

Por ejemplo, cuando no tengo decidido por adelantado sobre qué tema voy a escribir, termino perdiendo muchísimo tiempo buscando algo que me parezca interesante compartir. Debido a ello, ahora intento dejar organizados los temas durante el fin de semana, así cuando llega el momento de escribir, escribo, no investigo ni vacilo. Esta práctica le ha agregado varias horas a mi semana.

Cuando estudiamos las rutinas de los creativos que lograron producir enormes cantidades de trabajo, lo que encontramos es que todos eran implacables con sus rutinas de trabajo. Las horas que consagraban a su arte eran sagradas y, salvo fuerza mayor, jamás se saltaban una de ellas.

Así que si de verdad queremos multiplicar nuestra productividad, es necesario que dediquemos tiempo a planificar y crear rutinas que se ajusten a nuestro ritmo de vida y que evitan que tengamos que perder tiempo valioso decidiendo a qué nos vamos a dedicar en la siguiente hora. ​


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No desperdicies tu tiempo hablando de otros

20/6/2016

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"Se menos curioso acerca de la gente y más curioso sobre las ideas" —Marie Curie

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Imagen: Paul Cullen (clic sobre la foto para más info.)
Está en nuestros genes.

Ocurre lo mismo a través de diferentes culturas, diferentes países, diferentes condiciones sociales: la mayoría de las conversaciones que llevamos a cabo los seres humanos —casi dos tercios de ellas— no son más que chismorreo.

¿De qué hablan los científicos mientras se toman un café en sus ratos libres? De otros científicos. ¿De qué hablan los profesores durante el descanso? De otros profesores, de los alumnos y de la gruñona e incompetente directora del centro. ¿Los contables?... exacto.

Sí, así somos: chismosos y criticones por naturaleza.

Por desgracia, aunque cotillear puede resultar entretenido y, en el corto plazo, hacernos sentir bien, en muchas ocasiones viene acompañado de posterior arrepentimiento. A veces, cuando nos hemos dejado arrastrar por el momento, terminamos pensando: “uff, me he pasado un poco hoy”.

Y, por supuesto, también cruzamos los dedos para que la persona que acabamos de despellejar no se entere de “nuestras críticas constructivas”.

Aunque hablar de otras personas cuando no están presentes sea algo tan común en nosotros, no significa que sea una buena práctica, todo lo contrario, es bastante nociva.

Criticar a alguien cuando no se encuentra presente destruye la confianza entre los grupos. Nada puede asegurar a la persona con la que tan plácidamente acabas de juzgar a otra que cuando se dé la espalda ella no será tu próxima víctima.

Cuando el chisme es habitual entre un grupo de personas es normal que estemos preocupados y alertas sobre lo que se dice en nuestra ausencia de nosotros.

Cuántas veces ha ocurrido que dos personas están hablando y de repente entra una tercera, si las dos personas iniciales se callan (aunque no estuvieran hablando de la tercera) el recién llegado queda con la sensación de que estaban hablando de el.

Yo creo que juzgar a los demás se siente tan bien porque, dado que los seres humanos somos unas criaturas tan imperfectas, hablar de las deficiencias de otros nos hace sentir mejor sobre las nuestras.

Esto es especialmente cierto en el caso de las celebridades. Si aquellos que lo tienen todo: fama, fortuna, belleza, cometen semejantes estupideces, como no vamos nosotros a fallar también.

Yo vengo desde hace varios años luchando contra la costumbre de criticar a los demás cuando no están presentes. No es vacil, a veces resulta muy tentador emitir un juicio de alguien que no está.

No obstante, lo que más me ha ayudado a alejarme del chismorreo es pensar en mis propias imperfecciones. ¡Qué derecho tengo a criticar a alguien cuando yo mismo tengo tantas deficiencias!

Así que cada vez que me veo tentado a criticar a otra persona pienso en todas las cosas que me gustaría mejorar de mi mismo y de esta manera la tentación se desvanece.

Evitar criticar a otras personas en su ausencia es una estupenda forma de aumentar la confianza que las personas sienten hacia nosotros. Si nunca criticas a alguien, las personas se sentirán a salvo contigo, sabrán que no vas a hacer comentarios negativos de ellos en cuanto te den la espalda.

Disfrutar de relaciones sociales saludables es requisito indispensable si quieres avanzar y prosperar. La próxima vez que te sientas tentado a juzgar a alguien mejor calla, tu carrera te lo agradecerá.
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17 tácticas de Robin Sharma para doblar tu productividad en dos semanas

19/6/2016

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"Pequeñas mejoras diarias con el tiempo conducen a resultados impresionantes"
—Robin Sharma

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Imagen: Wil Stewart (clic sobre la imagen para más info.)
El escritor de libros de autoayuda y liderazgo, Robin Sharma, autor del extraordinariamente vendido El monje que vendió su Ferrari comparte 17 tácticas para doblar la productividad en 14 días.

Aqui las dejo:
1. Apague todos los aparatos tecnológicos durante 60 minutos al día y concéntrese en hacer su trabajo más importante.

2. Trabaje en ciclos de 90 minutos (toneladas de investigaciones científicas están confirmando que esta es la relación óptima de trabajo).

3. Comience el día con al menos 30 minutos de ejercicio.

4. No revise su correo electrónico a primera hora de la mañana.

5. Desactiva todas las notificaciones electrónicas.

6. Tómese un día a la semana libre para una recuperación completa, para recargar combustible y regenerarse (lo que significa que no hay correo electrónico, no hay llamadas telefónicas y trabajo cero). Es necesaria una recuperación completa un día a la semana, de lo contrario sus capacidades empezarán a agotarse.

7. Las estadísticas dicen que los trabajadores son interrumpidos cada 11 minutos. Las distracciones destruyen la productividad. Aprenda a proteger su tiempo y decir no a las interrupciones.

8. Planee cada día de la semana el domingo por la mañana. Un plan le libera del tormento de la elección (dijo el novelista Saul Bellow). Restaura el enfoque y proporciona energía.

9. Trabaja por bloques de tiempo. Todos los genios creativos tienen dos cosas en común: cuando trabajaban estaban completamente dedicados y cuando trabajaban, trabajaron con profunda concentración durante largos períodos de tiempo. Raro en este mundo de emprendedores que no pueden sentarse quietos.

10. Beba un litro de agua cada mañana temprano. Nos despertamos deshidratados. El activo más valioso de un empresario no es el tiempo, es la energía. El agua restaura.

11. No conteste el teléfono cada vez que suena.

12. Invierta en su desarrollo profesional para que pueda aportar más valor a las horas que trabaja.

13. Evite el chisme y los vampiros del tiempo.

14. Toque un documento una sóla una vez.

15. Mantenga una "lista de cosas que va a dejar de hacer".

16. Levantese a las 5 am.

17. Realice sus reuniones de pie.

Permanece productivo y haz que tu trabajo trascienda.
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Arthur Schopenhauer sobre lo que nos hace felices

16/6/2016

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"Es difícil encontrar la felicidad dentro de uno mismo, pero es imposible encontrarla en ningún otro lugar" —Arthur Schopenhauer

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Arthur Schopenhauer (1788-1860), el gran filósofo alemán, afirmó que lo que determina la suerte de las personas en la vida, es decir, que tan felices son, está constituido por tres cosas:
1. Lo que uno 'es': es decir, la personalidad, en el sentido más amplio del término. Están incluidos aquí, por lo tanto, la salud, el vigor, la belleza, el temperamento, el carácter moral, la inteligencia y el desarrollo de la misma.

2. Lo que uno 'tiene': o sea, su patrimonio y posesiones de todo tipo.

3. Lo que uno 'representa': bajo esta expresión se entiende, como se sabe, lo que alguien constituye a los ojos de los demás, que en el fondo no es sino la forma en que es representado por ellos. Consiste, por lo tanto, en la opinión que ellos tengan de él, y se divide en el honor, el rango y la fama.
​Según Schopenhauer la calidad de nuestra vida está determinada por lo que somos, nuestras posesiones y nuestro estatus (la opinión que los demás tienen de nosotros).

No desconoce el filósofo que los dos últimos aspectos tienen cierta influencia en nuestra vida, incluso existe reciprocidad entre ellos: con mayor riqueza es posible obtener más estatus y con más estatus se puede obtener más riqueza.

Sin embargo, Schopenhauer afirma que lo más importante en cuanto a la calidad de nuestra vida se halla en nosotros mismos y utiliza una frase del filósofo Metrodoro para expresarlo:
Es mayor causa de felicidad propia lo que procede de uno mismo que lo que procede de las cosas.
El estatus y la riqueza. por ser cosas externas, no tienen el mismo peso que nuestra personalidad:
Un temperamento sereno y alegre basado en una salud perfecta y en un buen régimen de vida, un entendimiento claro, animado, penetrante y acertado en sus juicios, una voluntad atemperada y apacible y su consiguiente conciencia limpia, son cualidades a las que ningún rango o riqueza puede sustituir. Pues lo que cada uno es para sí mismo, lo que lo acompaña en su soledad y nadie le puede proporcionar o arrebatar es obviamente mucho más importante para él que el resto de sus cualidades o lo que los demás puedan pensar de él. Un hombre ingenioso, aunque esté completamente solo, se entretiene de maravilla con sus propios pensamientos y fantasías, mientras que al torpe ni la alternancia constante de reuniones sociales, ni las obras de teatro, las excursiones o las parrandas lo libran del suplicio del aburrimiento. Un carácter bueno, moderado y manso puede estar satisfecho aun en circunstancias adversas; mientras que uno ávido, envidioso y malvado no lo estará aunque nade en la abundancia. Sin embargo, para aquel que disfruta permanentemente de una individualidad extraordinaria y espiritualmente eminente serán totalmente superfluos, e incluso molestos y onerosos, la mayoría de los placeres generalmente buscados.
Resulta paradójico que siendo más importante para nuestro bienestar cultivar una vida interior saludable, los seres humanos ponemos un mayor empeño y buscamos con mayor vehemencia el estatus y la riqueza:
Y sin embargo, los hombres se afanan cien veces más en adquirir riquezas que en cultivar su espíritu; y ello a pesar de que está fuera de toda duda que lo que uno es contribuye mucho más a nuestra felicidad que lo que uno tiene. De ahí que veamos, cómo más de uno, inmerso en una actividad frenética, se esfuerza de sol a sol en incrementar, con la diligencia de una hormiga, la riqueza que ya tiene. Desconoce todo lo que caiga fuera del reducido ámbito de los medios para lograr ese fin: su espíritu está vacío y es por lo tanto insensible a todo lo demás. Los goces más elevados, los del espíritu, están fuera de su alcance: trata de sustituirlos infructuosamente por otros que son efímeros, sensoriales, que le exigen poco tiempo pero mucho dinero, y cuyo disfrute se permite a sí mismo de vez en cuando. Al final de su vida tiene ante su vista, si le sonrió la fortuna, una verdadera montaña de oro, cuyo incremento o dilapidación será el legado de sus herederos. Una existencia así, aunque esté acompañada de un rostro severo y arrogante, es, por consiguiente, no menos insensata que más de una que merecería el gorro de bufón como símbolo.

Los bienes subjetivos, como un carácter noble, una inteligencia capaz, un temperamento afortunado, un ánimo alegre y un cuerpo bien formado y totalmente sano, y en suma, mens sana in corpore sano (Juvenal, Sat. X , 356), son para nuestra felicidad los principales y los más importantes; por lo que debemos atender mucho más a su generación y conservación que a obtener los bienes y el honor exteriores.

[...]

Supongamos que alguien sea joven, hermoso, rico y respetado; aún falta por saber, para opinar sobre su grado de felicidad, si además está contento; pero si está contento, da igual si es joven o viejo, esbelto o encorvado, pobre o rico: es feliz.
No solo Schopenhauer, también la psicología, la psiquiatría, los estoicos, los epicureistas, los budistas... han entendido que la capacidad de darle orden y sentido a lo que ocurre en nuestra mente tiene un peso extraordinario en nuestro bienestar emocional y físico.

Por lo tanto debemos dejar de buscar la felicidad afuera, es en nuestra mente donde se encuentra.
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No se trata de lo que la vida te da, sino de lo que tu le das a la vida

15/6/2016

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"El propósito de la vida es contribuir de alguna manera a mejorar las cosas"
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—Robert F. Kennedy

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La más fantástica aventura que existe es vivir nuestra vida según nuestros propios términos.

Hacer acopio de audacia y confianza en nosotros mismos, y lanzarnos en busca de nuestros grandes anhelos. Vivir las experiencias que deseamos vivir, tener la carrera que deseamos tener, disfrutar del estilo de vida por el cual suspiramos… Todas ellas son cosas maravillosas por las cuales vale la pena luchar y arriesgarnos.

Para vivir una vida así de satisfactoria el consejo usual (difundido también desde estas páginas) es descubrirte a ti mismo, mirar en lo profundo de tu ser para hallar las respuestas correctas: ¿qué es lo que en realidad es importante para ti? ¿Cuáles son tus valores? ¿Cuáles son tus prioridades? ¿Cuales son tus verdaderas pasiones?

Existe una gran cantidad de libros que, en consonancia con este modo de pensar, prometen ayudarte a vivir la vida de tus sueños. Estos te dirán, paso a paso, cómo crear un lucrativo negocio en internet, el cual puede ser gestionado desde cualquier lugar del mundo (preferiblemente desde una paradisíaca isla) y que no exigirá más que unas pocas horas de esfuerzo (el resto del día lo emplearemos escalando montañas imposibles, o surfeando las olas más salvajes, o aprendiendo exóticos y sensuales bailes).

Por favor no me malinterpretes, no es mi intención criticar ese estilo de vida, quizá a mi no me cuadra mucho lo del surf ni bucear con tiburones; tampoco los bailes exóticos, pero sí me encanta pasar largas y plácidas horas leyendo y escribiendo, así que yo también anhelo ese tipo de vida.

Sin embargo, otras personas en lugar de mirar hacia adentro para hallar las respuestas sobre cómo vivir una gran vida, las encontraron mirando hacia afuera. En lugar de ir tras su pasión se preguntaron ¿Qué es lo que la vida demanda de mi? ¿Cuál es la tarea que mi entorno/circunstancias/convicciones exigen que yo realice?
Bajo este esquema de cosas —escribió David Brooks en el libro The Road to Character-- nosotros no creamos nuestras vidas; es la vida la que nos convoca. Las respuestas importantes no se encuentran en el interior, se hallan fuera. Esta perspectiva no proviene del interior de cada individuo, proviene de las circunstancias particulares en las cuales él se halla inmerso. Esta perspectiva comienza con la conciencia de que... en el breve lapso de su vida usted ha sido arrojado por el destino, por la historia, por la casualidad, por la evolución, o por Dios en un lugar específico con problemas y necesidades específicas. Su trabajo consiste en descubrir ciertas cosas: ¿Que necesita este entorno que yo haga con el fin de estar más sano? ¿Qué cosas necesitan ser reparadas? ¿Qué tareas están esperando a ser realizadas? ​
Este es el camino que escogieron grandes hombre y mujeres que se entregaron con vehemencia a una causa, sin importar si está les llevaría a vivir vidas prósperas y placenteras.

Nelson Mandela pasó casi tres décadas en prisión por defender los ideales de justicia e igualdad. Ciertamente su vida no fue cómoda y apacible. Mandela realizó un enorme sacrificio personal por defender principios universales.

Muchísimas personas más alrededor del mundo, aunque no tan célebres como Mandela, realizan a diario grandes sacrificios en interés de una causa. Hay quienes con escasos recursos crean un albergue para mascotas abandonadas; otros, poniendo en peligro sus propias vidas, viajan a zonas de conflictos para aliviar el sufrimiento de los más vulnerables.

Hoy en día no escasean los desafíos, tenemos de sobra. Poner nuestros talentos, capacidades, aptitudes, al servicio de una causa más grande que nosotros mismos, considero que es una meta mucho más interesante que vivir dulce y reposadamente.

Como dijo 
Fiódor Dostoyevski: "El misterio de la existencia humana no solo radica en mantenerse con vida, sino en encontrar una razón para vivir".
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    pablo a. arango

    Lector. Escritor. Coach. Emprendedor.
    Las Notas del Aprendiz está dedicado a ayudarte a comprender que significa vivir una gran vida y como puedes conseguirlo.
    Mi misión: Inspirar y guiar la transformación de las personas. Contribuir para que sean su mejor versión y puedan vivir con mayor felicidad y satisfacción.
    Espero disfrutes la conversación

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