"Recuerde, si usted critica, no está siendo agradecido. Si culpa, no está siendo agradecido. Si se queja, no está siendo agradecido" —Rhonda Byrne
Winifred Gallagher escribe sobre temas científicos y, en su estupendo libro, Atención Plena, cuenta cómo, después de ser diagnosticada de cáncer, uno terrible y avanzado, decidió que la enfermedad no iba a monopolizar su atención.
En lugar de centrarse en lo desagradable de su condición —afirmó—, iba a enfocarse en las cosas que funcionaban en su vida: películas, caminatas y el Martini de las 18:30. El tratamiento que la curó fue terrible y agotador. Sin embargo, ella recuerda esa época como “a menudo muy placentera”. Dado el éxito de su experimento, Gallagher se pasó los siguientes cinco años investigando el papel que juega la atención (es decir, aquello en lo que decidimos interesarnos y lo que decidimos ignorar) en la calidad de nuestra nuestra vida. Esto fue lo que concluyó: Cómo dedos apuntando hacia la luna, diversas disciplinas, desde la antropología hasta la educación, desde la economía del comportamiento hasta el asesoramiento familiar, de manera similar, todas sugieren que el manejo inteligente de la atención es la condición sine qua non de la buena vida y la clave para mejorar prácticamente todos los aspectos de su experiencia.
Lo que encontró la escritora pone patas arriba lo que la mayoría de las personas piensan de la experiencia de vivir. Resulta que ponemos mucho énfasis en nuestras circunstancias externas, es decir, pensamos que lo que nos ocurre o nos deja de ocurrir determina la calidad de nuestra vida.
Pero lo que determina lo buena o mala que nos resulta la experiencia de vivir es en lo que fijamos nuestra atención. Si nos enfocamos en lo bueno que hay, así la experimentamos. Si nos concentramos en lo malo, mala será. Por medio de escáneres cerebrales investigadores han encontrado que las personas más felices son aquellas que han entrenado su cerebro para ignorar lo negativo y saborear lo positivo (todos los días dar gracias por tres cosas positivas en tu vida es una gran forma de entrenar tu cerebro). Esa es la razón por la cual quejarnos es una pérdida de tiempo. No sólo una pérdida de tiempo, es perjudicial. Al quejarnos, del calor, del frío, del ruido, del silencio, del dolor, del tráfico... lo que estamos es obligando a nuestra mente a habitar en lo negativo, empeorando nuestra experiencia. Quejarse también es perjudicial para el cerebro: Cuando nos quejamos —escribe Jessica Hullinger para la revista Fast Company—, nuestro cerebro libera hormonas del estrés que dañan las conexiones neuronales en áreas utilizadas para la resolución de problemas y otras funciones cognitivas. Esto también sucede cuando escuchamos a otra persona lloriquear y gemir.
No sólo debemos evitar quejarnos, también debemos huir de los que lo hacen como de la peste. Oír a alguien quejarse es como respirar humo de segunda mano.
Así que antes de quejarte, piensalo mejor.
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1 Comentario
Juan Carlos Mora
26/6/2016 03:00:16 pm
Igual sucede con los que padecemos de ansiedad; la única forma de combatirla sin medicamentos es programando el cerebro
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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