“Si a menudo no nos sentimos abochornados por quienes somos, es porque todavía no hemos comenzado el camino del autoconocimiento” —Alain de Botton
“Si a menudo no nos sentimos abochornados por quienes somos, es porque todavía no hemos comenzado el camino del autoconocimiento”.
Hace un par de semanas leí esta frase del filósofo austriaco Alain de Botton (uno de mis pensadores actuales favoritos) y una sonrisa se me escapó. Mi cabeza, por su parte, se movía de arriba a abajo mostrando entusiasta aprobación. Cada día dedico un buen rato al asunto del autoconocimiento (el diario y la meditación son las herramientas que utilizo para ello) y, aunque el camino que debo recorrer aún es largo, de lo que estoy convencido es que el perspicaz de Botton tiene razón. El cerebro humano tiene una capacidad extraordinaria, ¡sorprendente!, para producir pensamientos que abochornarían hasta el más desvergonzado. Con frecuencia me causa gracia y amonesto a mi mente, medio divertido, medio sonrojado. Le digo: “Chica, de verdad que con este (pensamiento) te has pasado tres pueblos”. En otras ocasiones no lo encuentro tan divertido y me sorprendo haciendo una mueca de disgusto, avergonzado por la idea que acabo de parir. Esto ocurre, por lo general, si lo que surge es algo arrogante o desdeñoso hacia alguien. Obvio, no todo es malo. “La loca de la casa”, como llama mi madre a la mente, es también capaz de producir pensamientos bondadosos, sensatos, amables, innovadores… Sin embargo, la insensatez, el egoísmo, la lujuria, la vanidad... cuentan con amplio espacio dentro de ella. Y aunque que a veces me causa un divertido sonrojo; otras lo que produce es disgusto. Sin embargo, el sentimiento más habitual es compasión, hacia mi mismo y hacia los demás. Nuestra mente es un lugar convulso y alborotado. Pensamientos y sentimientos se van alternando en caótico orden, sin que nosotros podamos hacer mayor cosa por darle un poco de sentido al asunto. Ora estamos alegres, ora estamos enfadados. Un día somos optimistas y al siguiente lo vemos todo oscuro y nos sentimos impotentes. No hay por donde agarrarnos. El cerebro del hombre evolucionó y está muy bien adaptado a un lugar en el cual ya no habitamos mas: la sabana africana. Nuestro comportamiento ha sido moldeado para sobrevivir en un entorno muy diferente en el que hoy nos desenvolvemos. Ser consciente de semejante lío me ha ayudado a ser más comprensivo con la lucha que libramos cada uno de nosotros para vivir lo mejor posible. A menudo pienso en la frase de Platón: "Sé amable, pues cada persona con la que te cruzas está librando su ardua batalla". Por consiguiente, yo estoy librando la mía también. Como escribí en el artículo anterior, las últimas dos semanas las dedique a la auto-evaluación. Estuve revisando mis objetivos para el año que comenzó. Revisé también aquello que no funcionó, lo que debo mejorar. Y ¿adivinen que? La lista es larga. Son muchas las áreas en las que no estoy contento con mi desempeño. Por ejemplo, dado que soy un solo-emprendedor, yo soy quien determina las fechas límites de los proyectos en los que estoy trabajando. Por lo tanto me resulta muy fácil concederme aplazamientos a mi mismo. Ni siquiera tengo que escribir un reporte explicando los motivos del retraso. Es tan fácil como que pienso que necesito un par de semanas más. A continuación pienso que autorizo el aplazamiento, y ¡listo! ¡No se puede tener un jefe más comprensivo! ¿El resultado de una política de gestión de proyectos tan holgada? Pues lo que estaba previsto que fuera un par de semanas de aplazamiento, se ha convertido en meses. Por supuesto, dejar de procrastinar es uno de los temas prioritarios para este año. Durante mi revisión también descubrí que habitan en mi mente falsas convicciones que están limitando mi crecimiento. Desenterrarlas, como hacemos con la maleza que desluce un hermoso jardín, es también cuestión urgente. Me interesa mucho que el diagnóstico que hago de mi mismo sea lo más veraz posible. Si no es así, no puedo aplicar las medicinas apropiadas. Pero asimismo, mis carencias las trato con afecto y comprensión. Yo se que mi esfuerzo por mejorar es honrado, todos los días me empeño en ir podando mis defectos para que dejen de atravesarse en el camino hacia mis objetivos más ambiciosos. Luchar de manera sincera y entusiasta por mejorar es todo lo que podemos pedirnos. No produce ningún beneficio la excesiva severidad hacia nosotros ni hacia los demás. Cuando el mal es general no hay porqué enfadarse. Y en esas estoy. Con muchas ganas de continuar trabajando y esforzándome por mejorar cada día. Con firmeza y comprensión a la vez.
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pablo a. arangoLector. Escritor. Coach. Emprendedor. Puedes apoyar a Las Notas del Aprendiz entrando a Amazon a través de este enlace
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