Los OrígenesVersión Audio ¿Qué es bueno? (1/3)Versión Audio En tu diario: Dado los dos tipos de bienes de los que habló Sócrates, piensa bajo que título podrías clasificar unos y otros. ¿Qué es bueno? (2/3)Versión Audio En tu diario: ¿Por qué Sócrates afirma que la mera posesión de cosas no brinda felicidad? ¿Qué concluyó Cilias? ¿Qué es bueno? (3/3)Versión Audio Las IndiferentesVersión Audio Las Virtudes (parte 1)Versión Audio El sabio busca la amistad desinteresada, pero no la necesita Deseas saber si Epicuro critica con razón en cierta epístola a quienes afirman que el sabio se basta a sí mismo y que en consecuencia no tiene necesidad de amigos. Esta objeción se la hace Epicuro a Estilpón y a aquellos que han considerado que tener un ánimo impasible constituye el bien supremo. Forzoso sería incurrir en ambigüedad si quisiéramos traducir precipitadamente «apátheia» con un solo vocablo y traducirlo por «impaciencia», ya que podría entenderse lo contrario de lo que queremos expresar. Nosotros queremos indicar la cualidad del que se hace insensible a todo mal; pero se entenderá la de quien no puede soportar ningún mal. Veas, por lo tanto, si no sería preferible hablar de un alma invulnerable o situada por encima de toda pasibilidad. Ésta es la diferencia entre nosotros y aquéllos: nuestro sabio supera sin duda toda molestia, pero la siente; el de aquéllos ni siquiera la siente. Ellos y nosotros coincidimos en esto: en que el sabio se basta a sí mismo. Con todo, el nuestro quiere tener también un amigo, a la par vecino y camarada, aunque él se baste a nivel personal. Considera en qué medida se basta a sí mismo: algunas veces se contenta con una parte de sí. En el caso de que la enfermedad o el enemigo le cortaren la mano, en el caso de que la desgracia le arrancare uno o ambos ojos, la parte que le quede le satisfará y estará tan alegre con el cuerpo mutilado y amputado como lo estuvo con el cuerpo íntegro; pero, aunque no desea los miembros que le faltan, con todo prefiere que no le falten. De este modo el sabio se basta a sí mismo, no porque desee estar sin un amigo, sino porque puede estarlo. Y decir «puede» significa que soporta haberlo perdido con ánimo sereno. Por supuesto nunca estará sin un amigo: tiene en su poder sustituirlo cuanto antes. De la misma manera que si Fidias perdiere una estatua al punto modelaría otra, así el sabio, experto en conseguir amistades, encontrará otro amigo en sustitución del que perdió. ¿Quieres saber cómo conseguirá presto al amigo? Te lo diré si acuerdas conmigo que te pague al instante la deuda y que arreglemos las cuentas por lo que atañe a esta epístola. Dice Hecatón: «Yo te descubriré un modo de provocar el amor sin filtro mágico, sin hierbas, sin ensalmos de hechicera alguna: si quieres ser amado, ama»[262]. En efecto, no sólo causa gran placer el cultivo de una amistad vieja y sólida, sino también el inicio y consecución de la nueva. La diferencia que existe entre el agricultor que cosecha y el que siembra es la misma que existe entre quien se procuró un amigo y quien se lo está procurando. El filósofo Átalo [263] solía decir que era más grato granjearse una amistad que retenerla, «al igual que es más grato al artista estar pintando que haber pintado». El afán del que está empeñado en su trabajo le procura un gran deleite en medio de su actividad: no se deleita por igual quien aparta la mano una vez consumada la obra. En ese momento goza del fruto de su arte, cuando pintaba gozaba del propio arte. La adolescencia en los hijos resulta más fecunda, pero la infancia más dulce. Volvamos ahora a la cuestión. El sabio, por más que se baste a sí mismo, quiere, no obstante, tener un amigo, aunque no sea más que para ejercitar la amistad a fin de que tan gran virtud no quede inactiva; no por la finalidad que señalaba Epicuro en la mencionada epístola, «para tener quien le asista cuando esté enfermo, le socorra metido en la cárcel o indigente», sino para tener a quien él pueda asistir, si está enfermo, a quien pueda liberar, si es apresado por la guardia del enemigo. El que mira hacia sí mismo y con esa disposición llega a la amistad, discurre mal. Como empezó, así terminará: se procuró un amigo que le pudiese ayudar a eludir la cárcel; al primer crujido de las cadenas, desaparecerá. Éstas son las amistades que la gente llama oportunistas: quien ha sido escogido por razones de utilidad agradará no más tiempo del que fuere útil. Por este motivo, a los de próspera fortuna les acosa una multitud de amigos, a los arruinados les acompaña la soledad: los amigos escapan de la situación que les pone a prueba; por este motivo se producen todos esos funestos ejemplos de unos que abandonan por miedo, de otros que por miedo traicionan. Es necesario que principio y fin concuerden entre sí: quien comienza a ser amigo por interés, también por interés dejará de serlo; le satisfará una recompensa cualquiera contraria a la amistad, si es que existe alguna en la amistad que satisfaga más que ella. «¿Para qué te procuras un amigo?». Para tener por quién poder morir, para tener a quién acompañar al destierro, oponiéndome a su muerte y sacrificándome por él. Lo que tú me escribes es negocio, no amistad, ya que busca su conveniencia y atiende al provecho que ha de conseguir. Sin duda tiene alguna semejanza con la amistad el afecto de los enamorados; podríamos definirlo como una locura en la amistad. Porque ¿acaso hay alguien que ame por una ganancia?, ¿acaso por ambición o por gloria? Es el mismo amor el que, por su propio impulso, menospreciando todo lo demás, enardece los ánimos con el deseo de la belleza, no sin esperanza de correspondencia en la mutua estima. ¿Entonces, qué? ¿Una causa más honesta produce un torpe afecto? Replicas: «Ahora no tratamos la cuestión de si la amistad debe buscarse por sí misma». Por el contrario, nada mejor habría que demostrar; porque si debe procurarse por sí misma puede acercarse a ella quien esté satisfecho consigo mismo. «¿Cómo, pues, se acercará?». Como a una realidad bellísima, sin verse atraído por una ganancia, ni amedrentado por la mudanza de la fortuna. Despoja a la amistad de su grandeza quien la procura para las situaciones favorables. «El sabio se contenta consigo mismo». Esta proposición, querido Lucilio, muchos la interpretan erróneamente: excluyen al sabio de todas partes y le fuerzan a encerrarse en su caparazón. Pero hay que precisar qué sentido encierra esta frase y hasta qué punto es válida; el sabio se contenta consigo mismo para vivir felizmente, no para vivir; porque para vivir precisa de muchos recursos, para vivir felizmente sólo de un alma sana, noble y que desdeñe la fortuna. Quiero también señalarte la distinción de Crisipo. Dice que el sabio no carece de nada y que, no obstante, tiene necesidad de muchas cosas, «por el contrario el necio no tiene necesidad alguna (porque de nada sabe hacer uso), pero carece de todo». El sabio precisa de las manos, de los ojos y de muchos bienes indispensables para el uso cotidiano, pero no carece de nada porque carecer supone necesidad, y para el sabio nada hay necesario. Así, pues, aunque el sabio se contente consigo mismo, si precisa de amigos; de éstos desea tener el mayor número, no para vivir felizmente, puesto que también vivirá feliz sin amigos. El bien supremo no busca equipamiento del exterior, se cultiva en la intimidad, procede enteramente de sí mismo. Comienza a estar subordinado a la fortuna, si busca fuera alguna parte de sí. «Con todo, ¿cuál ha de ser la vida del sabio, si queda sin amigos, metido en prisión, o abandonado entre gente extraña, o detenido en una larga travesía, o arrojado a una playa desierta?». Cual es la de Júpiter, cuando destruido el mundo, confundidos los dioses en uno, quedando poco a poco inactiva la naturaleza, se recoge en sí mismo entregado a sus pensamientos. Algo similar hace el sabio: se concentra en sí mismo, vive para sí. Mientras puede ordenar los asuntos a su gusto, se contenta consigo mismo y toma esposa; se contenta consigo mismo y engendra hijos; se contenta consigo mismo y, en cambio, no viviría si tuviera que hacerlo sin sus semejantes. A la amistad no le empuja provecho alguno propio, sino un impulso natural, pues como en otras cosas experimentamos un instintivo placer, así también en la amistad. Como existe la aversión a la soledad y la propensión a la vida social, como la naturaleza une a los hombres entre sí, así también para este sentimiento existe un estímulo que nos hace deseosos de amistad. Puedes empezar a leer a partir de aquí No obstante, aunque sea muy afectuoso con los amigos, aunque los equipare a sí y a menudo los prefiera, el sabio delimitará todo bien en su interior y dirá lo que dijo aquel Estilpón, al que Epicuro ataca en su carta. A él, en efecto, estando sometida su patria, perdidos los hijos, perdida su esposa, mientras escapaba del incendio total solo y, pese a todo, feliz, Demetrio, llamado Poliorcetes por sus asedios a las ciudades, le preguntaba si había perdido alguna cosa, a lo cual respondió: «Todos mis bienes están conmigo» ¡He ahí al hombre fuerte y valeroso! Superó la propia victoria del enemigo. Dijo: «Nada he perdido»; obligó a aquél a dudar de su victoria. «Todos mis bienes están conmigo»: justicia, valor, prudencia, la misma disposición a no considerar como un bien nada que se nos pueda arrebatar. Admiramos a ciertos animales que pasan por medio del fuego sin daño corporal. ¡Cuánto más admirable este hombre que a través del hierro, de las ruinas, de las llamas salió ileso e indemne! ¿Ves cuánto más fácil resulta vencer a todo un pueblo que a un solo hombre? Esta sentencia coincide con la del sabio estoico: también éste lleva por igual sus bienes intactos a través de ciudades incendiadas, ya que él se contenta consigo mismo; a este límite circunscribe su felicidad. No creas que somos nosotros los únicos en proferir nobles sentencias: el propio Epicuro, censor de Estilpón, pronunció una frase semejante a la de éste, que debes tomar en buena cuenta, aunque ya pagué lo suyo a este día. Dice así: «A quien sus bienes no le parecen muy cuantiosos, aun siendo dueño de todo el mundo, ése es un desgraciado». O, si te parece, expresémoslo mejor de esta forma (pues hemos de proceder de manera que atendamos no a las palabras, sino al sentido): «Es desgraciado quien no se considera felicísimo, aunque señoree al mundo». Mas para que te convenzas de que estas verdades son de sentido común, evidentemente dictadas por la naturaleza, se puede leer esto en un poeta cómico: No es feliz quien no piensa que lo es. ¿Qué te importa cuál sea, en realidad, tu situación, si a ti te parece mala? «¿Entonces, qué?», argüirás, «si se proclamase a sí mismo feliz aquel rico deshonesto y aquel señor de muchos, pero esclavo de la mayoría, ¿resultará ser feliz por su propia decisión?». No importa lo que diga, sino lo que sienta, ni lo que sienta un día, sino lo que sienta siempre. Mas no hay por qué temer que un bien tan preciado llegue a manos de un indigno; sólo al sabio complacen sus bienes. Toda necedad sufre por hastío de sí misma. ![]()
Las Virtudes (parte 2)Versión Audio Marco Aurelio sobre los infortuniosVersión Audio Meditaciones, Marco Aurelio Libro IV, 49 (Sobre como lidiar con los infortunios) Ser igual que la roca contra la que sin interrupción se estrellan las olas. Ésta se mantiene firme, y en torno a ella se adormece la espuma del oleaje. «¡Desdichado de mí, porque me aconteció eso!» Pero no, al contrario: «Soy afortunado, porque, a causa de lo que me ha ocurrido, persisto hasta el fin sin aflicción, ni abrumado por el presente ni asustado por el futuro». Porque algo semejante pudo acontecer a todo el mundo, pero no todo el mundo hubiera podido seguir hasta el fin, sin aflicción, después de eso. ¿Y por qué, entonces, va a ser eso un infortunio más que esto buena fortuna? ¿Acaso denominas, en suma, desgracia de un hombre a lo que no es desgracia de la naturaleza del hombre? ¿Y te parece aberración de la naturaleza humana lo que no va contra el designio de su propia naturaleza? ¿Por qué, pues? ¿Has aprendido tal designo? ¿Te impide este suceso ser justo, magnánimo, sensato, prudente, reflexivo, sincero, discreto, libre, etc., conjunto de virtudes con las cuales la naturaleza humana contiene lo que le es peculiar? Acuérdate, a partir de ahora, en todo suceso que te induzca a la aflicción, de utilizar este principio: No es eso un infortunio, sino una dicha soportarlo con dignidad. Libro VIII, 1 (Sobre lo que es verdaderamente bueno) También eso te lleva a desdeñar la vanagloria, el hecho de que ya no puedes haber vivido tu vida entera, o al menos la que transcurrió desde tu juventud, como un filósofo; por el contrario, has dejado en claro para otras muchas personas, e incluso, para ti mismo que estás alejado de la filosofía. Estás, pues, confundido, de manera que ya no te va a resultar fácil conseguir la reputación de filósofo. A ello se oponen incluso los presupuestos de tu vida. Si en efecto has visto de verdad dónde radica el fondo de la cuestión, olvídate de la impresión que causarás. Y sea suficiente para ti vivir el resto de tu vida, dure lo que dure, como tu naturaleza quiere. Por consiguiente, piensa en cuál es su deseo, y nada más te inquiete. Has comprobado en cuántas cosas anduviste sin rumbo, y en ninguna parte hallaste la vida feliz, ni en las argumentaciones lógicas, ni en la riqueza, ni en la gloria, ni en el goce, en ninguna parte. ¿Dónde radica, entonces? En hacer lo que quiere la naturaleza humana. ¿Cómo conseguirlo? Con la posesión de los principios de los cuales dependen los instintos y las acciones. ¿Qué principios? Los concernientes al bien y al mal, en la convicción de que nada es bueno para el hombre, si no le hace justo, sensato, valiente, libre; como tampoco nada es malo, si no le produce los efectos contrarios a lo dicho. Libro XI, 16 (Sobre las cosas indiferentes) Vivir de la manera más hermosa. Esa facultad radica en el alma, caso de que sea indiferente a las cosas indiferentes. Y permanecerá indiferente, siempre que observe cada una de ellas por separado. Y en conjunto, teniendo presente que ninguna nos imprime una opinión acerca de ella, ni tampoco nos sale al encuentro, sino que estas cosas permanecen quietas, y nosotros somos quienes producimos los juicios sobre ellas mismas y, por así decirlo, las grabamos en nosotros mismos, siéndonos posible no grabarlas y también, si lo hicimos inadvertidamente, siéndonos posible borrarlas de inmediato. Porque será poco duradera semejante atención, y a partir de ese momento habrá terminado la vida. Mas, ¿qué tiene de malo que esas cosas sean así? Si, pues, es acorde con la naturaleza, alégrate con ello y sea fácil para ti. Y si es contrario a la naturaleza, indaga qué te corresponde de acuerdo con tu naturaleza y afánate en buscarlo, aunque carezca de fama. Pues toda persona que busca su bien particular tiene disculpa. ![]()
Ejercicios1. Utiliza tu Diario para escribir un registro de tus asuntos diarios e intenta identificar tus intereses y proyectos. Trata de identificar los intereses más básicos a los que está dedicada tu vida, como ser cónyuge, ser padre, ser empleador o empleado; luego intenta identificar algunos de los proyectos en los que participas para promover tus intereses. Escribe qué tan bien o qué tan mal va cualquiera de tus proyectos y escribe cómo lidias con las situaciones que enfrentas. A medida que pasan los días, trata de ser consciente de hora en hora de en qué proyecto estás comprometido y trata de ser consciente de la distinción entre lo que estás haciendo y la forma en que lo haces. Presta especial atención a la forma en que manejas los contratiempos o las frustraciones. Si algo sale mal, trata de ser consciente de que tu no has sido perjudicado, aunque posiblemente tu proyecto sí. 2. Lee la Carta 91 de Cartas de un estoico. Séneca toma la noticia de su amigo Liberal sobre la destrucción de la ciudad de Lyon por el fuego como una oportunidad para escribir una carta a Lucilius sobre cómo deberíamos enfrentar la desgracia y la mortalidad en general. De lo que has aprendido de este artículo y de los escritos de Séneca, compon un diálogo imaginario entre Liberal y Estilpo, mostrando cómo Estilpo habría aconsejado a Liberal mientras se encuentran todavía en las ruinas humeantes de la ciudad. Si lo deseas, permite que Estilpo pueda basarse en puntos que el mismo Séneca emplea en esta carta. ![]()
Carta 91, Lecciones que se derivan del incendio de Lyón Se comprende el disgusto de Liberal por la destrucción inesperada de Lyón. Más la fortuna no debe sorprendernos por más insólitos que sean sus golpes. En lo humano no hay estabilidad; por ello debemos fortalecer el espíritu. Diversos fenómenos naturales han asolado ciudades famosas: toda obra está destinada a perecer. Con todo, Lyón puede resurgir a una situación mejor. Es preciso, pues, que nos eduquemos para aceptar la propia suerte: vida y muerte son similares para todos. No hay que temer los males imaginarios, ni siquiera la muerte, que hasta puede ser un bien. Nuestro amigo Liberal se encuentra ahora afligido por la noticia del incendio que ha consumido la colonia de Lyón. Esta calamidad podría impresionar a cualquiera, cuanto más a un hombre muy enamorado de su patria. Semejante suceso le ha movido a procurarse aquella entereza de alma que claramente ejercitó para soportar los infortunios que consideraba eran de temer. En cambio, no me extraña que tal desgracia tan imprevista y casi inaudita se haya producido sin sospecharla, puesto que no había precedentes: en efecto, a muchas ciudades las deterioró un incendio, pero a ninguna la aniquiló. De hecho, aun cuando sea la mano del enemigo la que ha aplicado el fuego a las casas, éste en muchas partes se apaga y, por más que se le atice constantemente, rara vez lo devora todo de tal forma que no deje nada a dirimir con la espada. Asimismo, apenas si hubo jamás un terremoto tan funesto y pernicioso que destruyese ciudades enteras. En suma, jamás estalló un incendio tan violento que no hubiese dejado pasto para otro incendio. Tantas bellísimas construcciones, de las que cada una bastaría para enaltecer una ciudad, las echó por tierra una sola noche y en medio de una paz tan grande aconteció lo que ni siquiera en la guerra puede temerse. ¿Quién podría creerlo? En plena quietud de las armas, cuando la tranquilidad se había difundido por todo el orbe de la tierra, el emplazamiento de Lyón, orgullo de la Galia, en vano se intenta encontrar. A todos cuantos la fortuna abatió con calamidades públicas les permitió inquietarse por lo que iban a sufrir; ninguna gran edificación ha carecido de un lapso de tiempo que preceda a su ruina: en el caso de Ata ciudad sólo una noche medió entre la máxima grandeza y la nada. Te cuento que fue destruida, empleando en ello más tiempo del que, en realidad, transcurrió en su destrucción.
Todas estas consideraciones doblegan el ánimo de nuestro querido Liberal, firme y resuelto frente a sus desgracias. Y no está abatido sin causa: los reveses inesperados resultan más graves; la novedad aumenta el peso de la calamidad y no existe mortal alguno a quien no duela más la desgracia que, por añadidura, le ha sorprendido. Por ello nada hay que no deba ser previsto; nuestro ánimo debe anticiparse a todo acontecimiento y pensar no ya en todo lo que suele suceder, sino en todo lo que puede suceder. Pues ¿qué cosa hay que la fortuna no logre arrebatar, si le place, aun de la situación más próspera? ¿qué cosa que ella no ataque y sacuda con tanta mayor fuerza cuanto mayor es la hermosura con que resplandece? ¿Qué cosa hay que le resulte penosa o difícil? No lanza siempre su ataque por el mismo camino, ni tampoco por el camino usual: unas veces dirige nuestras manos contra nosotros mismos; otras, confiada en sus propias fuerzas, inventa pruebas sin causa justificada. No queda excluido momento alguno: en medio del mismo placer surgen los motivos de dolor. En plena paz estalla la guerra, y las garantías de seguridad se convierten en fuente de temor: el amigo se vuelve enemigo y el aliado adversario. La bonanza estival se transforma en repentina tempestad más impetuosa que la invernal. Sin enemigos sufrimos actos de hostilidad, y, a falta de otros motivos, una felicidad desmesurada encuentra para sí las causas del infortunio. A hombres muy sobrios les ataca la enfermedad, a los muy vigorosos la tisis, a los muy inocentes el castigo, a los muy retirados la sedición; el azar discurre algún nuevo medio con que imponernos su dominio, cuando nos hemos olvidado de él. Todo cuanto prolongadas generaciones han construido con asiduos trabajos y la continua protección de los dioses, lo dispersa y destruye un solo día. Concede un plazo largo a los males que se avecinan quien les asigna un día: una hora y un instante bastan para abatir los imperios. Sería un motivo de consuelo para nuestra fragilidad y para nuestros asuntos, si todas las cosas pereciesen tan lentamente como se producen; en cambio, el crecimiento procede lentamente, la caída se acelera. Nada hay estable ni en privado, ni en público; tanto el destino de los hombres como el de las ciudades cambia. En medio de una situación muy tranquila se origina el terror, y los males brotan con violencia donde menos se esperaba, sin que ninguna causa provoque desde fuera la perturbación. Los reinos que habían subsistido ante las guerras civiles y las externas van a la ruina sin que nadie les empuje. ¡Cuán pocas ciudades han mantenido largo tiempo su prosperidad! Así, pues, hay que sopesar todas las posibilidades y fortalecer el espíritu frente a los riesgos que nos puedan venir. Piensa en los destierros, en los sufrimientos de la enfermedad, en las guerras, en los naufragios. Una desgracia puede privar a la patria de ti o privarte a ti de la patria, puede relegarte a los desiertos y puede convertir en desierto el mismo lugar en que se agolpa la multitud. Tomemos en consideración todas las posibilidades del destino humano y anticipémonos mentalmente no sólo a cuantos accidentes suceden con frecuencia, sino a cuantos en el mayor número puedan suceder, si no queremos vernos abatidos y quedar atónitos ante tales acontecimientos insólitos como si fueran excepcionales; hay que sopesar la fortuna en todos sus aspectos. ¡Cuántas veces ciudades de Asia, cuántas veces ciudades de Acaya se derrumbaron en una sola sacudida de terremoto! ¡Cuántas fortalezas en Siria, cuántas en Macedonia fueron engullidas! ¡Cuántas veces semejante calamidad desoló a Chipre! ¡Cuántas veces Pafos se desplomó sobre sí misma! A menudo se nos ha notificado la destrucción de ciudades enteras, y nosotros, destinatarios con frecuencia de tales nuevas, ¡qué parte tan pequeña somos del universo! Reaccionemos, por lo tanto, contra los accidentes de la fortuna y sepamos que todo cuanto sucede no es tan grave como lo proclama la voz popular. Ardió en llamas una ciudad opulenta, ornamento de las provincias entre las que estaba situada en lugar de privilegio, colocada sobre un montículo, por cierto no muy amplio: de todas estas ciudades, cuyo esplendor y fama ahora te ponderan, el tiempo borrará hasta sus huellas. ¿No ves cómo en Acaya han sido ya derruidos los cimientos de ciudades celebérrimas y no queda rastro alguno que muestre siquiera que han existido? No sólo se desmoronan las obras de nuestras manos, ni sólo un breve tiempo destruye lo que han producido el arte y la actividad humana: las cumbres de los montes se disgregan, regiones enteras se han hundido, parajes que se hallaban lejos del litoral marítimo se han visto inundados por las olas: la enorme potencia del fuego erosionó los cráteres por los que emitía su resplandor, y promontorios en otros tiempos altísimos, garantía y refugio de los navegantes, los rebajó de nivel. Las obras de la propia naturaleza se ven maltratadas y por ello debemos soportar con ánimo sereno la ruina de las ciudades. Están en pie destinadas a caerse; a todas aguarda este final: ora la fuerza interna de los vientos y su soplo en espacio reducido quiebra con sus violentas sacudidas la mole pesada que los oprime, ora el ímpetu tremendo de los torrentes subterráneos rompe los diques, ora la violencia de las llamas hace pedazos la estructura del suelo, ora la vetustez de la que nada está a salvo la destruye insensiblemente, ora la insalubridad del clima obliga a los pueblos a emigrar y el abandono corrompe los parajes desérticos. Sería largo enumerar todas las vías por las que el destino se consuma. Esto es lo único que sé: todas las obras de los mortales están condenadas a morir, vivimos en medio, de cosas perecederas. Así, pues, estos consuelos y otros semejantes ofrezco a nuestro amigo Liberal, que arde en un increíble amor hacia su patria, la que quizás fue consumida por el fuego para ser reconstruida con mayor esplendor. A menudo una desgracia dio lugar a una fortuna más próspera: muchas cosas han caído para levantarse a mayor altura. Timágenes, enemigo de la prosperidad de la Urbe, aseguraba que los incendios de Roma a él le ocasionaban dolor tan sólo porque sabía que luego surgirían edificaciones más bellas que las consumidas por el fuego. Es de suponer que también en esta ciudad de Lyón todos rivalizarán por reconstruir edificios más grandes y esbeltos que aquellos que han perdido. ¡Ojalá sean duraderos y construidos con mejores auspicios para más largo tiempo! Porque estamos en el centésimo año de la fundación de esta colonia, período que ni siquiera para un hombre es el máximo posible. Fundada por Planeo, se incrementó por las excelencias del lugar en esta gran población: sin embargo, ¡cuántos infortunios muy penosos ha debido soportar en el tiempo que alcanza la vejez del hombre! Por lo tanto, eduquemos nuestra alma para que comprenda y acepte la propia suerte y sepa que nada existe que la fortuna no haya intentado: ella posee el mismo derecho sobre los imperios que sobre los emperadores y el mismo poder sobre las ciudades que sobre sus habitantes. Por nada de esto debemos indignarnos: hemos entrado en un mundo que se rige por estas leyes. ¿Te Tarada? Obedece. ¿No te agrada? Sal por el camino que quieras. Indígnate si alguna norma injusta ha sido establecida directamente contra ti; pero si estas leyes de la necesidad encadenan a los más encumbrados y a los más humildes, reconcíliate con el hado que todo lo disuelve. No tienes por qué compararnos con los sepulcros y esos monumentos que, en altura desigual, bordean el camino: la ceniza iguala a todos. Desiguales por nacimiento, somos iguales en la muerte. Digo lo mismo de las ciudades que de sus habitantes: tanto Árdea como Roma fueron conquistadas. El fundador de los derechos del hombre sólo nos diferenció por el linaje y por la gloria del nombre mientras subsistimos: mas, cuando hemos llegado al término de nuestra existencia mortal, nos dice: «Aléjate ambición: aplíquese una ley absolutamente igual para todos los que pisan la tierra.» Somos iguales para soportar cualquier infortunio; ninguno es más frágil que otro; ninguno tiene más seguridad para el día de mañana. Alejandro, rey de Macedonia, había iniciado el estudio de la geometría, ¡infeliz de él!, iba a saber lo pequeña que era la tierra de la que había conquistado una mínima parte. Sí, lo sostengo: «infeliz» porque debía comprender que llevaba un sobrenombre falso: en efecto, ¿quién puede ser grande en una porción tan pequeña? Las enseñanzas que le impartían eran difíciles y precisaban de una aplicación constante, no eran tales que las pudiese captar un insensato que proyectaba su ambición más allá del océano. «Enséñame cosas fáciles», dijo. A lo que su maestro respondió: «Estas enseñanzas son las mismas para todos, difíciles por igual.» Imagínate que la naturaleza te dice: «Estas cosas de las que te quejas son las mismas para todos, a nadie puedo hacérselas más fáciles, pero el que se lo proponga puede hacérselas más fáciles.» ¿De qué forma? Con la serenidad del espíritu. Es preciso que sientas dolor, que tengas hambre y sed, que envejezcas, si consigues una existencia bastante prolongada entre los hombres, que enfermes, que sufras algún menoscabo, que perezcas. Con todo, no tienes por qué dar crédito a esas voces que resuenan en torno a ti; ninguna de ellas es mala, ninguna intolerable o penosa. El miedo que se les tiene parte de un prejuicio. Te asusta la muerte tanto como la opinión ajena: ¿qué mayor insensatez que la de un hombre que teme las palabras? Con gracejo suele decir nuestro querido Demetrio que, para él, el griterío de los ignorantes tiene el mismo valor que los ruidos que produce el vientre. «¿Qué me importa —dice— que suenen por arriba o por abajo?» ¡Qué demencia la de temer ser infamado por los infames! Como os atemorizasteis de la opinión pública sin motivo, así también de aquello que nunca hubierais temido, si la opinión pública no os hubiera impulsado a ello. ¿Acaso experimentaría detrimento alguno el hombre de bien, salpicado por rumores injustificados? Tales rumores tampoco deben perjudicar nuestra valoración respecto de la muerte: ésta goza también de mala reputación. Ninguno de aquellos que la acusan la ha experimentado: mientras tanto es una temeridad condenar lo que se desconoce. Por el contrario, tú sabes cuán provechosa es a muchos, a cuántos libra de la tortura, de la pobreza, de las quejas, de los suplicios, del hastío. No estamos en poder de nadie, mientras que la muerte está en nuestro poder.
3 Comentarios
Liliana
20/12/2022 10:55:13 am
Muy fuerte texto , somos seres muy complejos y egocéntricos. Es un mensaje lleno de verdades.
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Sandra
11/2/2023 01:32:12 pm
Este texto muestra lo que la vida es, la confusion de nuestra naturaleza vs ese ego tan altamente glorificado. Las destruction de nuestra propia naturaleza ha sido la tendencia de lo dormidos que estamos. Cuantas verdades y siempre he pensado eso nunca pasa de moda...las virtudes son los más altos bienes que nadie nos puede arrebatar y que solo nosotros podemos hacerlos parte de nuestra vida diaria.
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Luis garcia
4/6/2023 03:50:58 am
Pero que es bueno SEGUN el estoicismo? No tengo una formal preparacion mi filosofica ni espiritual, te comparto lo que poco hable con un Lama, le hice la misma pregunta del título ¿que es bueno? O si existe realmente lo bueno, el me contesto:"lo bueno es lo que es de provecho para ti y tu comunidad" palabras mas palabras menos. Entonces que respuesta tiene el estocismo, mano
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