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Matt Ridley sobre el origen evolutivo del talento

7/4/2016

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"La persona que nació con un talento que está destinado a utilizar, cuando haga uso de el, encontrará su más grande felicidad" --Johann Wolfgang von Goethe

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Foto: Jarmoluk (clic sobre la imagen para más info.)
¿El talento, nace o se hace? Esta pregunta ha cautivado el interés de muchos y ha generado intensos debates durante siglos. Hoy, por fortuna, conocemos la respuesta.

Entonces, ¿nace o se hace? Ambos, por su puesto.

Es innegable que los seres humanos tenemos distintas inclinaciones y habilidades. Basta con observar a niños de primaria, para notar que entre ellos existen diferencias innatas en cuanto a habilidades.

Hay niños que cuando corren lo hacen con una técnica tan perfecta que parecen finalistas de los de los 100 metros planos. Otros, en cambio, a primera vista se les nota que tienen menos talento para la carrera.

Sin embargo, en el largo plazo esta ventaja inicial se hace inapreciable, pues para llegar a sobresalir se necesitan años de diligente práctica. El talento natural te da una pequeña ventaja, te señala el camino, pero es el entrenamiento constante el que forma al profesional destacado.

Matt Ridley, en el apasionante libro Qué nos hace humanos, expone una interesante interpretación evolutiva del origen de la diferencia de habilidades entre los seres humanos. En la naturaleza, la mayoría de especies animales tienen que valerse por sí mismos para su supervivencia. Aunque puede existir cierto grado de colaboración entre individuos de una misma especie, no es ni remotamente parecida a la que existe entre los humanos, y no pueden depender por completo de la ayuda de otros para su supervivencia.

Los seres humanos, en cambio, hemos desarrollado la especialización. Dentro de una comunidad, las personas aprenden a realizar diferentes oficios y luego, gracias al intercambio, pueden beneficiarse del trabajo de los demás.

Fue el economista Adam Smith quien popularizó la idea de la división del trabajo: «el secreto de la productividad de la economía humana está en dividir el trabajo entre especialistas e intercambiar los resultados».
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Para Ridley la especialización del trabajo es una adaptación evolutiva que permitió a nuestra especie prosperar. Una prueba de ello es la lucha que desde muy jóvenes llevamos a cabo para establecer nuestra identidad y singularidad. Desde la adolescencia empezamos a establecer las bases de nuestra futura especialización:
Hay una coincidencia que me intriga —afirma el autor—: los humanos adultos son especialistas y los humanos adolescentes parecen tener una tendencia natural a diferenciarse. ¿Podría ser que estos dos hechos estuviesen conectados? En el mundo de [Adam] Smith la especialidad que el adulto tiene es una cuestión de posibilidades y de oportunidades. Quizá heredes el negocio familiar o hayas contestado a un anuncio. Puedes tener suerte y encontrar un trabajo que sea adecuado a tu carácter y a tu talento, pero la mayoría de la gente sencillamente acepta que tiene que aprender el trabajo que tiene... Los carniceros, panaderos y fabricantes de velas se hacen, no nacen. O, como lo expresó Smith: «La diferencia entre dos personajes totalmente distintos, entre un filósofo y un portero, por ejemplo, parece venir no tanto de sus naturalezas sino de las rutinas, las costumbres y la educación».
En efecto, el capitalismo ha hecho que muchas personas terminen dedicando su vida a oficios a los cuales llegaron por accidente o por (falta de) oportunidad. No obstante, madre naturaleza no pensaba en ello cuando creó la especialización del trabajo.
Las mentes humanas fueron diseñadas para la sabana del Pleistoceno, no para la jungla urbana. Y en un mundo mucho más igualitario [como el del Pleistoceno], donde todos tuvieran las mismas oportunidades, el talento podría determinar tu trabajo. Imaginemos a un grupo de cazadores–recolectores. En la pandilla de jóvenes que juegan alrededor de la hoguera hay cuatro adolescentes. Og acaba de darse cuenta de que tiene cualidades de líder, parece que le respetan cuando sugiere un juego nuevo. Por otro lado, Iz se ha dado cuenta de que puede hacer reír a los demás cuando cuenta una historia. Ob es negado con las palabras, pero cuando hay que hacer una red con corteza de árbol para cazar conejos, parece tener un talento natural. Por el contrario, Ik es ya una estupenda naturalista y los otros empiezan a confiar en ella a la hora de identificar plantas y animales. En los años siguientes, cada uno de ellos refuerza a la naturaleza mediante la formación, especializándose en una aptitud específica hasta que ese talento se convierte por sí mismo en una profecía. Cuando llegan a ser adultos, Og ya no se fía sólo de su talento para el liderazgo; ha aprendido a hacerlo hasta convertirlo en su oficio. Iz ha practicado su papel para ejercer como bardo de la tribu hasta el punto de que es su segunda naturaleza. Ob es peor si cabe para entablar una conversación, pero ahora puede fabricar casi cualquier herramienta. Finalmente, Ik es la gurú del saber popular y de la ciencia.

Indudablemente, la diferencia genética original respecto al talento puede ser muy ligera. La práctica ha hecho el resto. Pero esa práctica puede depender de una especie de instinto. Yo sugiero que puede ser un instinto característico del ser humano, alojado en el cerebro humano adolescente a través de una selección natural de decenas de miles de años, y que sencillamente susurra al oído del joven: «Disfruta haciendo lo que te sale bien; abúrrete haciendo lo que te sale mal». Los niños parecen tener esa norma fijada en la cabeza todo el tiempo. Lo que estoy sugiriendo es que la apetencia por alimentar un talento puede ser en sí mismo un instinto. El tener ciertos genes te proporciona ciertas apetencias; el darte cuenta de que eres mejor que tus compañeros en algo aumenta tu apetencia por hacer eso; la práctica lo perfecciona y pronto te has ganado un nicho en la tribu como especialista. La práctica refuerza a la naturaleza.

La destreza para la música o el deporte ¿es herencia o ambiente? Las dos cosas, por supuesto. Las interminables horas de práctica son las que hacen jugar al tenis o tocar el violín, pero las personas que tienen la apetencia de practicar durante horas interminables son aquellas que tienen una ligera aptitud y a las que les apetece practicar. Hace poco tuve una conversación con los padres de una tenista prodigio. ¿Fue siempre buena en el tenis? No especialmente, pero siempre estaba deseando jugar, empeñada en estar con sus hermanos mayores y en darle la lata a sus padres para ir a clases de tenis.
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Todos tenemos inclinaciones naturales, nos gusta hacer unas cosas más que otras. Cuando terminamos dedicando nuestras vidas a oficios que no nos apetecen, estamos yendo en contra de nuestra naturaleza, y dándole la espalda a nuestros talentos innatos. Madre Naturaleza quiere que seamos felices, prestémole atención.
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